11:10 Acaban de repartir la
medicación. He lavado el chándal, hecho limpieza en la celda y desayunado. Me
han entregado el resguardo autorizando las llamadas telefónicas en respuesta a
la instancia del día 26. ¿Dónde ha ido a parar el del día 20? Misterios de los
centros penitenciarios.
Me
acabo de llevar un pequeño susto al ver que ni nombre no aparece en la lista de
comunicaciones. El hijo del Cabo me
asegura que no tiene importancia. Si mi familia ha solicitado comunicar me
llamarán igual a locutorios. ¡Eso espero!
Supongo
que hoy no podré celebrar Misa. El capellán tiene una salida programada con
algunos internos. Van a Tui, A Guarda y Baiona. Rezo el breviario y hago la
meditación en la celda.
El
día vuelve a ser gris. Ha llovido toda la noche y a primera hora de la mañana
parecía diluviar. Esta es una de las zonas más lluviosas de España. Habrán
elegido el lugar para ver si así se lavan nuestros pecados. Bueno, mejor esto
que morirse de calor. Esta noche, como viene siendo costumbre, me he despertado
en numerosas ocasiones. Me da la sensación de que mi interno de apoyo está
hasta las narices de tener que aguantarme en su celda. Creía conocerlo pero
confieso que parece otra persona. Hay momentos en los que se muestra cercano
pero, la mayoría del tiempo, marca distancia. En fin, estoy deseando ver a la
familia.
13:50
Me han llamado a comunicar y he podido hacerlo: mis padres, hermana y cuñado.
Coincidimos en que el capellán nos parece un poco alarmista en alguna
apreciación. Mi hermana me insiste en que siga escribiendo a las niñas porque
les hace muchísima ilusión recibir mis cartas. Les hablo de traerme la
televisión y un radio casete. Todavía debo informarme sobre cómo hemos de hacer
para que me lo autoricen. También tengo que enviar una instancia autorizándolos
para que les entreguen la maleta y cds que me retuvieron en ingresos. Hemos
concretado un vis a vis para el martes 8 de abril. Mis padres me han dicho que
mi compañera de instituto les ha dado 80 € para que me los ingresen en peculio.
A ver si, con el tiempo, puede venir a verme a locutorios. También me cuentan
que el abogado de Madrid les ha causado buena impresión y que les ha dicho que
quiere venir a entrevistarse conmigo. No ha concretado su minuta pero ha
hablado ya de que puede ascender a cinco millones de pesetas (¡treinta mil
euros!). Creen que es importante que lleve mi caso porque es penalista y está
en Madrid, donde se presenta el recurso de casación. Me dicen que las
concentraciones de apoyo se dejarán de realizar, aunque me parece intuir que el
abogado de Madrid no está muy de acuerdo con ello –apreciación subjetiva mía-.
14:15
Me tomo un café y la medicación. El hijo
del Cabo y el Segundo me explican
cuáles son los pasos a seguir para que me puedan traer televisor y radio. Una
vez que los dejen en ingresos debo dar autorización escrita a través de
instancia para que me retiren del peculio el importe de la revisión de los
aparatos. El hijo del Cabo me dice
que no cree que me autoricen la radio, que me harán encargar una por demandadero.
16:15
He echado una siesta. Me despiertan los gritos de entusiasmo de los internos
que salen corriendo para practicar el deporte rey. Aquí hay pasión por este
deporte, por verlo, oírlo o jugarlo. Cada sábado, los autorizados, salen al
campo con verdadera ansiedad, con hambre de juego. Parecen transformarse en
chicos de colegio que estuvieran en una liga cuya meta les concediera un gran
premio. Parecen correr hacia la libertad, con ímpetu, con ilusión, con miles de
energías acumuladas para poder derrochar.
No
me gusta el fútbol. Quizás porque en el seminario era casi tan obligatorio ver
o jugar un partido como el cumplimiento del precepto dominical. Hubo una época
en la que le he llegado a tener tirria a ese deporte. Recuerdo bromear al
respecto de este juego y decir que me parecía una solemne tontería que
veintidós hombres corran tras una pelota para luego darle una patada mientras
los espectadores, acalorados, discuten o llegan incluso a la pelea por éste o
aquél equipo. Lo único animado era ver las disputas y enojos que acababa
pagando el árbitro de turno. No entiendo mucho a los aficionados al futbol.
Darían cualquier cosa por su equipo, por asistir a un partido, por conseguir el
autógrafo de un jugador o estrechar su mano. Los hay, incluso, de los que se
gastan lo que no tienen por asistir a un encuentro que es televisado, que
recorren cientos o miles de quilómetros, que se enfadan con su vecino o
compañero porque no es de su equipo, que comienzan la semana amargados por una
derrota de un equipo en el que no juegan. Sí, soy un personaje peculiar y
extraño a quien no le gusta el deporte rey. Menos mal que ahora vivimos otras
épocas. En algún tiempo esto era motivo de suspicacias y sospechas. “Este niño ha salido rarito” –se
comentaba-. Se te miraba casi con desprecio y había quien se alejaba de ti como
si fueras a contagiarle una extraña epidemia. Fútbol y hombría parecían
entonces ir de la mano. A todo macho le tenía que gustar y debía pertenecer a
un equipo. De lo contrario lo que se ponía en entredicho era tu hombría.
