miércoles, 2 de enero de 2013

Reflexión (12) Volver a empezar


          Al estrenar el nuevo año 2013, la letra de una canción de Pablo Alborán me invita a escribir esta “nueva entrada” en mi blog. Lo comparto sin estar muy seguro de que pueda o no interesar, pero es lo que me sugiere en este momento.
 “Volver a empezar de cero contigo o sin ti, volver a empezar de cero de nuevo estoy aquí”. Me quedo con lo de volver a empezar. Lo de empezar de cero, la verdad, no sé si es posible o, incluso, recomendable. De cero empezamos cada mes algunos comerciales, porque los objetivos del pasado ya no nos sirven para el presente; de cero empezamos cada mes, también, los que apenas rondamos los mil euros mensuales para subsistir; de cero empiezan seguramente aquellas personas que han tenido que sufrir una terrible enfermedad que les ha hecho perder la memoria y algunas de sus principales capacidades… Los demás, incluso aquellos que hemos perdido honra, profesión, capacidad económica y años de vida, no empezamos propiamente de cero. Y creo que es mejor así. Porque toda experiencia, también las traumáticas, nos enseñan y capacitan para seguir viviendo y conforman nuestra propia historia personal. El pasado, siempre y cuando no nos empeñemos en resucitarlo o en vivir de él, nos puede servir de ayuda en el presente y de cara al futuro. Quizás si rememorásemos más la historia y nuestra propia historia, cometeríamos menos errores. Insisto, sin querer regresar a ella. Alguno, con buena intención, me pregunta si no me gustaría seguir ejerciendo el ministerio sacerdotal. Eso, me guste o no, es historia y ya no regresará. Hurgar en el pasado, no; despreciarlo, tampoco.
Sí, al comenzar el nuevo año renuevo el propósito de volver a empezar. Siempre, por difíciles que sean las circunstancias, podemos empezar de nuevo. Recuerdo en una visita en locutorios a una abogada que me decía: “no se preocupe, ya verá como usted resurgirá de sus cenizas como el Ave Fénix”. Es cierto que, a veces, estas frases hechas nos producen malestar al oírlas, pero no menos cierto es que tienen su parte de estímulo y verdad. No así otras. Recuerdo la de un amigo, hace no mucho tiempo, que me decía: “no ates las manos de Dios”. Se refería a que no tomara decisiones sobre mi futuro. ¡Caramba! ¿Se le puede atar las manos a Dios? ¿Y  qué es lo que ha estado haciendo entonces hasta ahora? En fin, prefiero no dar rienda suelta a mis pensamientos sobre este tema.
Sí, volver a empezar contigo o sin ti. Hay personas que se cruzan en nuestra vida sin que signifiquen demasiado y otras que se convierten en referente y que le dan un sentido nuevo. Pero puede suceder que también estas últimas desaparezcan porque la vida nos las arrebate, porque no sepamos conservarlas a nuestro lado, porque nos hayan abandonado… Si se han ido quedémonos con lo mejor de cada una de ellas. Y si nos han hecho daño, si no somos nosotros quienes debamos arrepentirnos de cómo las hemos tratado, sigamos adelante con el convencimiento de que son ellas las que deben cambiar y no nosotros. ¡Qué mal me sientan esos “consejos” de que hemos de cambiar para que no nos hagan daño! ¿Por qué dejar de ser buena persona si es la otra la que ha abusado de tu bondad? ¿Por qué recomendar a quien es bueno que sea malo? ¡Que se arrepientan los que actúen mal, no quienes han dado su confianza, su lealtad, su cariño…a quien no supo “utilizarlos”!  Y si pudiéramos recuperar a alguien a quien hemos alejado, si vale la pena, intentémoslo, pero sabiendo que el tren que cojamos ya no será el mismo, sino otro.
Volver a empezar contigo o sin ti. Incluso puede ser que para un creyente, para quien ha puesto toda su confianza en ese Tú que llamamos Dios, éste llegue a “desaparecer” de su vida porque ya no lo perciba, no sienta su presencia, no descubra su acción en ella. ¿Perdería sentido, aún así, la voluntad renovada de volver a empezar? Yo creo que no. Es San Juan de la Cruz, el místico español, quien nos habla de la “noche oscura del alma”. ¡Cuántas veces podemos tener esa experiencia en nuestra vida de noche oscura! Y, sin embargo, es él mismo quien puede después exclamar “¡Oh noche que juntaste Amado con amada, amada en el Amado transformada!”. Y es que del dolor, del sufrimiento, del fracaso, de la oscuridad…también puede surgir la luz. Hace muchos años ya que una frase me impactó: lucha como si Dios no existiese, pero sabiendo que existe. ¡Sí! Y yo me atrevo a decir aún más. Aunque no existiese, aunque lo que nos hubieran enseñado sobre Él no fuesen más que palabras bonitas, ¿no valdría la pena luchar por un mundo mejor, un mundo en el que el referente fuese el amor? A mí me bastaría el hecho de que Jesús, de carne y hueso, fuera mi referente y modelo. Sé que la teología dice que si Él no resucitó vana es nuestra fe. Pues bien, aunque no lo hubiera hecho, y no dudo que sí ha resucitado, tendría sentido para mí su enseñanza y ejemplo.
           Aunque muchas veces no tengamos más opción que conformarnos con lo que la vida nos da, aunque la oscuridad y el silencio de la amarga soledad se hagan presentes demasiadas más veces de las que quisiéramos, os invito a que siempre renovemos la voluntad de volver a empezar. Al estrenar el nuevo año es lo que a todos y cada uno de mis amigos y lectores os deseo.