domingo, 21 de abril de 2013

Diario (60) 7 de abril de 2003


               Es lunes. Nueva semana. He desayunado e hice limpieza en celda y aseos. Nos han repartido la medicación y hago la cama del abuelo, quien trata de echarme una mano. El asturiano todavía duerme. Está enfadado. Tendrían que haberle dado un bolígrafo de insulina para la diabetes pero no sé por qué le han dicho que no.
                Aunque el trabajo físico que debo hacer no es cansado, sudo a mares. Supongo que será efecto secundario de la medicación que tomo.
                Me he enterado de lo que le pasaba ayer al capellán. Había discutido con el licenciado sobre el automovilista. Decía que no le parecía normal que hubieran decretado su ingreso en prisión. El licenciado le llevó la contraria y se calentaron. El capellán, creo que perdiendo un poco los papeles, le llamó carcelero. Pienso que, a veces, se olvida de que a un interno hay expresiones que le pueden hacer demasiado daño. Espero que todo se quede en una simple anécdota y que pronto se olviden del tema.
                El abuelo se ha vuelto a acostar. La celda está, ahora, tranquila. ¡Qué gusto! Esta noche me ha costado dormirme. El automovilista, que está en la cama de al lado, dormía a pierna suelta y roncaba muchísimo. Al asturiano y a mí nos daba la risa.
                Supongo que nos entregaran hoy los paquetes que ayer trajo la familia. Pido a Dios que no me retengan nada. A ver si el licenciado puede evitar que lo hagan.
                La televisión está encendida. Hablan del joven padre que mató a sus hijos en el coche asfixiándolos. La Audiencia Provincial lo ha condenado ya. Está dos o tres celdas más allá de la nuestra. ¿Qué podrá llevar a un hombre a cometer semejante locura?
                Hoy no vienen los capellanes. Un lunes más sin poder celebrar Misa. Aprovecharé para rezar con mayor detenimiento. ¡Gracias, Señor, por un nuevo día!

                Deben ser las 16:00. He conseguido dormir algo. El automovilista echa chispas. Ha solicitado que le dejen traer unas gafas porque las que lleva se han estropeado. Habló, al menos, con tres personas. Le dijeron que no se preocupara y que harían lo posible por traérselas. Las tiene en Ingresos. ¡Nada! Ni trabajadora social, ni psicóloga, ni educador. Solo es ir a ese módulo, cogerlas y entregárselas. O, simplemente, dar la orden para que lo hagan. Me dice que son unos meros burócratas que no sirven para nada. No hace falta mucho tiempo de prisión para darse cuenta de esa realidad. Sin comentarios.
                He comido fabada. Tuve tiempo para leer y tomar algunas notas esta mañana. Rezaré el Oficio esta tarde.
                Antes de la comida, una ATS le ha dado, por fin, el bolígrafo de insulina al asturiano. Éste estaba muy dolido por cómo le trató un sanitario. Por parte de algunos funcionarios y personal sanitario el trato es de un despotismo increíble. Dan ganas de abofetearlos. Alguna excepción hay, pero la excepción confirma la regla.
                A las 18:00 me han entregado el paquete: jersey, cazadora, camisas, ropa interior, pijama, toallas… Me retuvieron el juego de ropa de cama. No está permitido, por lo visto. Me trajeron también un reloj y algunos libros. También unas perchas de plástico. Al fin podré ordenar mi taquilla y colgar la ropa.
Viene a verme el sanitario y charlamos en el economato hasta que me llaman a buscar la medicación. Me señala al hijo de un amigo suyo, un joven de 27 años que está a tratamiento con metadona. Tiene buen aspecto, aseado y agradable.
Me han entregado la correspondencia, seis cartas. Me sorprende especialmente la de una profesora que me dio clase cuando estudiaba el BUP en Tui. ¡Qué sorpresa! ¡Increíble! Gracias, Dios mío. 

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