domingo, 31 de marzo de 2013

Diario (51) 29 de marzo de 2003


                11:10 Acaban de repartir la medicación. He lavado el chándal, hecho limpieza en la celda y desayunado. Me han entregado el resguardo autorizando las llamadas telefónicas en respuesta a la instancia del día 26. ¿Dónde ha ido a parar el del día 20? Misterios de los centros penitenciarios.
                Me acabo de llevar un pequeño susto al ver que ni nombre no aparece en la lista de comunicaciones. El hijo del Cabo me asegura que no tiene importancia. Si mi familia ha solicitado comunicar me llamarán igual a locutorios. ¡Eso espero!
                Supongo que hoy no podré celebrar Misa. El capellán tiene una salida programada con algunos internos. Van a Tui, A Guarda y Baiona. Rezo el breviario y hago la meditación en la celda.
                El día vuelve a ser gris. Ha llovido toda la noche y a primera hora de la mañana parecía diluviar. Esta es una de las zonas más lluviosas de España. Habrán elegido el lugar para ver si así se lavan nuestros pecados. Bueno, mejor esto que morirse de calor. Esta noche, como viene siendo costumbre, me he despertado en numerosas ocasiones. Me da la sensación de que mi interno de apoyo está hasta las narices de tener que aguantarme en su celda. Creía conocerlo pero confieso que parece otra persona. Hay momentos en los que se muestra cercano pero, la mayoría del tiempo, marca distancia. En fin, estoy deseando ver a la familia.
                13:50 Me han llamado a comunicar y he podido hacerlo: mis padres, hermana y cuñado. Coincidimos en que el capellán nos parece un poco alarmista en alguna apreciación. Mi hermana me insiste en que siga escribiendo a las niñas porque les hace muchísima ilusión recibir mis cartas. Les hablo de traerme la televisión y un radio casete. Todavía debo informarme sobre cómo hemos de hacer para que me lo autoricen. También tengo que enviar una instancia autorizándolos para que les entreguen la maleta y cds que me retuvieron en ingresos. Hemos concretado un vis a vis para el martes 8 de abril. Mis padres me han dicho que mi compañera de instituto les ha dado 80 € para que me los ingresen en peculio. A ver si, con el tiempo, puede venir a verme a locutorios. También me cuentan que el abogado de Madrid les ha causado buena impresión y que les ha dicho que quiere venir a entrevistarse conmigo. No ha concretado su minuta pero ha hablado ya de que puede ascender a cinco millones de pesetas (¡treinta mil euros!). Creen que es importante que lleve mi caso porque es penalista y está en Madrid, donde se presenta el recurso de casación. Me dicen que las concentraciones de apoyo se dejarán de realizar, aunque me parece intuir que el abogado de Madrid no está muy de acuerdo con ello –apreciación subjetiva mía-.
                14:15 Me tomo un café y la medicación. El hijo del Cabo y el Segundo me explican cuáles son los pasos a seguir para que me puedan traer televisor y radio. Una vez que los dejen en ingresos debo dar autorización escrita a través de instancia para que me retiren del peculio el importe de la revisión de los aparatos. El hijo del Cabo me dice que no cree que me autoricen la radio, que me harán encargar una por demandadero.
                16:15 He echado una siesta. Me despiertan los gritos de entusiasmo de los internos que salen corriendo para practicar el deporte rey. Aquí hay pasión por este deporte, por verlo, oírlo o jugarlo. Cada sábado, los autorizados, salen al campo con verdadera ansiedad, con hambre de juego. Parecen transformarse en chicos de colegio que estuvieran en una liga cuya meta les concediera un gran premio. Parecen correr hacia la libertad, con ímpetu, con ilusión, con miles de energías acumuladas para poder derrochar.
                No me gusta el fútbol. Quizás porque en el seminario era casi tan obligatorio ver o jugar un partido como el cumplimiento del precepto dominical. Hubo una época en la que le he llegado a tener tirria a ese deporte. Recuerdo bromear al respecto de este juego y decir que me parecía una solemne tontería que veintidós hombres corran tras una pelota para luego darle una patada mientras los espectadores, acalorados, discuten o llegan incluso a la pelea por éste o aquél equipo. Lo único animado era ver las disputas y enojos que acababa pagando el árbitro de turno. No entiendo mucho a los aficionados al futbol. Darían cualquier cosa por su equipo, por asistir a un partido, por conseguir el autógrafo de un jugador o estrechar su mano. Los hay, incluso, de los que se gastan lo que no tienen por asistir a un encuentro que es televisado, que recorren cientos o miles de quilómetros, que se enfadan con su vecino o compañero porque no es de su equipo, que comienzan la semana amargados por una derrota de un equipo en el que no juegan. Sí, soy un personaje peculiar y extraño a quien no le gusta el deporte rey. Menos mal que ahora vivimos otras épocas. En algún tiempo esto era motivo de suspicacias y sospechas. “Este niño ha salido rarito” –se comentaba-. Se te miraba casi con desprecio y había quien se alejaba de ti como si fueras a contagiarle una extraña epidemia. Fútbol y hombría parecían entonces ir de la mano. A todo macho le tenía que gustar y debía pertenecer a un equipo. De lo contrario lo que se ponía en entredicho era tu hombría. Pasabas a formar parte de una especie poco común y peligrosa.
