domingo, 31 de marzo de 2013

Diario (51) 29 de marzo de 2003


                11:10 Acaban de repartir la medicación. He lavado el chándal, hecho limpieza en la celda y desayunado. Me han entregado el resguardo autorizando las llamadas telefónicas en respuesta a la instancia del día 26. ¿Dónde ha ido a parar el del día 20? Misterios de los centros penitenciarios.
                Me acabo de llevar un pequeño susto al ver que ni nombre no aparece en la lista de comunicaciones. El hijo del Cabo me asegura que no tiene importancia. Si mi familia ha solicitado comunicar me llamarán igual a locutorios. ¡Eso espero!
                Supongo que hoy no podré celebrar Misa. El capellán tiene una salida programada con algunos internos. Van a Tui, A Guarda y Baiona. Rezo el breviario y hago la meditación en la celda.
                El día vuelve a ser gris. Ha llovido toda la noche y a primera hora de la mañana parecía diluviar. Esta es una de las zonas más lluviosas de España. Habrán elegido el lugar para ver si así se lavan nuestros pecados. Bueno, mejor esto que morirse de calor. Esta noche, como viene siendo costumbre, me he despertado en numerosas ocasiones. Me da la sensación de que mi interno de apoyo está hasta las narices de tener que aguantarme en su celda. Creía conocerlo pero confieso que parece otra persona. Hay momentos en los que se muestra cercano pero, la mayoría del tiempo, marca distancia. En fin, estoy deseando ver a la familia.
                13:50 Me han llamado a comunicar y he podido hacerlo: mis padres, hermana y cuñado. Coincidimos en que el capellán nos parece un poco alarmista en alguna apreciación. Mi hermana me insiste en que siga escribiendo a las niñas porque les hace muchísima ilusión recibir mis cartas. Les hablo de traerme la televisión y un radio casete. Todavía debo informarme sobre cómo hemos de hacer para que me lo autoricen. También tengo que enviar una instancia autorizándolos para que les entreguen la maleta y cds que me retuvieron en ingresos. Hemos concretado un vis a vis para el martes 8 de abril. Mis padres me han dicho que mi compañera de instituto les ha dado 80 € para que me los ingresen en peculio. A ver si, con el tiempo, puede venir a verme a locutorios. También me cuentan que el abogado de Madrid les ha causado buena impresión y que les ha dicho que quiere venir a entrevistarse conmigo. No ha concretado su minuta pero ha hablado ya de que puede ascender a cinco millones de pesetas (¡treinta mil euros!). Creen que es importante que lleve mi caso porque es penalista y está en Madrid, donde se presenta el recurso de casación. Me dicen que las concentraciones de apoyo se dejarán de realizar, aunque me parece intuir que el abogado de Madrid no está muy de acuerdo con ello –apreciación subjetiva mía-.
                14:15 Me tomo un café y la medicación. El hijo del Cabo y el Segundo me explican cuáles son los pasos a seguir para que me puedan traer televisor y radio. Una vez que los dejen en ingresos debo dar autorización escrita a través de instancia para que me retiren del peculio el importe de la revisión de los aparatos. El hijo del Cabo me dice que no cree que me autoricen la radio, que me harán encargar una por demandadero.
                16:15 He echado una siesta. Me despiertan los gritos de entusiasmo de los internos que salen corriendo para practicar el deporte rey. Aquí hay pasión por este deporte, por verlo, oírlo o jugarlo. Cada sábado, los autorizados, salen al campo con verdadera ansiedad, con hambre de juego. Parecen transformarse en chicos de colegio que estuvieran en una liga cuya meta les concediera un gran premio. Parecen correr hacia la libertad, con ímpetu, con ilusión, con miles de energías acumuladas para poder derrochar.
                No me gusta el fútbol. Quizás porque en el seminario era casi tan obligatorio ver o jugar un partido como el cumplimiento del precepto dominical. Hubo una época en la que le he llegado a tener tirria a ese deporte. Recuerdo bromear al respecto de este juego y decir que me parecía una solemne tontería que veintidós hombres corran tras una pelota para luego darle una patada mientras los espectadores, acalorados, discuten o llegan incluso a la pelea por éste o aquél equipo. Lo único animado era ver las disputas y enojos que acababa pagando el árbitro de turno. No entiendo mucho a los aficionados al futbol. Darían cualquier cosa por su equipo, por asistir a un partido, por conseguir el autógrafo de un jugador o estrechar su mano. Los hay, incluso, de los que se gastan lo que no tienen por asistir a un encuentro que es televisado, que recorren cientos o miles de quilómetros, que se enfadan con su vecino o compañero porque no es de su equipo, que comienzan la semana amargados por una derrota de un equipo en el que no juegan. Sí, soy un personaje peculiar y extraño a quien no le gusta el deporte rey. Menos mal que ahora vivimos otras épocas. En algún tiempo esto era motivo de suspicacias y sospechas. “Este niño ha salido rarito” –se comentaba-. Se te miraba casi con desprecio y había quien se alejaba de ti como si fueras a contagiarle una extraña epidemia. Fútbol y hombría parecían entonces ir de la mano. A todo macho le tenía que gustar y debía pertenecer a un equipo. De lo contrario lo que se ponía en entredicho era tu hombría. Pasabas a formar parte de una especie poco común y peligrosa.
