Es lunes. Nueva semana. He
desayunado e hice limpieza en celda y aseos. Nos han repartido la medicación y
hago la cama del abuelo, quien trata
de echarme una mano. El asturiano
todavía duerme. Está enfadado. Tendrían que haberle dado un bolígrafo de insulina
para la diabetes pero no sé por qué le han dicho que no.
Aunque
el trabajo físico que debo hacer no es cansado, sudo a mares. Supongo que será
efecto secundario de la medicación que tomo.
Me
he enterado de lo que le pasaba ayer al capellán. Había discutido con el licenciado sobre el automovilista. Decía que no le parecía normal que hubieran
decretado su ingreso en prisión. El
licenciado le llevó la contraria y se calentaron. El capellán, creo que perdiendo
un poco los papeles, le llamó carcelero. Pienso que, a veces, se olvida de que
a un interno hay expresiones que le pueden hacer demasiado daño. Espero que
todo se quede en una simple anécdota y que pronto se olviden del tema.
El
abuelo se ha vuelto a acostar. La
celda está, ahora, tranquila. ¡Qué gusto! Esta noche me ha costado dormirme. El
automovilista, que está en la cama de
al lado, dormía a pierna suelta y roncaba muchísimo. Al asturiano y a mí nos daba la risa.
Supongo
que nos entregaran hoy los paquetes que ayer trajo la familia. Pido a Dios que
no me retengan nada. A ver si el licenciado
puede evitar que lo hagan.
La
televisión está encendida. Hablan del joven padre que mató a sus hijos en el
coche asfixiándolos. La Audiencia Provincial lo ha condenado ya. Está dos o
tres celdas más allá de la nuestra. ¿Qué podrá llevar a un hombre a cometer
semejante locura?
Hoy
no vienen los capellanes. Un lunes más sin poder celebrar Misa. Aprovecharé
para rezar con mayor detenimiento. ¡Gracias, Señor, por un nuevo día!
Deben
ser las 16:00. He conseguido dormir algo. El automovilista echa chispas. Ha
solicitado que le dejen traer unas gafas porque las que lleva se han
estropeado. Habló, al menos, con tres personas. Le dijeron que no se preocupara
y que harían lo posible por traérselas. Las tiene en Ingresos. ¡Nada! Ni
trabajadora social, ni psicóloga, ni educador. Solo es ir a ese módulo,
cogerlas y entregárselas. O, simplemente, dar la orden para que lo hagan. Me
dice que son unos meros burócratas que no sirven para nada. No hace falta mucho
tiempo de prisión para darse cuenta de esa realidad. Sin comentarios.
He
comido fabada. Tuve tiempo para leer y tomar algunas notas esta mañana. Rezaré
el Oficio esta tarde.
Antes
de la comida, una ATS le ha dado, por fin, el bolígrafo de insulina al asturiano. Éste estaba muy dolido por
cómo le trató un sanitario. Por parte de algunos funcionarios y personal
sanitario el trato es de un despotismo increíble. Dan ganas de abofetearlos.
Alguna excepción hay, pero la excepción confirma la regla.
A
las 18:00 me han entregado el paquete: jersey, cazadora, camisas, ropa
interior, pijama, toallas… Me retuvieron el juego de ropa de cama. No está
permitido, por lo visto. Me trajeron también un reloj y algunos libros. También
unas perchas de plástico. Al fin podré ordenar mi taquilla y colgar la ropa.
Viene a verme
el sanitario y charlamos en el economato hasta que me llaman a buscar la
medicación. Me señala al hijo de un amigo suyo, un joven de 27 años que está a
tratamiento con metadona. Tiene buen aspecto, aseado y agradable.
Me han
entregado la correspondencia, seis cartas. Me sorprende especialmente la de una
profesora que me dio clase cuando estudiaba el BUP en Tui. ¡Qué sorpresa!
¡Increíble! Gracias, Dios mío.
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