                Curiosamente, con el tiempo, he pasado a ser “aficionado” de un equipo. Siempre del contrario al de mi interlocutor. He comprendido que para opinar sobre futbol no es necesario tener ni la más remota idea. Ni siquiera hace falta ver un partido para poder llevar la contraria al forofo de turno y conseguir llegar a una discusión. Basta con que digas, más o menos, “menudo partido el de ayer” para que tu interlocutor ya siga la conversación sin necesidad de que digas nada más. Si han ganado, es que son los mejores. Si han perdido, es que les han robado el partido. Ay, el deporte rey. Desde que eres bien niño se te regala ya un balón y un equipamiento de fútbol, el de quien te lo proporciona. Cuántos padres sueñan con que su hijo, el día de mañana, les saque de la situación en la que viven dando patadas a un balón. De sueños e ilusiones también se vive. Eso sí, pobre niño si no le gusta el fútbol, porque comienza ya su conflicto generacional.
                Nunca me había planteado escribir un diario. Sin embargo, desde que he llegado a prisión, no ha pasado un día en que no escriba algo. Confieso que me gusta. Escribiendo, además de conseguir distraerme, el tiempo se me va más aprisa. Además consigo mantener despiertas las neuronas y, aunque sólo momentáneamente, me olvido un poco del asunto que me ha traído hasta aquí. Compagino la escritura con la lectura y la oración. Bueno, también con la limpieza del módulo, de la celda y de mi ropa. Lo único que me preocupa de mi inclinación a la escritura es que pueda volverme huraño. Me encierro horas y horas en la celda y me comunico poco con los demás. Soy un charlatán nato pero aquí las conversaciones no son demasiado interesantes: futbol, delitos, leyes, injusticias, el tiempo que resta para cumplir condena o salir de permiso… El tema estrella, por supuesto, las mujeres o, más bien, determinado aspecto de lo que se puede o desea hacer con ellas. Que si me he tirado a no sé cuántas, que si qué pena que no podamos tener a ésta, que si hace ya mucho que no mojo… Reconozco que ninguno de ellos ha hecho promesa de celibato pero…parecen unos obsesos que sólo tuvieran una cabeza, y no precisamente sobre los hombros. Algunos están deseando que llegue el domingo para poder ver a las mujeres que van a Misa. Una motivación muy poco sobrenatural. Sí, esto es la cárcel. Y, por si fuera poco, alguno de los funcionarios es todavía más obseso que cualquiera de los internos. De vez en cuando, desde el centro de control, ponen películas X en el canal de vídeo. ¡Alfalfa para los burros! ¿Pasan hambre? Démosle más motivos para recordárselo. Menos mal que estoy en la enfermería, no quiero imaginar cómo será una noche de esas en cualquier módulo. Y, después, dicen, los que necesitan tratamiento y reinserción son los presos. ¡Viva la reeducación!
20:10 Acaban de repartir la medicación. La tarde ha sido completita. Aunque no he podido celebrar la Misa he rezado el breviario, el rosario e hice la oración mental. Aproveché también para escribir un par de cartas. Se oye un televisor. Otra vez fútbol. Bueno, mejor eso que otras cosas.
¡Vivir el presente y vivir el amor! Sobre estos temas he hecho hoy la oración. Tratar de no fugarme de la realidad que vivo ni mirando al ayer con nostalgia ni pensando en un futuro de ensueños. Vivir el hoy, aquí y ahora, y actualizar en él el Amor inmenso de Dios.
No dejo de preguntarme por qué ha querido Dios que vuelva a esta prisión. He ido a pasear por el pasillo de la planta de abajo. Lo hice sin apartar la vista, todo lo contrario, del interior de las celdas por las que iba pasando y que tenían la puerta abierta. Me inundó una inmensa sensación de lástima, de tristeza. En una de ellas, recuerdo, administré la absolución sub conditione al chatarrero. En otra vivía un joven que terminó ahorcándose en la ducha. Al ir pasando me daba la sensación de estar viendo una de esas escenas en las que se ven hospitales del tercer mundo acogiendo a víctimas de una catástrofe. Celdas sucias, desordenadas, malolientes… con  inquilinos enfermos y de aspecto similar al de su celda. ¿Enfermería? ¿Y la higiene y atención? El piso en el que estoy, en comparación, es un hotel de cinco estrellas. ¡Señor, también aquí hay desigualdades! ¿Qué hacer? ¿Cómo subsanarlo? Al ver semejante panorama no puedo sentirme abandonado de la mano de Dios. Siento que soy un privilegiado. ¿No podemos hacer nada por dignificar esas vidas? ¡Son hijos tuyos, como yo! Ut vídeam! 

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