                Curiosamente, con el tiempo, he pasado a ser “aficionado” de un equipo. Siempre del contrario al de mi interlocutor. He comprendido que para opinar sobre futbol no es necesario tener ni la más remota idea. Ni siquiera hace falta ver un partido para poder llevar la contraria al forofo de turno y conseguir llegar a una discusión. Basta con que digas, más o menos, “menudo partido el de ayer” para que tu interlocutor ya siga la conversación sin necesidad de que digas nada más. Si han ganado, es que son los mejores. Si han perdido, es que les han robado el partido. Ay, el deporte rey. Desde que eres bien niño se te regala ya un balón y un equipamiento de fútbol, el de quien te lo proporciona. Cuántos padres sueñan con que su hijo, el día de mañana, les saque de la situación en la que viven dando patadas a un balón. De sueños e ilusiones también se vive. Eso sí, pobre niño si no le gusta el fútbol, porque comienza ya su conflicto generacional.
                Nunca me había planteado escribir un diario. Sin embargo, desde que he llegado a prisión, no ha pasado un día en que no escriba algo. Confieso que me gusta. Escribiendo, además de conseguir distraerme, el tiempo se me va más aprisa. Además consigo mantener despiertas las neuronas y, aunque sólo momentáneamente, me olvido un poco del asunto que me ha traído hasta aquí. Compagino la escritura con la lectura y la oración. Bueno, también con la limpieza del módulo, de la celda y de mi ropa. Lo único que me preocupa de mi inclinación a la escritura es que pueda volverme huraño. Me encierro horas y horas en la celda y me comunico poco con los demás. Soy un charlatán nato pero aquí las conversaciones no son demasiado interesantes: futbol, delitos, leyes, injusticias, el tiempo que resta para cumplir condena o salir de permiso… El tema estrella, por supuesto, las mujeres o, más bien, determinado aspecto de lo que se puede o desea hacer con ellas. Que si me he tirado a no sé cuántas, que si qué pena que no podamos tener a ésta, que si hace ya mucho que no mojo… Reconozco que ninguno de ellos ha hecho promesa de celibato pero…parecen unos obsesos que sólo tuvieran una cabeza, y no precisamente sobre los hombros. Algunos están deseando que llegue el domingo para poder ver a las mujeres que van a Misa. Una motivación muy poco sobrenatural. Sí, esto es la cárcel. Y, por si fuera poco, alguno de los funcionarios es todavía más obseso que cualquiera de los internos. De vez en cuando, desde el centro de control, ponen películas X en el canal de vídeo. ¡Alfalfa para los burros! ¿Pasan hambre? Démosle más motivos para recordárselo. Menos mal que estoy en la enfermería, no quiero imaginar cómo será una noche de esas en cualquier módulo. Y, después, dicen, los que necesitan tratamiento y reinserción son los presos. ¡Viva la reeducación!
20:10 Acaban de repartir la medicación. La tarde ha sido completita. Aunque no he podido celebrar la Misa he rezado el breviario, el rosario e hice la oración mental. Aproveché también para escribir un par de cartas. Se oye un televisor. Otra vez fútbol. Bueno, mejor eso que otras cosas.
¡Vivir el presente y vivir el amor! Sobre estos temas he hecho hoy la oración. Tratar de no fugarme de la realidad que vivo ni mirando al ayer con nostalgia ni pensando en un futuro de ensueños. Vivir el hoy, aquí y ahora, y actualizar en él el Amor inmenso de Dios.
No dejo de preguntarme por qué ha querido Dios que vuelva a esta prisión. He ido a pasear por el pasillo de la planta de abajo. Lo hice sin apartar la vista, todo lo contrario, del interior de las celdas por las que iba pasando y que tenían la puerta abierta. Me inundó una inmensa sensación de lástima, de tristeza. En una de ellas, recuerdo, administré la absolución sub conditione al chatarrero. En otra vivía un joven que terminó ahorcándose en la ducha. Al ir pasando me daba la sensación de estar viendo una de esas escenas en las que se ven hospitales del tercer mundo acogiendo a víctimas de una catástrofe. Celdas sucias, desordenadas, malolientes… con  inquilinos enfermos y de aspecto similar al de su celda. ¿Enfermería? ¿Y la higiene y atención? El piso en el que estoy, en comparación, es un hotel de cinco estrellas. ¡Señor, también aquí hay desigualdades! ¿Qué hacer? ¿Cómo subsanarlo? Al ver semejante panorama no puedo sentirme abandonado de la mano de Dios. Siento que soy un privilegiado. ¿No podemos hacer nada por dignificar esas vidas? ¡Son hijos tuyos, como yo! Ut vídeam! 