Pasabas a formar parte de una especie poco común y peligrosa.
Curiosamente,
con el tiempo, he pasado a ser “aficionado”
de un equipo. Siempre del contrario al de mi interlocutor. He comprendido que
para opinar sobre futbol no es necesario tener ni la más remota idea. Ni
siquiera hace falta ver un partido para poder llevar la contraria al forofo de
turno y conseguir llegar a una discusión. Basta con que digas, más o menos, “menudo partido el de ayer” para que tu
interlocutor ya siga la conversación sin necesidad de que digas nada más. Si
han ganado, es que son los mejores. Si han perdido, es que les han robado el
partido. Ay, el deporte rey. Desde que eres bien niño se te regala ya un balón
y un equipamiento de fútbol, el de quien te lo proporciona. Cuántos padres
sueñan con que su hijo, el día de mañana, les saque de la situación en la que
viven dando patadas a un balón. De sueños e ilusiones también se vive. Eso sí,
pobre niño si no le gusta el fútbol, porque comienza ya su conflicto generacional.
Nunca
me había planteado escribir un diario. Sin embargo, desde que he llegado a
prisión, no ha pasado un día en que no escriba algo. Confieso que me gusta. Escribiendo,
además de conseguir distraerme, el tiempo se me va más aprisa. Además consigo
mantener despiertas las neuronas y, aunque sólo momentáneamente, me olvido un
poco del asunto que me ha traído hasta aquí. Compagino la escritura con la
lectura y la oración. Bueno, también con la limpieza del módulo, de la celda y
de mi ropa. Lo único que me preocupa de mi inclinación a la escritura es que
pueda volverme huraño. Me encierro horas y horas en la celda y me comunico poco
con los demás. Soy un charlatán nato pero aquí las conversaciones no son
demasiado interesantes: futbol, delitos, leyes, injusticias, el tiempo que
resta para cumplir condena o salir de permiso… El tema estrella, por supuesto,
las mujeres o, más bien, determinado aspecto de lo que se puede o desea hacer
con ellas. Que si me he tirado a no sé cuántas, que si qué pena que no podamos
tener a ésta, que si hace ya mucho que no mojo… Reconozco que ninguno de ellos
ha hecho promesa de celibato pero…parecen unos obsesos que sólo tuvieran una
cabeza, y no precisamente sobre los hombros. Algunos están deseando que llegue
el domingo para poder ver a las mujeres que van a Misa. Una motivación muy poco
sobrenatural. Sí, esto es la cárcel. Y, por si fuera poco, alguno de los
funcionarios es todavía más obseso que cualquiera de los internos. De vez en
cuando, desde el centro de control, ponen películas X en el canal de vídeo.
¡Alfalfa para los burros! ¿Pasan hambre? Démosle más motivos para recordárselo.
Menos mal que estoy en la enfermería, no quiero imaginar cómo será una noche de
esas en cualquier módulo. Y, después, dicen, los que necesitan tratamiento y
reinserción son los presos. ¡Viva la reeducación!
20:10 Acaban
de repartir la medicación. La tarde ha sido completita. Aunque no he podido
celebrar la Misa he rezado el breviario, el rosario e hice la oración mental.
Aproveché también para escribir un par de cartas. Se oye un televisor. Otra vez
fútbol. Bueno, mejor eso que otras cosas.
¡Vivir el
presente y vivir el amor! Sobre estos temas he hecho hoy la oración. Tratar de
no fugarme de la realidad que vivo ni mirando al ayer con nostalgia ni pensando
en un futuro de ensueños. Vivir el hoy, aquí y ahora, y actualizar en él el
Amor inmenso de Dios.
No dejo de
preguntarme por qué ha querido Dios que vuelva a esta prisión. He ido a pasear
por el pasillo de la planta de abajo. Lo hice sin apartar la vista, todo lo
contrario, del interior de las celdas por las que iba pasando y que tenían la
puerta abierta. Me inundó una inmensa sensación de lástima, de tristeza. En una
de ellas, recuerdo, administré la absolución sub conditione al chatarrero. En otra vivía un joven que
terminó ahorcándose en la ducha. Al ir pasando me daba la sensación de estar
viendo una de esas escenas en las que se ven hospitales del tercer mundo acogiendo
a víctimas de una catástrofe. Celdas sucias, desordenadas, malolientes… con inquilinos enfermos y de aspecto similar al de
su celda. ¿Enfermería? ¿Y la higiene y atención? El piso en el que estoy, en
comparación, es un hotel de cinco estrellas. ¡Señor, también aquí hay
desigualdades! ¿Qué hacer? ¿Cómo subsanarlo? Al ver semejante panorama no puedo
sentirme abandonado de la mano de Dios. Siento que soy un privilegiado. ¿No
podemos hacer nada por dignificar esas vidas? ¡Son hijos tuyos, como yo! Ut vídeam!