martes, 27 de noviembre de 2012

Diario (39) El juicio


Desde el trece de septiembre de dos mil dos no recuerdo haber consignado nada relevante en mis anotaciones. Solamente sé que el nuevo año será, por fin, en el que se celebrará el juicio que llevo tanto tiempo esperando. El diez de febrero de dos mil tres da comienzo. De lunes a jueves tendrán lugar las vistas. Reconozco que soy incapaz de recordar con claridad lo sucedido aquellos días. La tensión era tal que no fui capaz de tomar notas. He de recurrir a las crónicas de prensa o a las actas de la celebración del juicio para poder rememorar.
Da comienzo un juicio en el que se me solicitan entre cincuenta y sesenta y dos años de cárcel. Sí, reconozco haber dormido con alguno de los denunciantes, lo que no significa, en absoluto, ser autor de los abusos y agresiones de los que me acusan. Sin embargo, mi propia defensa piensa que esta manifestación es mi condena.
Después de mi declaración, en la que mayoritariamente debo responder sí o no, y de la de los denunciantes; irán declarando los profesores, quienes fueron monaguillos, jóvenes ex alumnos y otros testigos. No lo harán todos los que desean hacerlo, cerca de sesenta, sino poco más de una treintena. Declaran no haber tenido ningún problema conmigo. Uno dice: “no fue sobón ni conmigo ni con nadie”. Cuando otro de los testigos quiere referirse a las relaciones sexuales que mantenían entre ellos, el presidente de Sala le ordena no seguir. Igualmente sucede cuando la defensa hace referencia a los mensajes obscenos que uno de los denunciantes, homosexual con problemas de autoestima, enviaba a mi móvil. Uno de los jóvenes que nos acompañó en el viaje en el que supuestamente habría abusado de ellos, niega los hechos. El propietario del restaurante donde íbamos a cenar destaca cómo no ha notado ningún cambio en los chicos cuando supuestamente íbamos después de que sucediera el abuso. Los profesores destacan la conflictividad de los denunciantes y que “se sentían como héroes” tras la denuncia. Cuentan cómo alguno, en el aula, ante más de treinta alumnos, la amenazó con rajarle las ruedas del coche. Una amiga de uno de los denunciantes declara como éste “me contó que en casa del cura había pasado de todo y que pensara mal”, pero añadió no haberle creído porque se lo contó “a carcajadas” y que, días después, le pidió que no le preguntara nada “porque no sé lo que es verdad o lo que es mentira”. Otra amiga a quien se lo había contado declara no haberlo visto afectado y dice que “parecía que jugaba conmigo, además se le veía normal y alegre”. Uno por uno van desfilando los testigos que coinciden en decir que no los han visto afectados, que “solían fanfarronear y mentir” y relatan cómo tenían la costumbre de llamar a la Guardia Civil o a los bomberos por falsas alarmas, sólo por diversión.  
Las sesiones del juicio van pasando y no deja uno de sorprenderse. Lo que más llamará mi atención será el testimonio de los forenses del juzgado al asegurar que son “chicos dóciles” y no especialmente conflictivos. Ven afectados a los muchachos. ¿Será por los supuestos abusos o más bien por la reacción contraria que se encontraron al acusarme? De mí declaran que detectan “rasgos de inmadurez emocional; no pone límites a sus relaciones sociales”. También las psicólogas de parte me definen como una persona “muy escrupulosa moralmente y muy obsesivo en el sentido de exigente, perfeccionista y escrupuloso”. Añaden que soy “empático” y “con una gran preocupación por los demás” y “muy ingenuo” a la hora de valorar el comportamiento de los demás hacia mí.
La fiscal y la abogada de la acusación son tremendamente duras conmigo en sus aseveraciones. La verdad es que apenas reacciono. No porque sea frío y calculador, como dicen, sino porque la medicación que estoy tomando me tiene atontado. No me reconozco a mí mismo cuando me recuerdo en aquella situación.
El juicio queda visto para sentencia el jueves trece. Mi abogado ha renunciado a que se presenten más testigos por mi parte pues cree que es suficiente con los que ya han declarado. Mi alegación final no es otra que la de declarar mi inocencia y esperar la resolución que acataré con respeto y resignación.

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