sábado, 30 de marzo de 2013

Diario (50) 28 de marzo de 2003


                  A última hora de ayer, justo antes de que nos chaparan, me llamaron a control. Tenía dos cartas, de mi hermana y de mis sobrinas. A la mayor le han dicho que me he ido de viaje a Barcelona y que tardaré en regresar. Rompió a llorar. Mi hermana tuvo que tranquilizarla y la invitó a escribirme.
                Mi hermana me habla de las gestiones que están realizando para mi defensa y del apoyo que reciben de mucha gente. Menciona a mi compañero de curso y a mi ex compañera de instituto y les llama, junto a mi padre, “los tres mosqueteros”, por la labor que están llevando a cabo. También me deja claro que no se ha creído mi “actuación” del sábado en locutorios, cuando les decía que todo iba muy bien. Me anima a luchar y a mantenerme alerta. Quiere que aproveche el tiempo y me dedique a estudiar.
                ¡Cuántas gracias he de dar a Dios por mi familia y por estos amigos! Tengo la sensación de no haber sabido aprovechar mi tiempo en corresponder a su cariño. Cuánto tiempo, incluso dinero, en agasajar a otras personas que decían quererme pero que han demostrado que su cariño era endeble y fugaz. ¿Aprenderé de una vez la lección?
                Ayer leía una frase que me llamó tremendamente la atención: “¡Qué espantosa esterilidad la de descubrir, a la llegada de la muerte, que hemos sido el bufón de muchos, pero que los más nos despreciaban a la misma hora en que nos admiraban, aplaudían o rociaban de incienso!”. Al menos he tenido la suerte de no tener que esperar a la hora de la muerte.
                Nueve días en prisión. Muchos, de quienes esperaba al menos una palabra de aliento, ni siquiera se han molestado en ponerme dos letras. Cuando la vida nos sonríe, ¡cuántos turiferarios a nuestro alrededor! Cuando nos da un palo, el olor a incienso ya no es de honor, gloria y alabanza, sino de muerte.
                Aceptar la realidad, la dureza de la vida, y luchar. Tengo, al menos, la suerte de no estar solo. No están todos los que creía que estarían. ¡No importa! De los errores se aprende y de las caídas nos levantamos. ¡Duele!, pero nos levantamos.
                Ha hecho falta que lo que tantas personas que me quieren me decían, me lo dijese una psiquiatra: “es usted un ingenuo”. Viene a mi mente otra frase que leí el pasado 24 y que me impactó: “En el amor hoy ya sólo creen los santos y unas cuantas docenas de niños, de ingenuos o de locos”. Bueno, pues si he sido ingenuo creyendo en el amor, he de renovar el propósito de creer en él como santo. Ut vídeam!
                11:45 Llueve y todo es silencio. Alguna gaviota revolotea ahí afuera pero sin atreverse tampoco a romper el silencio. Hoy me he levantado sobresaltado por el ruido que producía un generador. Al faltar la electricidad se pone en marcha. Después de recoger la medicación y de tomarme un café subí a mi celda. Estuve colocando fotografías en mi tablero. ¡Cuántos recuerdos! Al menos rememoro en el pensamiento lo vivido.
                13:30 He celebrado la Santa Misa y prolongado la acción de gracias. El capellán me ha contado hoy que alguien ha telefoneado al Obispo diciendo ser de su pueblo y trabajar para instituciones penitenciarias. Le comentó que doce funcionarios habían denunciado que el Obispo, mi abogado y sabe Dios quién más, estaban organizando protestas contra los funcionarios de esta prisión por mi encarcelamiento y que, por tanto, solicitarían mi traslado. El capellán, junto con el subdirector, ha investigado para averiguar si se había producido alguna denuncia o si se me había propuesto para ser trasladado. ¡Totalmente falso! Nada de nada. ¿Quién puede atreverse a semejante historia? ¿Cómo llamar al Obispo para contar tales patrañas? Parece de novela.
                El capellán, me cuenta, se ha puesto en contacto con mi compañero de curso y mi abogado. Harán lo posible, de inmediato, para que dejen de celebrarse manifestaciones a mi favor y se procure, así, eliminar mi nombre, cuanto antes, de los medios de comunicación. Sospechan que algún familiar de los denunciantes, molestos por todas las noticias a mi favor, haya sido quien moviese estos “extraños hilos”. Por lo visto, también mi padre le ha comentado al capellán que alguien había asegurado que me iban a trasladar a Canarias. Se empeñan en especular que detrás de toda esta situación hay una “mano negra”, alguien que sabe dónde pisa y que hilos mover, alguien que está detrás de mi proceso y ha venido a por mí desde un principio.
                Pese a todo lo que me cuenta, el capellán me insiste en que parece que las aguas retornan a su cauce y que, aquí, en prisión, hay tranquilidad con respecto a mí. ¿Increíble todo esto? ¿Quién, Señor? Como tantas veces he pensado y repetido a lo largo de estos dos últimos años: ¡la realidad supera la ficción! ¿Quién quiere hacerme tanto daño? Y, sobre todo, ¿por qué? “Nada hay oculto que no llegue a descubrirse”. Ut vídeam!
14:10 Ha habido recuento. He comido un pedazo de pizza. Hice la colada y la he puesto a secar. Es la hora de la siesta y el silencio vuelve a reinar. Por fin me ha llegado la autorización para telefonear. Al momento de entregármela pedí para llamar. Me saltó el contestador. Ya es mala suerte. Me consuela saber que al ser viernes mañana podré comunicar con la familia en locutorios. ¡Bendito sea Dios! ¡Qué semana!
17:30 Me falta rezar el rosario. Hoy el cielo está encapotado, gris, no para de llover y hace frío. Igual de gris parece sentirse mi alma. Me llaman por megafonía.
         20:53 Me reclamaban para entregarme la correspondencia, tres cartas, un sacerdote, una ex feligresa y un ex alumno. Las he respondido ya. He puesto el chándal a remojo y estoy preparado para trasladarme a la celda de mi interno de apoyo. Estoy contento porque mañana es día de comunicación. 

