sábado, 27 de abril de 2013

Diario (64) 11 de abril de 2003


             10:30 Nueva jornada. El abuelo se levanta de muy mal humor y no quiere ni desayunar. Una vez más, insiste en que no sabe por qué está aquí. He limpiado la celda y los aseos y me he duchado. Preparé una bolsa para enviar a la lavandería del centro la ropa del abuelo: un pijama, una bata y un pantalón. A día de hoy todavía no han respondido a la instancia que envié solicitando ropa para él.
                El asturiano no ha pegado ojo en toda la noche. Sin embargo no ha vuelto a acostarse después del recuento.
                He estado buen rato en el economato con el Cabo y el nuevo encargado. El asturiano acaba de venir y parece de buen humor.
                Ayer hice ayuno pensando que era viernes. Hoy quizás venga mi abogado de Madrid. Tengo ganas de saber qué piensa y de que me diga algo sobre la realidad de mi situación y las posibilidades que tengo.
                Es la última semana de cuaresma. Estamos ya a punto de comenzar la Semana Santa, semana grande para todo cristiano. Será la primera vez que en unas fechas así tenga que estar encerrado. No sé cómo voy a poder celebrarla. Supongo, quiero creer, que el Señor sabrá perdonar que no sea para mí una Semana Santa normal. Me uniré a su Pasión y procuraré vivir muy cerca de Él, como su Madre, nuestra Madre, al pie de la Cruz.
                Tenemos un tiempo invernal. No para de llover y hace mucho frio.
                Suena la megafonía. Como de costumbre, indescifrable lo que dicen. Habrá que hacer un curso especial para poder entender a quién llaman.
                Vigésimo tercer día. El tiempo sigue su curso y apenas tengo noticias de cómo está mi situación judicial. Esta temporada a la sombra va a ser larga. Espero no desesperarme.
                Han puesto en el tablón del pasillo un listado con los internos que tienen una labor o encargo. Aunque aparecen dos como internos de apoyo, mi nombre no figura para nada.
                Añoro a mi familia: mis padres, hermana, cuñado y, en especial, ¡las niñas! También se echa de menos a los amigos. Hay personas que me han escrito y cuya correspondencia nunca hubiera imaginado recibir. Sin embargo, muchas personas de las que esperaba al menos dos letras, no se han hecho notar. Las razones pueden ser muchas. Puede haber mil y un motivos pero… los echo de menos. Bueno, ahora sí sabré quiénes son amigos y quiénes no.
                La vida es dura. Cuando sonríe, ¡qué bonito es todo! Aunque supongo que también es falso. Ahora, en esta situación, se puede discernir la realidad con mayor objetividad.
                No podré casar al hijo de unos amigos. Lógico que ni siquiera me hayan escrito. Tendrán a otro sacerdote que pueda celebrar el evento y no querrán entristecerme. También se casa un primo de Lisboa. Sus padres telefonearon para que fuera yo y al enterarse de que estoy procesado se quedaron helados.
                El amigo que nunca falla, además de mi familia, es Jesús. Me sigue amando. Sigue viniendo a mí cuando lo llamo. Sigue haciéndose presente entre mis manos cuando celebro la Eucaristía. Sigue dirigiéndome su invitación a seguirle de cerca: “ámame tal como eres”. ¡Señor, quiero amarte! ¡Señor, ayúdame a purificarme! ¡Señor, ayúdame a morir al pecado para vivir solo para Ti!
                ¡Qué injusta es la vida! Me da mucha pena el abuelo. Se acerca a mí para rezar oraciones populares que, seguramente, conoce desde niño. Nadie viene a visitarlo. No parece tener nada ni a nadie. Vive en la más estricta soledad y tristeza. “Callos en las manos, callos en el corazón y callos, también, en el cerebro” –me dice-. Mientras recita esta especial letanía va señalando sus manos, su corazón y su cabeza. Sus ojos están inundados y de vez en cuando le resbala alguna lágrima. El Auto por el que lo enviaron a prisión dice que se le acusa del homicidio de su esposa pero que el arma utilizada, un objeto contundente, no ha aparecido. Creo que uno de sus hijos está también en prisión. No parece un hombre agresivo, aunque si malhumorado. A su edad y en este estado no me parece justo que esté aquí. ¿Hay justicia? No conozco el caso, no puedo enjuiciarlo con objetividad. Siento lástima.
