viernes, 29 de marzo de 2013

Diario (49) 27 de marzo de 2003


                10:24 Me he tomado ya dos cafés. He estado con el educador, en el economato. Hemos hablado de uno de los sanitarios y del piso de mi hermana. Frente a ella vive un funcionario que, por lo visto, quiere vender su piso porque lo trasladan de centro.
                He limpiado el pasillo y las salas comunes, he recogido la ropa que lavé ayer, me he dado una ducha y me he afeitado. Espero ya al capellán. Hoy el día está oscuro y se siente el rugido del aire entre las puertas y ventanas. Produce ese sonido tan típico de vendaval en las pelis de terror.
                La prisión está despierta. Las mañanas son muy distintas a las tardes. El silencio se rompe por los gritos de los internos de otros módulos, por los carros que pasan hacia la cocina, por quienes están destinados para la realización de distintos trabajos o tareas. Se oyen martillos golpeando piedra. También los grifos, indiscretos, delatan a quienes aprovechan para asearse a esta hora. Frecuentemente la megafonía se pone en marcha y después de un “din-don-din” se oye la voz de un funcionario llamando a alguien a la oficina, a control o para cualquier otro evento. Lo más común es que llamen al griego para que les lleve café o cualquier otra cosa del economato.
                La techumbre de la prisión es metálica. Al hacer viento se produce una auténtica escandalera. Da la sensación de que, de un momento a otro, todo se irá por los aires. Hoy no hay gaviotas.
                11:25 He rezado el oficio d lecturas, laudes y hora intermedia. He hecho la oración. De labios de Tertuliano vienen unas palabras de consuelo para todo encarcelado: la oración cristiana “no coloca un ángel para apagar con agua el fuego”. El incendio que me quema sigue ahí. Su fuego trata de devorarme día a día para poder dejarme reducido a cenizas. No “cierra la boca de los leones”. Siguen hablando y hablando. Sus bocas abiertas amenazan con triturarme vivo y despedazarme. No “lleva al hambriento la comida”, “ni deja ningún sufrimiento”. No se nos ahorra ninguna desdicha. Hemos de sufrir como cualquier otro. Sin embargo, nos “enseña la paciencia y aumenta la fe”, nos predispone a conocer lo que el Señor tiene preparado para quien padece por Él y se mantiene fiel.
                12:40 Por fin ha venido el capellán y me ha acompañado para celebrar la Santa Misa. He estado un buen rato dando gracias. Me ha traído dos cartas. Una de ellas con un remitente que no tengo ni idea de quién es.
                Sigo sin poder telefonear y, creo, con el funcionario que está hoy de guardia la voy a tener clara. Es el que el día 21 no me dejaba salir a celebrar ni acompañado del capellán. Comprendo que tienen sus normas pero el mismo capellán afirmó que éste estaba “por joder” ya que, siempre que llama a alguien de un módulo para que se acerque a hablar con él, lo autorizan a ir. Aprovecho para entregar al capellán la instancia que redacté ayer solicitando autorización para llamar a casa, a ver qué pasa. Me cuenta que tiene programada una salida con internos para el próximo sábado y que de Madrid le ha llegado la lista excluyendo a cuatro. Los cuatro extranjeros y de los que cuando salen de permiso son acogidos en el piso de Pastoral Penitenciaria. ¿Órdenes de Madrid? ¿Casualidad? ¿Racismo puro y duro? ¿Ganas de fastidiar al capellán? Cosas de los Centros Penitenciarios.
                14:30 He comido: fabada. Al menos me ha calentado el cuerpo, lo que no viene nada mal aquí. Cuando me dirigía al comedor, alguien me preguntó si los evangelistas eran católicos. Durante la comida descubrí el motivo. Uno de los internos ha puesto en el tablón un anuncio de reunión de evangélicos para el próximo sábado. Alguien le preguntó que si venía un pastor y respondió que él mismo ejercería sus funciones. Se hace un poco de cachondeo con el tema. Un interno se dirige a mí para decirme “te van a quitar el puesto”. “Antes –respondo-  tendrían que habérmelo dado, ¿no?”.
                En el economato sigue la querella sobre los evangélicos. Un interno afirma tener permiso de la directora de la enfermería para que se celebre la reunión sabatina. Una enfermera le pregunta sobre sus ideas y éste, aunque exaltado, da cuenta del recado y le habla de San Pablo y la conversión. Uno de los internos encargados del orden en el módulo, el “Segundo”, quiere cerrar los chabolos. Cuando alguien le recrimina por su prisa invitándole a esperar porque se está hablando de la Palabra de Dios, le responde: “yo la Palabra de Dios la escucho donde la tengo que escuchar, no aquí”. Cuestión zanjada. Nos retiramos cada uno a nuestras celdas.