viernes, 29 de marzo de 2013

Diario (49) 27 de marzo de 2003


                10:24 Me he tomado ya dos cafés. He estado con el educador, en el economato. Hemos hablado de uno de los sanitarios y del piso de mi hermana. Frente a ella vive un funcionario que, por lo visto, quiere vender su piso porque lo trasladan de centro.
                He limpiado el pasillo y las salas comunes, he recogido la ropa que lavé ayer, me he dado una ducha y me he afeitado. Espero ya al capellán. Hoy el día está oscuro y se siente el rugido del aire entre las puertas y ventanas. Produce ese sonido tan típico de vendaval en las pelis de terror.
                La prisión está despierta. Las mañanas son muy distintas a las tardes. El silencio se rompe por los gritos de los internos de otros módulos, por los carros que pasan hacia la cocina, por quienes están destinados para la realización de distintos trabajos o tareas. Se oyen martillos golpeando piedra. También los grifos, indiscretos, delatan a quienes aprovechan para asearse a esta hora. Frecuentemente la megafonía se pone en marcha y después de un “din-don-din” se oye la voz de un funcionario llamando a alguien a la oficina, a control o para cualquier otro evento. Lo más común es que llamen al griego para que les lleve café o cualquier otra cosa del economato.
                La techumbre de la prisión es metálica. Al hacer viento se produce una auténtica escandalera. Da la sensación de que, de un momento a otro, todo se irá por los aires. Hoy no hay gaviotas.
                11:25 He rezado el oficio d lecturas, laudes y hora intermedia. He hecho la oración. De labios de Tertuliano vienen unas palabras de consuelo para todo encarcelado: la oración cristiana “no coloca un ángel para apagar con agua el fuego”. El incendio que me quema sigue ahí. Su fuego trata de devorarme día a día para poder dejarme reducido a cenizas. No “cierra la boca de los leones”. Siguen hablando y hablando. Sus bocas abiertas amenazan con triturarme vivo y despedazarme. No “lleva al hambriento la comida”, “ni deja ningún sufrimiento”. No se nos ahorra ninguna desdicha. Hemos de sufrir como cualquier otro. Sin embargo, nos “enseña la paciencia y aumenta la fe”, nos predispone a conocer lo que el Señor tiene preparado para quien padece por Él y se mantiene fiel.
                12:40 Por fin ha venido el capellán y me ha acompañado para celebrar la Santa Misa. He estado un buen rato dando gracias. Me ha traído dos cartas. Una de ellas con un remitente que no tengo ni idea de quién es.
                Sigo sin poder telefonear y, creo, con el funcionario que está hoy de guardia la voy a tener clara. Es el que el día 21 no me dejaba salir a celebrar ni acompañado del capellán. Comprendo que tienen sus normas pero el mismo capellán afirmó que éste estaba “por joder” ya que, siempre que llama a alguien de un módulo para que se acerque a hablar con él, lo autorizan a ir. Aprovecho para entregar al capellán la instancia que redacté ayer solicitando autorización para llamar a casa, a ver qué pasa. Me cuenta que tiene programada una salida con internos para el próximo sábado y que de Madrid le ha llegado la lista excluyendo a cuatro. Los cuatro extranjeros y de los que cuando salen de permiso son acogidos en el piso de Pastoral Penitenciaria. ¿Órdenes de Madrid? ¿Casualidad? ¿Racismo puro y duro? ¿Ganas de fastidiar al capellán? Cosas de los Centros Penitenciarios.
                14:30 He comido: fabada. Al menos me ha calentado el cuerpo, lo que no viene nada mal aquí. Cuando me dirigía al comedor, alguien me preguntó si los evangelistas eran católicos. Durante la comida descubrí el motivo. Uno de los internos ha puesto en el tablón un anuncio de reunión de evangélicos para el próximo sábado. Alguien le preguntó que si venía un pastor y respondió que él mismo ejercería sus funciones. Se hace un poco de cachondeo con el tema. Un interno se dirige a mí para decirme “te van a quitar el puesto”. “Antes –respondo-  tendrían que habérmelo dado, ¿no?”.
                En el economato sigue la querella sobre los evangélicos. Un interno afirma tener permiso de la directora de la enfermería para que se celebre la reunión sabatina. Una enfermera le pregunta sobre sus ideas y éste, aunque exaltado, da cuenta del recado y le habla de San Pablo y la conversión. Uno de los internos encargados del orden en el módulo, el “Segundo”, quiere cerrar los chabolos. Cuando alguien le recrimina por su prisa invitándole a esperar porque se está hablando de la Palabra de Dios, le responde: “yo la Palabra de Dios la escucho donde la tengo que escuchar, no aquí”. Cuestión zanjada. Nos retiramos cada uno a nuestras celdas.
                17:45 He dormido la siesta, rezado las vísperas y el rosario. Sale el sol. En el patio del módulo de enfrente unos internos juegan al balón. Son jóvenes y ágiles. Da la sensación, desde aquí, de estar en la ventana de un edificio viendo a cualesquiera jóvenes jugando al futbol.  Si alguien los observara fuera de este lugar no caería en la cuenta de que son reclusos. Su aspecto externo no es distinto al de cualquier joven de barrio que pudiera estar haciendo lo mismo ahora. Lo único que quizás pudiera llamar la atención es que casi todos llevan el pelo muy corto. Observándolos, es imposible adivinar la causa que los ha convertido en convictos. No tienen cara de asesinos, ni de ladrones, ni de violadores…tienen, simple y llanamente, cara de hombres jóvenes. ¿Qué distingue a un delincuente? ¿Qué es lo que un juez ve en nuestro rostro para poder sentenciar, sin miedo a equivocarse, que hemos delinquido? Pruebas de cargo. ¿Si no las hay? ¿En qué se diferencia mi palabra de la palabra de quien me acusa? ¿Cómo saber escudriñar quién es el que miente?
                En la vista en la que se solicitaba mi inmediato ingreso en prisión se aludía a mi peligrosidad. En otras ocasiones, a mi personalidad delictiva. Sin embargo, ninguno de los peritos, psicólogos y psiquiatras que me han reconocido, han hecho referencia alguna a esos supuestos rasgos caracterizadores de mi personalidad. Al contrario más bien. Sólo fiscal y acusación, además de algún portavoz de las familias de los jóvenes que me denuncian, afirman tal cosa. Pero… ¡aquí estoy!
                En estos ocho días he recibido nueve cartas. Se me invita a la esperanza, se me anima a seguir luchando, se me recuerda que soy inocente y que han cometido una injusticia conmigo. En la edición de la Voz de Galicia, del lunes 24 de marzo, se puede ver una fotografía en la que aparece una mujer con una pancarta en sus manos en la que se lee: “justicia para un inocente”. En titulares se subraya: “Los vecinos de Baredo reclaman la libertad del párroco encarcelado. La mayoría de la parroquia lo considera inocente y cree que la Justicia se equivoca”. La crónica relata que “un nutrido grupo de vecinos…portando numerosas pancartas y carteles” fueron coreando “Edelmiro encarcelado, tribunal equivocado”, “lo que han hecho es una injusticia” y gritos similares. Es la tercera concentración que se produce desde que se conoció la sentencia condenatoria. Ya en 2001, cuando me encarcelaron como preventivo, se reunieran en un pueblo cercano a éste en el que se encuentra la cárcel, más de mil personas. Entonces, en los días que pasé aquí, recibí más de 500 cartas. Ni una sola contenía reproche alguno sino palabras de ánimo y confianza absoluta en mí.
                19:12 Uno de los sanitarios acaba de subir a visitarme. Me dice que llamará a mi casa y a la que fue mi compañera de instituto para tranquilizarlos y me invita a no preocuparme por mi situación aquí, que deje pasar el tiempo. Cree que, en realidad, a quien tratan de “joder” no es a mí sino al capellán, a quien apodan “el subdirector eclesiástico”. Parece que no son pocos los que le tienen ojeriza porque es capaz de conseguir lo que otros no pueden o no saben. Me invita a mantenerme con ánimos y me cuenta unos chistes que no se pueden transcribir. Es tan buena persona como bruto contando chistes.
                20:00 Han repartido la medicación. El sanitario me da una caja de antigripales que, enseguida, llevo a la celda del hijo del Cabo. Hoy tampoco he tenido correspondencia. Confieso que me entristece pero debo pensar que será lo normal. Esta vez pesa sobre mí una condena de 15 años, ¿quién va a querer escribirme?
                Ya espero a que vengan a chaparnos. Antes, claro, debo irme a la celda de mi interno de apoyo. Octavo día. Una semana desde mi ingreso y desde el sábado sin poder hablar con mi casa.
 “Non nobis, Dómine, non nobis, sed nómini tuo da gloriam”
Reina de la Paz, ruega por el mundo en guerra
Reina de las familias, protege a mi familia y amigos
Reina de la misericordia, ten compasión de mí y de mis compañeros presos.

