sábado, 20 de abril de 2013

Diario (59) 6 de abril de 2003


                 Hoy me ha tocado afeitar al abuelo. Se ha dejado sin protestar demasiado. Después de tomarme un café y la medicación me fui a celebrar la Misa. Me ayudó uno de los auxiliares del capellán, el culturista. Se pasa el día en el gimnasio, es uno de los encargados en el sociocultural. Es bajito, contrahecho, y supongo que el tener más músculos que cerebro le ayuda para mantener su autoestima. Un funcionario me preguntó si había pasado el primer bache y si me encontraba mejor. El capellán hoy parece enfadado.
                De vuelta en la celda, ofrecida la Misa por el automovilista, que me lo pidió insistentemente, rezo el oficio.  Escribo un par de cartas, una a mi obispo.
                Esta tarde espero recibir la visita de mis padres en locutorios. Mi hermana y cuñado no pueden venir.
Poco a poco creo ir tomándole el pulso a la situación. Ayer le regalé al asturiano un crucifijo –el de San Francisco de Asís- para que me prometiera que no iba a cometer ninguna locura. Junto con el automovilista, que iba subrayando lo que yo le decía, tratamos de convencerlo de que ha de luchar por vivir, aunque sea sólo pensando en sus hijos, uno de cuatro y otro de diez años. Le he dado esparadrapo para que pueda pegar en el tablero las fotografías y, al verlas, tenerlos presentes y olvidar la idea del suicidio. Ya ha intentado acabar con su vida en más de veinte ocasiones. En este momento está durmiendo. No descansa bien. De vez en cuando gime como si fuera un niño y suele despertarse sobresaltado. Hay que acercarse a él y, apaciblemente, hablarle para tranquilizarlo.
El automovilista sigue nervioso. Hoy, si cabe, todavía más porque espera la visita de su familia. Se siente avergonzado y acobardado. También me toca darle ánimos.
He hablado con el joven de la mascarilla al que ayer le dejé la tarjeta para que pudiera telefonear. Tiene varicela. Le quedan pocos meses para cumplir condena. Su apariencia es de un joven de 21 ó 22 años pero resulta que tiene 36 y fue condenado a cumplir 17 años de cárcel. Imagino que por la ley penal antigua. Ha sido muy correcto y educado en su trato conmigo. Le serví un café en el economato y no se lo cobré.
Me ha parado el reloj. Se ha quedado sin pila. He comido una especie de ensalada que lleva setas, espárragos, guisantes, zanahoria… Supongo que será digestiva y que alimentará. Estaba buena. Al ser domingo se retrasan especialmente en dar la medicación. Espero que me dejen dormir un poco la siesta. El automovilista, ayer, no paró de hablar.
Llevo ya dieciocho días aquí. A las 18:00 tendré la visita de mis padres. Dieciocho días sin poder darles un beso ni un abrazo. Tendré que contarles lo de la celda. Al no ser por carta siempre podré añadir una dosis de humor para que se queden tranquilos.
He conseguido dormir, ¡qué bien! No sé qué hora es pero calculo que serán las cinco. El asturiano duerme y el abuelo sale de la celda para volver a entrar una y otra vez. El automovilista, después de despertarme, ha salido a pasear por el pasillo y vuelve con un cafecito. Me acercaré hasta el economato a ver si me tomo también uno.
Se me ha acabado ya el segundo bolígrafo y una carga del Parker. Llevo también tres blocs de cartas y me he quedado sin papel verjurado.
Teníamos comunicación a las 18:30 y hemos salido del módulo a las 19:00. Menos mal que nos han dejado casi una hora para comunicar. Encontré bien a mis padres. Les conté lo del cambio de celda y que soy interno de apoyo. Mi padre conoce al automovilista y el automovilista le conoce a él. Trabajaban en la misma fábrica. Me han traído la televisión y una bolsa con ropa, libros, folios y sobres. Lo entregaron en la entrada. Esperemos que no me retengan nada.
Otra vez tarde la medicación. Me tomé un café con leche y, ya pasado el recuento, intentaré dormir. Un día más. El próximo martes podré volver a ver a mis padres y, espero, a mi hermana. Al ser en vis a vis podré, por fin, darles un abrazo. Mamá me ha dicho que me ve más delgado y mi padre dice que aún tengo barriguita. Los ha llamado un sacerdote de Madrid para preguntar por mí. Se quedó mudo al enterarse. También un joven a quien había dado catequesis cuando era seminarista. Sin embargo han echado de menos las llamadas de otros amigos. No he dicho nada cuando me los han ido nombrando. Tampoco me han escrito. Me han animado mucho y me han preguntado por el capellán y el sanitario. ¡Qué alegría poder verlos! Señor, protégelos y defiéndelos. Domine, ut vídeam!

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