Es veintitrés de noviembre.
Estoy sentado ante mi mesa, en el chabolo, tomando notas sobre el Sumario que
me ha hecho llegar mi abogado. La
televisión está encendida y el ciego, como de costumbre, pasea de un lado a
otro de la celda. De repente, dirigiéndose
hacia mí, exclama: “¡Don Edelmiro! ¡Don
Edelmiro! ¡Le han concedido la libertad bajo fianza!”. Lo miro y, extrañado,
le pregunto qué está diciendo. Me reitera,
esta vez con más serenidad: “Lo acaban de
decir en la tele ¿no lo ha oído? ¡Libertad bajo fianza de quince millones!”. Estaba
tan absorto en mi labor que no he oído nada. “¿Está seguro? -pregunto-, yo
no he oído nada y, además ¿quince millones de pesetas para salir en libertad?”.
Todavía estoy hablando cuando la TVG da la noticia que, antes, sólo había adelantado.
Me deja atónito. El ciego, bañado en un mar de lágrimas, se abalanza
sobre mí para abrazarme y besarme como si fuera su hijo. Salgo galopando del chabolo hacia la cabina de
los funcionarios para poder telefonear a casa.
Al llegar y solicitar permiso me replican: “¿Pero no tiene usted un abogado? ¿Tiene que enterarse por televisión?”.
Mi hermana, al otro lado del teléfono, me confirma la noticia y me precisa
que acaba de llamarles el abogado. Doy saltos de alegría.
No tardará en llegar el capellán para comunicarme lo que
ya sé. Me pide tranquilidad y me explica que todavía habrá que esperar a que se
deposite la fianza y a que llegue la orden del juzgado. El tiempo se me hace
aún más largo, interminable, a partir de este momento.
El partido de fútbol sala pasa a segundo término para mí.
Cuando llegan los sacerdotes y seminaristas me felicitan por mi pronta
libertad. Tendré oportunidad de saludar a mi ex alumno, ahora seminarista,
aunque mis compañeros de rejas apenas nos dejaran solos. Se han alegrado conmigo y únicamente protestan
por lo que les parece una fianza excesiva. Uno de ellos me llega a ofrecer esa
cantidad, quince millones, para hacer frente a la fianza. Otro me invita a irme
a un chalet que tiene en una isla, para que no me persiga la prensa, dice. Ambos ofrecimientos, tendré ocasión de
comprobar, son sinceros. El sanitario me
dará hoy una dosis doble de ansiolítico junto con un hipnótico para que pueda
conciliar el sueño.
El sábado veinticuatro, en locutorios, mis padres me
pedirán paciencia ante las dificultades que se presentan. Aunque han sido
distintas personas y colectivos los que se han ofrecido a hacer frente a la
fianza para que pueda salir en libertad, mis padres prefieren ser quienes lo hagan.
El llevar a cabo las gestiones necesarias llevará su tiempo, me advierten. No
dejamos de sorprendernos de los ofrecimientos y solidaridad para conmigo.
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