jueves, 28 de marzo de 2013

Diario (48) 26 de marzo de 2003


              9:45 Ayer, antes de que nos chaparan, el hijo del Cabo me invitó a jugar una partida a la Play. Tiene una en su celda. Fue un pequeño ratito de entretenimiento y distracción que me sentó bien.
                Esta mañana han venido a buscar el televisor que me habían prestado. Era de un brasileño al que le acaban de conceder la libertad.
                Llueve. Me he duchado, desayunado, limpiado el chabolo y tomado la medicación. Nos llaman por megafonía para ir a cobrar el peculio: 35 €. Espero que me lleguen para toda la semana.
                Sigo sin noticias sobre la instancia que redacté para que me autoricen a telefonear. Me dicen que lo normal es que la respondan al día siguiente o a los dos días. Lo ofrezco al Señor y ¡sólo Él sabe cuánto me cuesta no poder comunicarme con mi familia!
                En una de las cartas que recibí ayer, mi compañero de curso me envió un recorte del Correo Gallego: Cartas al director, 22/03/03. Han mutilado el texto original pero, al menos, lo han publicado y se entiende lo que se quería afirmar. Es curioso que en una sociedad democrática que presume de libertad de expresión se trasquile un escrito a conveniencia de determinado redactor.
                12:35 He rezado el oficio de lecturas, laudes, hora intermedia y he hecho la oración personal. Celebré la Santa Misa y estuve largo rato dando gracias. El capellán me cuenta que ha estado con mis padres. Les ha dicho que había problemas y han reaccionado bien. En esta ocasión no me dan carné de destino y sólo puedo salir del módulo cuando el capellán o un funcionario me acompañen. Además, el capellán se ha enterado de que algún o algunos funcionarios han denunciado en Madrid mi situación de “privilegio” en prisión.  ¿A qué llamarán situación de privilegio? El capellán me insiste en que guarde silencio, pase desapercibido y que no se oiga mi nombre por ningún lado.  “Fiat…, ecce…, magníficat…”
                16:14 El silencio, de vez en cuando roto por las gaviotas, es mi compañero. Todo parece en calma y, sin embargo, es como si una gran tormenta estuviera a punto de descargar. Hace frío. Me he quedado dormido un buen rato y el frío me ha calado hasta los huesos. Comienzan a oírse grifos de otras celdas. Alguna de las puertas comienza a abrirse y se oyen pasos lejanos. Por el pasillo alguien camina con cautela. A las 16:28 se empieza a oír alguna voz. Se vuelve a poner en marcha la rutinaria vida del lugar.
                17:30 He hecho la colada, rezado las vísperas y el rosario. Observo por la ventana de mi celda. En uno de los patios de un módulo se ven internos paseando. Van de un extremo al otro del patio en pequeños grupos de cuatro o en pareja. A otros se les ve charlando animadamente junto a la puerta. Ha comenzado a llover.
                Cuando era niño me llamaba la atención el ver a alguien paseando si hacía el mismo recorrido una y otra vez de un lado a otro.  Pensaba que estaría loco. En prisión quizás a todos nos falte un poco de cordura, pero tampoco queda otra alternativa, si se quiere andar, más que la de recorrer el mismo camino sobre los mismos pasos. Como en los patios, en los pasillos o galerías de la enfermería también se pasea de un extremo al otro, una y otra vez, un día y otro. Un modo, probablemente, de restar ansiedad y de sentirse en movimiento…aunque sea a ninguna parte.
                La mayor parte de mi tiempo transcurre en mi celda, pegado a un libro, a una oración, a un papel y a un bolígrafo. Pienso en la historia particular y concreta que puede haber traído aquí a cada uno. La sociedad, las leyes, los jueces… creen que aquí es donde debemos estar, todos juntos, apartados de ese mundo, guardián de bienes y tesoros, que no somos merecedores de poseer. Apartados, para no contaminar, para no desprestigiar, para no destruir la maravillosa convivencia que reina en el mundo exterior. Aquí estamos los renegados, los expulsados, los exiliados de la sociedad  que nos vio nacer, nos educó, nos aportó sus valores, nos enseñó sus reglas… ¿Qué es lo que he hecho mal? Aquí estoy, como un transgresor de las normas, como un peligroso desestabilizador del orden, como un delincuente. Menos mal que creo en Dios, en una historia de salvación, en un sentido y una razón de ser para cada uno y para cada situación. Es lo que me mantiene vivo, lo que permite que siga encendida en mí una tenue luz de esperanza, amor, verdad y justicia. Ut vídeam!
19:35 Acaba de pasar el recuento y mis compañeros están cenando. Una jornada más que ha pasado. Todavía han de llamarnos para la medicación. Aprovecho a escribir otra instancia solicitando autorización para telefonear a mi familia. Mañana se la entregaré en mano al capellán.  Hoy no he tenido correspondencia. No ha venido el sanitario que esperaba y no he podido pedirle antigripales. Me han reventado los labios y me han salido herpes. Supongo que es consecuencia de haber tenido fiebre.
“Non nobis, Dómine, non nobis. Sed nómini tuo da gloriam”

Diario (47) 25 de marzo de 2003


                “Bendita Tú entre las mujeres”
                11:15 “Fiat”. ¡Que se haga la voluntad del Padre! Después de haber dormido en la celda de mi interno de apoyo me traslado a la mía, donde me pongo el traje de faena, mi chándal. Una vez he desayunado y tomado la medicación, me dedico a barrer y a pasar la fregona al pasillo y a las dependencias comunes del piso en el que estoy. Aprovecho para limpiar también mi chabolo. Una ducha, me cambio y a la espera del capellán.
                El educador viene para explicarme que no puedo estar solo. Le expongo que duermo en la celda del interno de apoyo. Me pregunta qué tal sigo y baja.
                “Fiat” –hágase-. Mi sexto día de prisión. Hoy, la Virgen de la Cela recorrerá engalanada, de fiesta, las pequeñas calles del pueblo hasta el cruceiro. Santísima Virgen de la Cela, ruega por mí y por todos los encarcelados. Santísima Virgen de la Cela, ruega por mi familia y por las familias de los encarcelados. Santísima Virgen de la Cela, protege y cuida a tus hijos de Baredo.
                12:45 He celebrado la Santa Misa, rezado el oficio de lectura, laudes y hora intermedia. Me he quedado dando gracias mientras el capellán celebraba. Después me ha contado que ayer ha estado con el Obispo. Le comentó que quería venir a verme pero que le aconsejó que de momento no lo hiciera. Me subraya que se ha ofrecido para todo lo que pueda necesitar.
                Aunque estoy a la espera de la resolución del recurso, en prisión me tratarán como si estuviese condenado. Me observarán los primeros meses: cómo reacciono, si colaboro, etc. Me ha señalado el capellán que el primer mes es el más importante pues a partir de ahí decidirán. Le hablo del pequeño lío que tenemos con las celdas y me indica que tratará de hacer algo. El que no me dejen telefonear, piensa, es sólo para fastidiarme. “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”.
                17:40 He roto el ayuno. He ido a comer. Lentejas mezcladas con no sé qué tipo de verduras. Sin grasas ni carne. Estaban buenas. He tomado también un antigripal aunque ya me encuentro mejor. A ver si comienzo a coger el ritmo de esta nueva vida.
                Sé que está mal y que no debería ser así pero, confieso, me aburro. He terminado de rezar el breviario y el rosario, me he dormido una pequeña siesta y…aquí estoy. Sin poder telefonear, solo en la celda, vienen a mi pensamiento mi familia, mis amigos, esta situación en la que me encuentro… ¡Cuánto tiempo para pensar! Domine, ut videam.
                Recibo cuatro cartas y me apresuro a responderlas. Uno de los auxiliares de biblioteca me pide que le preste 10 €. Mañana cobra y me asegura que me los devolverá. Parece de fiar, ya veremos. Sigo sin poder telefonear e imagino que mamá estará preocupada pues desde el sábado no sabe de mí. Santísima Virgen de la Cela guárdamela, protégemela, cuida de toda mi familia y amigos.
                Fin de la jornada y traslado a la celda de mi interno de apoyo.  “Fiat”

