Hoy me ha tocado afeitar al abuelo. Se ha dejado sin protestar
demasiado. Después de tomarme un café y la medicación me fui a celebrar la
Misa. Me ayudó uno de los auxiliares del capellán, el culturista. Se pasa el día en el gimnasio, es uno de los encargados
en el sociocultural. Es bajito, contrahecho, y supongo que el tener más
músculos que cerebro le ayuda para mantener su autoestima. Un funcionario me
preguntó si había pasado el primer bache y si me encontraba mejor. El capellán
hoy parece enfadado.
De
vuelta en la celda, ofrecida la Misa por el automovilista,
que me lo pidió insistentemente, rezo el oficio. Escribo un par de cartas, una a mi obispo.
Esta
tarde espero recibir la visita de mis padres en locutorios. Mi hermana y cuñado
no pueden venir.
Poco a poco
creo ir tomándole el pulso a la situación. Ayer le regalé al asturiano un crucifijo –el de San
Francisco de Asís- para que me prometiera que no iba a cometer ninguna locura. Junto
con el automovilista, que iba
subrayando lo que yo le decía, tratamos de convencerlo de que ha de luchar por
vivir, aunque sea sólo pensando en sus hijos, uno de cuatro y otro de diez años.
Le he dado esparadrapo para que pueda pegar en el tablero las fotografías y, al
verlas, tenerlos presentes y olvidar la idea del suicidio. Ya ha intentado
acabar con su vida en más de veinte ocasiones. En este momento está durmiendo.
No descansa bien. De vez en cuando gime como si fuera un niño y suele
despertarse sobresaltado. Hay que acercarse a él y, apaciblemente, hablarle
para tranquilizarlo.
El automovilista sigue nervioso. Hoy, si
cabe, todavía más porque espera la visita de su familia. Se siente avergonzado
y acobardado. También me toca darle ánimos.
He hablado con
el joven de la mascarilla al que ayer le dejé la tarjeta para que pudiera
telefonear. Tiene varicela. Le quedan pocos meses para cumplir condena. Su
apariencia es de un joven de 21 ó 22 años pero resulta que tiene 36 y fue
condenado a cumplir 17 años de cárcel. Imagino que por la ley penal antigua. Ha
sido muy correcto y educado en su trato conmigo. Le serví un café en el
economato y no se lo cobré.
Me ha parado
el reloj. Se ha quedado sin pila. He comido una especie de ensalada que lleva
setas, espárragos, guisantes, zanahoria… Supongo que será digestiva y que
alimentará. Estaba buena. Al ser domingo se retrasan especialmente en dar la
medicación. Espero que me dejen dormir un poco la siesta. El automovilista, ayer, no paró de hablar.
Llevo ya
dieciocho días aquí. A las 18:00 tendré la visita de mis padres. Dieciocho días
sin poder darles un beso ni un abrazo. Tendré que contarles lo de la celda. Al
no ser por carta siempre podré añadir una dosis de humor para que se queden
tranquilos.
He conseguido
dormir, ¡qué bien! No sé qué hora es pero calculo que serán las cinco. El asturiano duerme y el abuelo sale de la celda para volver a
entrar una y otra vez. El automovilista,
después de despertarme, ha salido a pasear por el pasillo y vuelve con un
cafecito. Me acercaré hasta el economato a ver si me tomo también uno.
Se me ha
acabado ya el segundo bolígrafo y una carga del Parker. Llevo también tres blocs
de cartas y me he quedado sin papel verjurado.
Teníamos comunicación
a las 18:30 y hemos salido del módulo a las 19:00. Menos mal que nos han dejado
casi una hora para comunicar. Encontré bien a mis padres. Les conté lo del
cambio de celda y que soy interno de apoyo. Mi padre conoce al automovilista y el automovilista le conoce a él. Trabajaban en la misma fábrica. Me
han traído la televisión y una bolsa con ropa, libros, folios y sobres. Lo
entregaron en la entrada. Esperemos que no me retengan nada.
Otra vez tarde
la medicación. Me tomé un café con leche y, ya pasado el recuento, intentaré
dormir. Un día más. El próximo martes podré volver a ver a mis padres y,
espero, a mi hermana. Al ser en vis a vis podré, por fin, darles un abrazo.
Mamá me ha dicho que me ve más delgado y mi padre dice que aún tengo
barriguita. Los ha llamado un sacerdote de Madrid para preguntar por mí. Se
quedó mudo al enterarse. También un joven a quien había dado catequesis cuando
era seminarista. Sin embargo han echado de menos las llamadas de otros amigos.
No he dicho nada cuando me los han ido nombrando. Tampoco me han escrito. Me
han animado mucho y me han preguntado por el capellán y el sanitario. ¡Qué
alegría poder verlos! Señor, protégelos y defiéndelos. Domine, ut vídeam!
No hay comentarios:
Publicar un comentario