jueves, 28 de marzo de 2013

Diario (48) 26 de marzo de 2003


              9:45 Ayer, antes de que nos chaparan, el hijo del Cabo me invitó a jugar una partida a la Play. Tiene una en su celda. Fue un pequeño ratito de entretenimiento y distracción que me sentó bien.
                Esta mañana han venido a buscar el televisor que me habían prestado. Era de un brasileño al que le acaban de conceder la libertad.
                Llueve. Me he duchado, desayunado, limpiado el chabolo y tomado la medicación. Nos llaman por megafonía para ir a cobrar el peculio: 35 €. Espero que me lleguen para toda la semana.
                Sigo sin noticias sobre la instancia que redacté para que me autoricen a telefonear. Me dicen que lo normal es que la respondan al día siguiente o a los dos días. Lo ofrezco al Señor y ¡sólo Él sabe cuánto me cuesta no poder comunicarme con mi familia!
                En una de las cartas que recibí ayer, mi compañero de curso me envió un recorte del Correo Gallego: Cartas al director, 22/03/03. Han mutilado el texto original pero, al menos, lo han publicado y se entiende lo que se quería afirmar. Es curioso que en una sociedad democrática que presume de libertad de expresión se trasquile un escrito a conveniencia de determinado redactor.
                12:35 He rezado el oficio de lecturas, laudes, hora intermedia y he hecho la oración personal. Celebré la Santa Misa y estuve largo rato dando gracias. El capellán me cuenta que ha estado con mis padres. Les ha dicho que había problemas y han reaccionado bien. En esta ocasión no me dan carné de destino y sólo puedo salir del módulo cuando el capellán o un funcionario me acompañen. Además, el capellán se ha enterado de que algún o algunos funcionarios han denunciado en Madrid mi situación de “privilegio” en prisión.  ¿A qué llamarán situación de privilegio? El capellán me insiste en que guarde silencio, pase desapercibido y que no se oiga mi nombre por ningún lado.  “Fiat…, ecce…, magníficat…”
                16:14 El silencio, de vez en cuando roto por las gaviotas, es mi compañero. Todo parece en calma y, sin embargo, es como si una gran tormenta estuviera a punto de descargar. Hace frío. Me he quedado dormido un buen rato y el frío me ha calado hasta los huesos. Comienzan a oírse grifos de otras celdas. Alguna de las puertas comienza a abrirse y se oyen pasos lejanos. Por el pasillo alguien camina con cautela. A las 16:28 se empieza a oír alguna voz. Se vuelve a poner en marcha la rutinaria vida del lugar.
                17:30 He hecho la colada, rezado las vísperas y el rosario. Observo por la ventana de mi celda. En uno de los patios de un módulo se ven internos paseando. Van de un extremo al otro del patio en pequeños grupos de cuatro o en pareja. A otros se les ve charlando animadamente junto a la puerta. Ha comenzado a llover.
                Cuando era niño me llamaba la atención el ver a alguien paseando si hacía el mismo recorrido una y otra vez de un lado a otro.  Pensaba que estaría loco. En prisión quizás a todos nos falte un poco de cordura, pero tampoco queda otra alternativa, si se quiere andar, más que la de recorrer el mismo camino sobre los mismos pasos. Como en los patios, en los pasillos o galerías de la enfermería también se pasea de un extremo al otro, una y otra vez, un día y otro. Un modo, probablemente, de restar ansiedad y de sentirse en movimiento…aunque sea a ninguna parte.
                La mayor parte de mi tiempo transcurre en mi celda, pegado a un libro, a una oración, a un papel y a un bolígrafo. Pienso en la historia particular y concreta que puede haber traído aquí a cada uno. La sociedad, las leyes, los jueces… creen que aquí es donde debemos estar, todos juntos, apartados de ese mundo, guardián de bienes y tesoros, que no somos merecedores de poseer. Apartados, para no contaminar, para no desprestigiar, para no destruir la maravillosa convivencia que reina en el mundo exterior. Aquí estamos los renegados, los expulsados, los exiliados de la sociedad  que nos vio nacer, nos educó, nos aportó sus valores, nos enseñó sus reglas… ¿Qué es lo que he hecho mal? Aquí estoy, como un transgresor de las normas, como un peligroso desestabilizador del orden, como un delincuente. Menos mal que creo en Dios, en una historia de salvación, en un sentido y una razón de ser para cada uno y para cada situación. Es lo que me mantiene vivo, lo que permite que siga encendida en mí una tenue luz de esperanza, amor, verdad y justicia. Ut vídeam!
19:35 Acaba de pasar el recuento y mis compañeros están cenando. Una jornada más que ha pasado. Todavía han de llamarnos para la medicación. Aprovecho a escribir otra instancia solicitando autorización para telefonear a mi familia. Mañana se la entregaré en mano al capellán.  Hoy no he tenido correspondencia. No ha venido el sanitario que esperaba y no he podido pedirle antigripales. Me han reventado los labios y me han salido herpes. Supongo que es consecuencia de haber tenido fiebre.
“Non nobis, Dómine, non nobis. Sed nómini tuo da gloriam”

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