17:00 Esta primera noche en la
nueva celda no es que haya podido dormir demasiado. Menos mal que durante la
tarde pude recuperar algo de sueño.
A
las 4:30 de la madrugada al guardés le
dieron tres ataques de epilepsia. El asturiano
me ayudó a sujetarlo y le metimos una tela en la boca para que no se mordiera
la lengua. ¡Qué impresión! El asturiano
le resta importancia al asunto y me dice que es todo “cuento”. La doctora, después de atender otras dos urgencias, llega
a las 4:45. Ya le había pasado todo al guardés.
La médico comenta: “ya sé qué le pasa, como está enfadado conmigo, tiene que darme la
noche”. Subió acompañada del funcionario de guardia.
El
abuelo, un hombre de 75 años, padece
incontinencia. Se levanta cada dos por tres para ir a orinar. Cuando se queda
dormido habla en voz alta y clara: “Marica,
¿xa chegaste do traballo?”. Y repite una y otra vez ese nombre. Es el de su
esposa, Mari Carmen, a quien por lo visto ha matado de un hachazo. Tuvieron
trece hijos y, ahora, le viven once. Él trabajó toda su vida en barcos
bacaladeros. Está un poco pasado de rosca y no hace más que repetir las mismas
cosas. Viene sin ropa, sólo con un pijama, y tiene frío.
El
asturiano, creo que de 42 años, viene
de la prisión de Villabona porque está en obras. Quiere marcharse para allá y
ha solicitado el traslado en varias ocasiones. Tiene diabetes y está a
tratamiento psiquiátrico. Padece una esquizofrenia paranoide. Creo que cumple condena por
homicidio. De noche, cuando se queda dormido, llora y habla con su madre, a la
que dice ver también cuando está despierto. Me ha contado que ha tenido una
infancia difícil. Que eran muchos hermanos y el padre, un borracho, les daba
unas palizas tremendas a todos. Está como un cencerro, pero hoy me ha echado
una mano en los quehaceres diarios.
El
guardés ha pedido el alta voluntaria. Anda de acá para allá, nervioso, por si
lo mandan o no para un módulo.
He
celebrado la Santa Misa a las 12:00 y he aprovechado para rezar el breviario en
la capilla. Después, ya en la celda, he respondido a las cinco cartas que tenía
pendientes. Preparé la bolsa y la envié para que la lleven el domingo mis
padres: alguna ropa sucia y algún calzado que aquí no utilizo. A ver si consigo
hablar con ellos por teléfono.
Me
resulta un poco complicado escribir y poder leer o rezar. El abuelo, sobre todo, no para de hablarme.
Mañana,
sábado, no vendrá el capellán ni tendré visita. Se ha acercado hasta aquí el licenciado que, como es habitual, me
tomó el pelo un rato pero me dijo que no habría problema en Ingresos con el
paquete.
Ahora
discuten el asturiano y el guardés. El primero le echa en cara al
segundo que si se va de una vez o no, y que se deje de quejar como una niña.
He
de solicitar ropa para el abuelo. No
para de quejarse. Normal. Solo trae el pijama y una bata. Tiene frío.
Me
llaman a locutorios…
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