                12:05 He rezado el Ángelus y he concelebrado con el capellán. Estoy ya en la celda de vuelta. El culturista, que hace las veces de sacristán y monaguillo, me ha contado que ha estado con la trabajadora social, amiga de su hermano. El capellán también me ha revelado que en la Junta de Tratamiento hay desacuerdo con el nombramiento del nuevo encargado del economato de enfermería. Me dice que después de visitar el módulo de aislamiento se acercará al economato para que no piensen que él tiene algo que ver si la Junta decide removerlo del destino. También me ha dicho que un amigo mío que tiene una floristería en Vigo le ha preguntado por mí y quiere venir a visitarme. Continúa indicándome que iba a venir el director del centro de Vigo, de la Obra, pero que decidió posponer esa visita porque todavía no ha venido el Obispo.
                Trataré de rezar la liturgia de las horas antes de la comida.
                15:45 Me ha llamado el griego para que me acerque al economato. Está el capellán y nos invita a un café. Me llaman los funcionarios. Ha surtido efecto mi conversación con el licenciado porque me traen, por fin, el televisor.
                Comí un poco de arroz con pescado. He cogido la bandeja de régimen ya que la ordinaria consistía en empanada y carne. Fui a buscar la medicación y dormí una siesta. Después cambié el orden de las mesas y taquilla. Para escribir me resulta más cómoda la nueva disposición y una de las mesas me sirve ahora como mesilla de noche y no sólo de escritura. Hay que intentar sacar el máximo rendimiento de lo que tenemos.
                Hoy está mi sobrina pequeña de cumpleaños. A ver si consigo hablar con ella o con mi casa para que sepan que me acuerdo. De todos modos le escribiré una carta. Creo que cumple seis años. ¡Parece que nació ayer! ¡Cómo pasa el tiempo! Tengo delante una fotografía en la que aparecen las dos hermanas, sonrientes, en mi habitación. ¡Son preciosas! ¡Cuánto daría por poder estar con ellas unos minutos! Sabe Dios cuándo podré volver a verlas y a abrazarlas. Tengo miedo de que cuando llegue ese momento ya no me recuerden. ¿Qué pensarán? La mayor debe estar preocupada por no verme en tanto tiempo. Uno se da cuenta de lo mucho que quiere a las personas cuando éstas no están junto a uno. Tengo que hacer esfuerzos para no llorar. Recuerdo cómo entraban en mi habitación para despertarme. Dos auténticos torbellinos, gritando: “bacalao, despiértate”. Iban a cogerme folios para dibujar y me pedían que les encendiera el ordenador o la Play. Los sábados por la mañana se metían en mi cama, escondiéndose de la abuelita. ¡Qué tristeza no poder estar con ellas!
                20:53 Me han llamado a locutorio de abogados. Creía que era el abogado de Madrid pero era el de Vigo. Me ha contado que han admitido el Recurso de casación y que la acusación también ha recurrido. Lo ha hecho una semana después de haber recurrido mi abogado. Sobre el Recurso contra mi ingreso en prisión todavía no han tenido respuesta. Me cuenta que irá unos días a Madrid y luego a Marbella, a casa de sus suegros.
                De vuelta en enfermería. El asturiano bromea con el abuelo y lo enfada muchísimo. “Si tuviera quince años menos ibas a saber lo que es una manada de hostias, yo no estoy en un balneario, no quiero bromas”. Después de los improperios se fue de la celda casi llorando. Al volver se dirigió a mí para disculparse. ¡Pobre! Me da mucha pena.
                Me acerco al economato. Están el Cabo, el Segundo, el griego, el nuevo encargado y el ATS. Éste último, como es habitual, contando chistes. ¡Qué risas nos echamos!
                Mañana sábado cuento con poder estar con mi compañero de curso y ver en locutorios a mis padres, hermana y cuñado.
                Me he retrasado en ir a recoger la medicación. Parece que me llamaron varias veces. Menos mal que el sanitario es mi conocido. El funcionario, que ya es el que hace la guardia de noche, me miró de tal forma que me dio miedo. No me atreví ya a pedir permiso para telefonear.
                He recibido dos cartas. Escribía a las niñas y a mis padres y hermana. Me apetecía desahogar un poco con ellos. Ahora reina el silencio en la celda. Están viendo la tele, que por fin es en color. Esperamos a que pase el recuento. Llueve y hace frío. Una jornada más. 

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