                17:45 He dormido la siesta, rezado las vísperas y el rosario. Sale el sol. En el patio del módulo de enfrente unos internos juegan al balón. Son jóvenes y ágiles. Da la sensación, desde aquí, de estar en la ventana de un edificio viendo a cualesquiera jóvenes jugando al futbol.  Si alguien los observara fuera de este lugar no caería en la cuenta de que son reclusos. Su aspecto externo no es distinto al de cualquier joven de barrio que pudiera estar haciendo lo mismo ahora. Lo único que quizás pudiera llamar la atención es que casi todos llevan el pelo muy corto. Observándolos, es imposible adivinar la causa que los ha convertido en convictos. No tienen cara de asesinos, ni de ladrones, ni de violadores…tienen, simple y llanamente, cara de hombres jóvenes. ¿Qué distingue a un delincuente? ¿Qué es lo que un juez ve en nuestro rostro para poder sentenciar, sin miedo a equivocarse, que hemos delinquido? Pruebas de cargo. ¿Si no las hay? ¿En qué se diferencia mi palabra de la palabra de quien me acusa? ¿Cómo saber escudriñar quién es el que miente?
                En la vista en la que se solicitaba mi inmediato ingreso en prisión se aludía a mi peligrosidad. En otras ocasiones, a mi personalidad delictiva. Sin embargo, ninguno de los peritos, psicólogos y psiquiatras que me han reconocido, han hecho referencia alguna a esos supuestos rasgos caracterizadores de mi personalidad. Al contrario más bien. Sólo fiscal y acusación, además de algún portavoz de las familias de los jóvenes que me denuncian, afirman tal cosa. Pero… ¡aquí estoy!
                En estos ocho días he recibido nueve cartas. Se me invita a la esperanza, se me anima a seguir luchando, se me recuerda que soy inocente y que han cometido una injusticia conmigo. En la edición de la Voz de Galicia, del lunes 24 de marzo, se puede ver una fotografía en la que aparece una mujer con una pancarta en sus manos en la que se lee: “justicia para un inocente”. En titulares se subraya: “Los vecinos de Baredo reclaman la libertad del párroco encarcelado. La mayoría de la parroquia lo considera inocente y cree que la Justicia se equivoca”. La crónica relata que “un nutrido grupo de vecinos…portando numerosas pancartas y carteles” fueron coreando “Edelmiro encarcelado, tribunal equivocado”, “lo que han hecho es una injusticia” y gritos similares. Es la tercera concentración que se produce desde que se conoció la sentencia condenatoria. Ya en 2001, cuando me encarcelaron como preventivo, se reunieran en un pueblo cercano a éste en el que se encuentra la cárcel, más de mil personas. Entonces, en los días que pasé aquí, recibí más de 500 cartas. Ni una sola contenía reproche alguno sino palabras de ánimo y confianza absoluta en mí.
                19:12 Uno de los sanitarios acaba de subir a visitarme. Me dice que llamará a mi casa y a la que fue mi compañera de instituto para tranquilizarlos y me invita a no preocuparme por mi situación aquí, que deje pasar el tiempo. Cree que, en realidad, a quien tratan de “joder” no es a mí sino al capellán, a quien apodan “el subdirector eclesiástico”. Parece que no son pocos los que le tienen ojeriza porque es capaz de conseguir lo que otros no pueden o no saben. Me invita a mantenerme con ánimos y me cuenta unos chistes que no se pueden transcribir. Es tan buena persona como bruto contando chistes.
                20:00 Han repartido la medicación. El sanitario me da una caja de antigripales que, enseguida, llevo a la celda del hijo del Cabo. Hoy tampoco he tenido correspondencia. Confieso que me entristece pero debo pensar que será lo normal. Esta vez pesa sobre mí una condena de 15 años, ¿quién va a querer escribirme?
                Ya espero a que vengan a chaparnos. Antes, claro, debo irme a la celda de mi interno de apoyo. Octavo día. Una semana desde mi ingreso y desde el sábado sin poder hablar con mi casa.
 “Non nobis, Dómine, non nobis, sed nómini tuo da gloriam”
Reina de la Paz, ruega por el mundo en guerra
Reina de las familias, protege a mi familia y amigos
Reina de la misericordia, ten compasión de mí y de mis compañeros presos.

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