miércoles, 27 de marzo de 2013

Diario (46) 24 de marzo de 2003


               Víspera de la fiesta de la Anunciación, fiesta, en la que fue mi parroquia, de la Virgen de la Cela. ¡Cuántos recuerdos! Ayer hizo dos años que se presentó la denuncia contra mí. Domine, ut videam!
                Esta noche he dormido fatal. Me tomé por la mañana unos antigripales –Rimagrip complex- que me trajo el hijo del Cabo. También me ha conseguido una manta. Menos mal, porque la celda de noche parece una nevera.
                A las 10:45 ya he desayunado, tomado la medicación, rezado parte del breviario y realizado limpieza en la celda sin que mi interno de apoyo opusiera resistencia. Un verdadero milagro esto último.
                Un funcionario que habitualmente hace sus guardias en Vigo y que sube algún día a la semana ha venido a visitarme. Muy atento conmigo se me ha ofrecido para lo que pueda necesitar. Me ha comentado que en la prensa sale publicada la noticia de la manifestación de ayer en mi apoyo. Intentaré conseguir un periódico. Hay funcionarios que son excelentes como personas.
                Hoy sudo a mares. Creo que tengo fiebre. Sigo con la sensación de mareo. Espero no ponerme más enfermo aquí. Era lo que me faltaba. Por mi pensamiento no dejan de pasar mis padres, mi hermana y mi cuñado, mis sobrinas, mis amigos… Lo cierto es que me alegra saber que tengo a tantas personas que me quieren y apoyan. Creo que puedo saber ahora, de verdad, quienes son amigos y quiénes no. Al menos algo bueno tenía que salir de todo esto.
                Sigo con mi ayuno voluntario. Lo ofrezco al Señor por los internos, por mi familia, por la paz en el mundo, por la iglesia, por los sacerdotes y las vocaciones consagradas…, también por mi propio caso. Cinco días ya en prisión y sobrevivo. “¡Gracias, Señor! En la soledad de mi celda siento que estás conmigo. Yo solo no podría con todo esto. Sigue llevándome de la mano”.
                A las 11:30 se entrevista conmigo la médico directora de la enfermería. Me dice que tratará de reubicarme a una celda en la que pueda estar solo. Me pide que colabore durante unos meses para ver cómo va todo. Si no fuera bien, aunque no es su intención, me advierte, me trasladarían a otro módulo.
                A las 14:20 estoy ya en mi nueva celda, la 35. Ya la he limpiado y he instalado mis cosas. El que hasta ahora fue mi interno de apoyo me ha dejado una taquilla, así que tengo dos. El hijo del Cabo me ha traído un televisor y me lo ha conectado. El Cabo –que ya no es el padre de ese chico sino el entrenador y auxiliar del capellán- me ha preguntado que a qué espero para empezar a comer. Su tono suena a recriminación y me advierte que médicos y funcionarios están pendientes. Quizás mañana rompa el ayuno. No quiero malentendidos. Le digo que cuente conmigo para lo que haga falta: limpieza o lo que sea necesario.
                Por primera vez me veo solo en una celda. ¡Dios me asista!
                Recibo la visita de mi abogado en locutorios. Viene a ponerme al día. Mis padres quieren que mi caso lo lleve un penalista de Madrid. El abogado de Vigo quedaría, así, en un segundo plano, como codefensor. Mi padre, mi compañero de curso y la compañera de instituto que sigue de cerca mi causa se han trasladado a la capital para entrevistarse personalmente con él y hablar de honorarios.
                A las 19:00 el funcionario me entrega dos cartas y me advierte que debo dormir en la celda de mi interno de apoyo. Me explica que la psicóloga me tiene clasificado con protocolo de suicidio y debo estar acompañado. Guardo silencio y obedezco aunque en mi interior hay un estallido de rabia. No hay quien entienda nada aquí. No se aclaran.

martes, 26 de marzo de 2013

Diario (45) 23 de marzo de 2003


                 A las 12:00 he celebrado la Misa y me acerco a la biblioteca para ver si hay algún periódico. El más reciente es de 19 de marzo. Un funcionario, amigo de dos profesores del instituto en el que impartía clases, ha venido a presentarse y a ofrecerse para lo que me pueda hacer falta.      
                Me siento sudoroso y mareado. Creo que tengo algo de fiebre. Al ver tanta gente en el pasillo esperando para entrar a la celebración de la Misa dominical, me he puesto nervioso y me he sentido incómodo. Es mi cuarta jornada aquí. No me acostumbro al ambiente. Me siento francamente mal. Domine, ut videam!
De regreso a Enfermería solicito autorización para telefonear. En un primer momento la funcionaria me deja hacerlo pero, sólo unos segundos después, me advierte que todavía no ha llegado la respuesta a mi instancia y debo colgar.
Estoy pendiente de las noticias en la TVG. Nada sobre la manifestación de apoyo.
Sigo sin apetito y sin comer. Ofrezco el ayuno al Señor. Me han enseñado que la penitencia y el ayuno le son gratos aunque, por momentos, dudo ya que se fije en mí o que me tenga en cuenta.
El día se ha oscurecido, llueve y tengo frío. Aún no me han dado una manta. Ayer no avisaron por megafonía para el reparto de medicación y hoy nos llaman a las 13:30. Después me tumbo sobre la cama pero no logro conciliar el sueño. El tiempo parece haberse detenido. Hoy, al menos, todavía no he llorado.  Mi interno de apoyo sigue distanciado de mí, no sé qué es lo que realmente piensa. Por las noches se muestra más cercano pero de día apenas habla. Estoy deseando que me trasladen a una celda en la que pueda estar solo.
A las 17:50 estoy solo. Debí quedarme dormido y me despiertan las gaviotas. ¡Qué tristeza! Esta mañana alguien me señalaba al pasar. Utilizaba un tono irónico, como si se alegrara de verme entre rejas y, a pesar de conocerme, no se dirigió a mí para saludarme. Este mundo en miniatura guarda incontables secretos para mí. Presiento que en esta ocasión podré descubrir muchos y que la decepción va a ser tremenda.  De momento me dejan andar un poco a mi aire, sin que apenas nadie se meta conmigo, pero tengo la sensación de que no será por mucho tiempo. Algo me dice que mi situación aquí pronto va a cambiar. Poner buena cara, callar, escuchar…es lo que trato de hacer. Mi desahogo es éste, escribir. Mi bolígrafo y mi papel son mis únicos confidentes, los partícipes de mis sensaciones personales, de mi visión sobre este mundo que me parecía conocer un poco y que desconozco por completo.
21:00 Noticia del Telexornal de la TVG: “más de 500 expedientes disciplinarios en los institutos de ESO. Los profesores pierden autoridad y es el colectivo que sufre más bajas por depresión. Alumnos cada día más conflictivos por tener que estar obligatoriamente escolarizados hasta los 16 años”.

