sábado, 30 de marzo de 2013

Diario (50) 28 de marzo de 2003


                  A última hora de ayer, justo antes de que nos chaparan, me llamaron a control. Tenía dos cartas, de mi hermana y de mis sobrinas. A la mayor le han dicho que me he ido de viaje a Barcelona y que tardaré en regresar. Rompió a llorar. Mi hermana tuvo que tranquilizarla y la invitó a escribirme.
                Mi hermana me habla de las gestiones que están realizando para mi defensa y del apoyo que reciben de mucha gente. Menciona a mi compañero de curso y a mi ex compañera de instituto y les llama, junto a mi padre, “los tres mosqueteros”, por la labor que están llevando a cabo. También me deja claro que no se ha creído mi “actuación” del sábado en locutorios, cuando les decía que todo iba muy bien. Me anima a luchar y a mantenerme alerta. Quiere que aproveche el tiempo y me dedique a estudiar.
                ¡Cuántas gracias he de dar a Dios por mi familia y por estos amigos! Tengo la sensación de no haber sabido aprovechar mi tiempo en corresponder a su cariño. Cuánto tiempo, incluso dinero, en agasajar a otras personas que decían quererme pero que han demostrado que su cariño era endeble y fugaz. ¿Aprenderé de una vez la lección?
                Ayer leía una frase que me llamó tremendamente la atención: “¡Qué espantosa esterilidad la de descubrir, a la llegada de la muerte, que hemos sido el bufón de muchos, pero que los más nos despreciaban a la misma hora en que nos admiraban, aplaudían o rociaban de incienso!”. Al menos he tenido la suerte de no tener que esperar a la hora de la muerte.
                Nueve días en prisión. Muchos, de quienes esperaba al menos una palabra de aliento, ni siquiera se han molestado en ponerme dos letras. Cuando la vida nos sonríe, ¡cuántos turiferarios a nuestro alrededor! Cuando nos da un palo, el olor a incienso ya no es de honor, gloria y alabanza, sino de muerte.
                Aceptar la realidad, la dureza de la vida, y luchar. Tengo, al menos, la suerte de no estar solo. No están todos los que creía que estarían. ¡No importa! De los errores se aprende y de las caídas nos levantamos. ¡Duele!, pero nos levantamos.
                Ha hecho falta que lo que tantas personas que me quieren me decían, me lo dijese una psiquiatra: “es usted un ingenuo”. Viene a mi mente otra frase que leí el pasado 24 y que me impactó: “En el amor hoy ya sólo creen los santos y unas cuantas docenas de niños, de ingenuos o de locos”. Bueno, pues si he sido ingenuo creyendo en el amor, he de renovar el propósito de creer en él como santo. Ut vídeam!
                11:45 Llueve y todo es silencio. Alguna gaviota revolotea ahí afuera pero sin atreverse tampoco a romper el silencio. Hoy me he levantado sobresaltado por el ruido que producía un generador. Al faltar la electricidad se pone en marcha. Después de recoger la medicación y de tomarme un café subí a mi celda. Estuve colocando fotografías en mi tablero. ¡Cuántos recuerdos! Al menos rememoro en el pensamiento lo vivido.
                13:30 He celebrado la Santa Misa y prolongado la acción de gracias. El capellán me ha contado hoy que alguien ha telefoneado al Obispo diciendo ser de su pueblo y trabajar para instituciones penitenciarias. Le comentó que doce funcionarios habían denunciado que el Obispo, mi abogado y sabe Dios quién más, estaban organizando protestas contra los funcionarios de esta prisión por mi encarcelamiento y que, por tanto, solicitarían mi traslado. El capellán, junto con el subdirector, ha investigado para averiguar si se había producido alguna denuncia o si se me había propuesto para ser trasladado. ¡Totalmente falso! Nada de nada. ¿Quién puede atreverse a semejante historia? ¿Cómo llamar al Obispo para contar tales patrañas? Parece de novela.
                El capellán, me cuenta, se ha puesto en contacto con mi compañero de curso y mi abogado. Harán lo posible, de inmediato, para que dejen de celebrarse manifestaciones a mi favor y se procure, así, eliminar mi nombre, cuanto antes, de los medios de comunicación. Sospechan que algún familiar de los denunciantes, molestos por todas las noticias a mi favor, haya sido quien moviese estos “extraños hilos”. Por lo visto, también mi padre le ha comentado al capellán que alguien había asegurado que me iban a trasladar a Canarias. Se empeñan en especular que detrás de toda esta situación hay una “mano negra”, alguien que sabe dónde pisa y que hilos mover, alguien que está detrás de mi proceso y ha venido a por mí desde un principio.
                Pese a todo lo que me cuenta, el capellán me insiste en que parece que las aguas retornan a su cauce y que, aquí, en prisión, hay tranquilidad con respecto a mí. ¿Increíble todo esto? ¿Quién, Señor? Como tantas veces he pensado y repetido a lo largo de estos dos últimos años: ¡la realidad supera la ficción! ¿Quién quiere hacerme tanto daño? Y, sobre todo, ¿por qué? “Nada hay oculto que no llegue a descubrirse”. Ut vídeam!
14:10 Ha habido recuento. He comido un pedazo de pizza. Hice la colada y la he puesto a secar. Es la hora de la siesta y el silencio vuelve a reinar. Por fin me ha llegado la autorización para telefonear. Al momento de entregármela pedí para llamar. Me saltó el contestador. Ya es mala suerte. Me consuela saber que al ser viernes mañana podré comunicar con la familia en locutorios. ¡Bendito sea Dios! ¡Qué semana!
17:30 Me falta rezar el rosario. Hoy el cielo está encapotado, gris, no para de llover y hace frío. Igual de gris parece sentirse mi alma. Me llaman por megafonía.
         20:53 Me reclamaban para entregarme la correspondencia, tres cartas, un sacerdote, una ex feligresa y un ex alumno. Las he respondido ya. He puesto el chándal a remojo y estoy preparado para trasladarme a la celda de mi interno de apoyo. Estoy contento porque mañana es día de comunicación. 

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