Diario (44) 22 de marzo de 2003


                  Comienza un nuevo día. Éste trae consigo la ilusión de poder ver a mi familia, aunque no sea más que a través de un cristal de los locutorios. A las 10:30 he desayunado, tomado la medicación, me he duchado, afeitado y vestido para la ocasión. Quiero que mi apariencia sea buena y que me vean alegre por fuera, aunque la tristeza me devore por dentro.
                Es sábado, por lo que se intuye que el día será tranquilo. Espero a que llegue el capellán para poder celebrar la Santa Misa. Sigo la lectura del libro de José Luis Martín Descalzo, Razones para la alegría.  Podría parecer puro masoquismo leerlo en esta situación pero, al contrario, me ayuda a sobrellevarla. A las 11:10 ya he rezado, además, el Oficio de lectura y Laudes y he hecho la oración personal. La mañana se me hace eterna. Deseo ver a los míos. En la celda todo es quietud. El silencio únicamente lo rompen los graznidos de las gaviotas. Me traen consigo el recuerdo del mar, del inmenso océano que se abre ante nosotros invitando a la esperanza ante un horizonte abierto.  Aquí, rodeado de montañas, el mundo parece acabarse en ellas. El mío, como el de cualquier preso, parece concluir todavía antes, en el interior de este recinto entre rejas. Aunque los sentidos quieran engañarme quiero ver más allá de las rejas y de las montañas. Las gaviotas son señal segura de que hay más mundo del que ahora me rodea. ¡Qué largo se hace el tiempo!
                Por fin ha llegado el capellán. Su auxiliar viene a buscarme y me acompaña a la capilla para que pueda celebrar la Santa Misa. Después de la celebración el capellán me hablará de los “problemas” de mi ingreso: que mi interno de apoyo y el Cabo quieren traer para el economato de enfermería a un amigo suyo, que hay funcionarios que quieren que se me traslade de prisión, que la directora de enfermería está dispuesta a darme un plazo para ver cómo se desenvuelven las cosas… Me recomienda colaborar en lo que pueda y ser muy prudente con internos y funcionarios, procurando ser discreto y no hablar mucho.
                A las 12:00 llega el tan esperado momento de poder comunicar en locutorios con mi familia: mis padres, hermana y cuñado. Los encuentro de buen humor. Supongo que, como yo, hacen el esfuerzo para que la situación sea lo menos embarazosa posible. Mi hermana me pide que les escriba a las niñas, se llevarán una alegría. Le pido a mamá que haga un esfuerzo por salir y no quedarse metida en casa. A mi padre le digo que utilice mi coche. Mi cuñado me quiere enviar un discman pero le advierto que, de momento, es mejor esperar porque ponen bastantes dificultades para todo. Les dejo caer que el capellán me ha hablado de un posible traslado para que se vayan haciendo a la idea si sucede. Me preguntan por el interno de apoyo y se dan cuenta de que las cosas no son como cuando estuve preventivo.
                Mañana, me indican, habrá una manifestación de apoyo en la que ha sido mi parroquia. Hay carteles anunciándola y se espera una numerosa participación. El tiempo ahora se pasa a una velocidad increíble. Sin apenas darnos cuenta llega el fin de la comunicación. Se apaga el telefonillo y nos despedimos pegando nuestras manos al cristal.
                Los he encontrado aparentemente tranquilos, resignados. Mamá me pide que rece y papá me recuerda que el mundo no se acaba, que cuando se cierra una puerta, otra se abre. Bromeo y le digo que aquí eso sí es cierto. Has de esperar a que se abra cada una de las puertas para que, inmediatamente, se vaya cerrando a tu paso. ¡Tengo una familia excepcional! ¿Se puede pedir más?
                El Obispo ha telefoneado a casa para decir que esta semana estará muy ocupado, pero que procurará venir a visitarme en cuanto pueda.
                Por la tarde no nos dan la medicación. Me siento con la cabeza en el aire pero no sé si se debe a esto último o a que ya llevo tres días sin comer ni cenar. Sigo sin apetito. Escribo a mis sobrinas, a mi hermana y a tres amigos más. Rompo a llorar así que decido rezar la hora intermedia, las I vísperas y el rosario. Sigo leyendo Razones para la alegría.
                Son las siete cuando comienzan a llegar mis compañeros. Los sábados acostumbran a jugar al fútbol. Mi interno de apoyo apenas cruza una sola palabra conmigo. Sí, ciertamente ha cambiado. El griego me dejó la llave del economato por si algún funcionario o personal sanitario llamaban para tomar café. No hubo ninguna incidencia. Una tarde tranquila. Tiempo para rezar, dormir, llorar…y dar demasiadas vueltas en mi cabeza a los últimos acontecimientos de mi vida.
                A las 20:30 estamos ya chapados. Hago el propósito de ir mañana, domingo, al comedor. No me faltan ganas de iniciar una huelga de hambre pero…para qué valdría. Ofrezco al Señor mi ayuno, puede ser un buen modo de iniciar este tiempo de prisión que promete ser largo, muy largo y complicado.
                Domine, ut videam!

lunes, 25 de marzo de 2013

Diario (43) 21 de marzo de 2003


                  La noche anterior, una vez chapados en la celda, el interno de apoyo me pidió perdón por el frío recibimiento. Se disculpó diciéndome que no contaba conmigo y que no supo cómo reaccionar. Hoy me deja una taquilla libre y una mesa para que pueda organizar mis enseres.
                Me he despertado en varias ocasiones. El interno de apoyo me ha dicho que no he parado de hablar en voz alta mientras dormía.
                A las 12:00 celebro la Santa Misa. El funcionario de guardia me puso dificultades en un primer momento para dejarme salir del módulo sin una autorización escrita pero, finalmente, accedió. La psicóloga me entrevista brevemente. Me pregunta si soy inocente y por qué estoy en la Enfermería, ya que aquí, dice, se limitan mis actividades. Le señalo que llevo dos años con tratamiento psiquiátrico por depresión. El funcionario me avisa de que la trabajadora social me espera. Me abre una ficha de datos y me reitera la misma pregunta que la psicóloga, por qué estoy en enfermería. Me indica que si necesito algo he de solicitar su asistencia a través de una instancia y que al estar pendiente de la resolución del recurso al Supremo no se me puede catalogar para permisos ni grado. Sospecho que a algunos no les sienta bien que me hayan ingresado en este módulo.
                Esta mañana, después de desayunar en el economato y hablar con un educador, subí a la celda y me puse a leer Razones para la alegría. Me siento, en esta ocasión, más preso que en la anterior. Aunque no sea firme, hay una condena. Muchos de los reclusos que había conocido están ya en libertad o a punto de conseguir el tercer grado. Alguno se ha ahorcado. La mayoría son nuevos. Presiento que me va a costar adaptarme a la situación. A los internos que ya conozco los he encontrado envejecidos. Ha pasado un año y cuatro meses desde mi estancia aquí, pero da la sensación de que hubieran pasado muchos más años. Solo en la celda oigo a las gaviotas. El tejado está invadido por ellas. ¡Cómo ha cambiado la prisión! Funcionarios, internos, normas… no es la misma.
                He solicitado permiso para telefonear pero todavía no ha llegado la respuesta a mi instancia. Me preguntan a quién voy a llamar y acceden a mi solicitud. Por fin puedo hablar con mis padres unos minutos. Mi hermana sigue con fiebre y mamá está muy preocupada. Dice que mañana vendrán a verme.
                Escribo mis cuatro primeras cartas: al Obispo, al abogado, a mi compañero de curso y a mi compañera de instituto. Después leo y me quedo dormido un rato. Rezo el rosario, voy a por la medicación y llega la hora del chape. Tampoco hoy he podido comer ni cenar nada. No tengo apetito ninguno. La única noticia que me ha llegado del exterior es que estamos en guerra contra Irak. Aunque mi interno de apoyo tiene un televisor, no me atrevo a encenderlo si él no está. No quiero incordiarle ni romper demasiado su intimidad. Bastante es ya que tenga que tenerme como inquilino. A las 20:30 el economato ha cerrado y estamos ya en las celdas. “Domine, ut videam”.

Diario (42) 20 de marzo de 2003



                 Al llegar a prisión me recibe el capellán. A quien primero me encontraré de mis antiguos compañeros de prisión preventiva será al licenciado, destinado ahora en el módulo de Ingresos.  Su sorpresa al verme es enorme y lo primero que me dirá será: “¿Por qué no huiste? En Costa Rica tenías mi casa”. Sí, me había ofrecido su casa de allá pensando que no me hicieran justicia. Hoy puedo decir que no fue la única “oferta” que había recibido. Para mí no tenía sentido aceptar ninguna pues creía, ¡qué ingenuo!, que la verdad vería la luz.

                En Ingresos el mismo protocolo que la vez anterior: fotografía, toma de huellas, revisión de equipaje. Ya me conocen. Un funcionario me desea suerte. El licenciado pasa un rato conmigo mientras no llega el capellán para acompañarme a Enfermería. El siguiente sorprendido será el griego. De camino a la misma celda que ya había ocupado en mi anterior estancia me encuentro con el hijo del Cabo, quien me da un abrazo y dos besos. El que había sido mi interno de apoyo, sin embargo, me recibe con una frialdad que me asusta. Pronto me entero de que habló con el capellán y con el que ahora es nuevo Cabo de Enfermería porque no quiere compartir celda. ¡Qué palo!
                Una pequeña “tertulia” con el capellán y algunos internos en la capilla. Quienes me conocen no se alegran de verme y me saludan con afecto y desean suerte. A las 18:30 me entrevisto con la doctora. Me dispensará un dormicum para que la noche no sea demasiado larga.
                No he podido telefonear. Mi hermana y las niñas estaban con fiebre. Sólo he podido despedirme de ella por teléfono antes de mi ingreso. Con las niñas no me he atrevido a hablar. He solicitado a través de instancia poder hacerlo mañana. No he comido ni cenado. He roto a llorar y me preocupa la reacción del interno de apoyo y del nuevo Cabo. Este último, en cuanto me vio, me espetó: “¿Qué coño haces aquí?”. Eso mismo me pregunto yo. Creo que el primero ve peligrar su intimidad y el segundo su destino. Era el entrenador y ahora, además de Cabo de Enfermería, está destinado como auxiliar del capellán. Tengo la impresión de que mi nueva estancia en prisión nada tendrá que ver con la anterior como preso preventivo.
                Ha comenzado de nuevo mi vida carcelaria. Uno de los internos es de una de las parroquias donde he ejercido mi ministerio y me saluda muy amigablemente. La mayoría son nuevos, no los conozco. Como me ha recomendado el capellán, tendré que aprender a ganármelos.
                El aspecto externo de los patios de acceso a los módulos ha cambiado. Las paredes están decoradas. Ya no sólo se puede ver el mural del Puente de Rande sino también otro del Parador de Baiona, de la Casa Consistorial de Pontevedra, de la iglesia de La Peregrina y el famoso Cruceiro de Io. En el economato siguen pegadas a la pared dos estampas que le había dado al griego: de San José y de la Santísima Virgen.
                En la celda, sobre distintas mesillas, hay también estampas de la Virgen y de santos –alguna de las que yo mismo le había dado a mi interno de apoyo-. Las taquillas están ocupadas así que dejo mi ropa en mis bolsas de viaje y en la de basura que me entregaron en Ingresos al no dejarme pasar una de las maletas –por razones de seguridad-. Me retuvieron también siete cds con archivos sobre mi causa. Son las 20:45 cuando me dejo caer sobre la cama. Un terrible día en mi vida. Siento tambalearse mi fe y una vez más he de repetir con cierta desesperación “Domine, ut videam!”.