jueves, 29 de noviembre de 2012

Diario (40) La Sentencia


Esta es la única anotación en mi diario después de que se ha celebrado el juicio: “Es veinticinco de febrero de dos mil tres. Llevo unos días desesperado. La ansiedad me devora por dentro. Estoy a la espera de una decisión que puede transformar mi vida para siempre.
Desde el trece de febrero mi pensamiento gira en torno a una respuesta que no depende de mí. Nada de lo que me rodea parece importarme. Solamente espero la deliberación final de un proceso que desde el veintitrés de marzo de dos mil uno me consume. A mi alrededor no son pocos quienes esperan conmigo.
Mi mente se siente embotada. Quisiera no estar viviendo toda esta situación. Cuando me acuesto, después de horas tratando de conciliar el sueño, espero que al despertar todo haya sido una pesadilla. Pero no es así. Cualquiera de los delirios que se apoderan de mis sueños son mucho más soportables que la realidad que me va marchitando desde hace dos largos años, los años más funestos de mi vida”
Las declaraciones de los testigos durante las vistas del juicio y los informes psicológicos motivan mi esperanza.
Los informes de los forenses del Juzgado (folios 271 y 272 de la causa) y los realizados por los especialistas de parte, (folios 451 a 455, 474 y 495 del rollo de Sala), concluían respecto de mí una personalidad absolutamente normal, sin trastornos psicológicos, psiquiátricos ni de la personalidad de ningún tipo. Estas son sus conclusiones:
           
a)    Informe de los psicólogos forenses
El objeto del mismo fue establecer una ‘valoración de la personalidad’ utilizando la siguiente metodología:
°         Entrevista individual semiestructurada
°         Aplicación del Cuestionario de Personalidad MMPI
Conclusiones que se extraen:
°         No conflictos con la norma social o legal
°         No refiere tendencias homosexuales, ni impulsos sexuales que impliquen niños
°         Se presenta correcto y colaborador, lúcido, orientado, su lenguaje es culto, fluido y coherente. No se observan alteraciones en el curso ni en el contenido de su pensamiento, ni trastornos en la sensopercepción, manteniendo adecuado juicio y razonamiento
°         Los resultados de la aplicación del cuestionario de personalidad MMPI, no ofrecen indicadores de trastorno mental invalidante
°         Su perfil se corresponde a una persona sensible con intereses estéticos, idealista y que reacciona de forma depresiva ante las dificultades

b)    Informes periciales de parte (solicitados por mi defensa):
Perito psicóloga, ‘realiza exploración psicológica a fin de determinar estructura de personalidad y características’ de Edelmiro, con metodología consistente en test http, Desiderativo, Rorschach y de Relaciones Objetales de Phillipson y cuestionario clínico MMPI-2, que es el que tiene mayor número de elementos, escalas y variables; ofrece una información psicométrica y clínica y supera la información que pueda ofrecer cualquier otro cuestionario y además cuenta con sus propias escalas para determinar la validez y fiabilidad de los resultados obtenidos. Se concluye una personalidad caracterizada por ‘dependencia e ingenuidad sin que se detecte Síndromes Clínicos Psicopatológicos’

Perito psiquiatra, realiza exploración con el objeto de ‘la evaluación de la credibilidad del testimonio de Edelmiro’, utilizando como metodología el reconocimiento del denunciado, revisión de la documentación psicológica y revisión de la exploración psicológica realizada.
            De la exploración somática y neurológica se concluye que no presenta patología física; mientras que de la psíquica ‘no se objetivan alteraciones del curso y del pensamiento ni de la sensopercepción. No se objetivan alteraciones en el control de impulsos y presenta buena capacidad de juicio’, con rasgos de ‘meticulosidad, tendencia al orden y perfeccionismo’. ‘Estrategias de afrontamiento de los problemas adecuadas, con una confianza en la bondad del otro’ (folio 455 rollo Sala).
            En las consideraciones diagnósticas y médico-legales, ‘se evalúa si el denunciado presenta sintomatología psiquiátrica o características psíquicas descritas coo-típicas de los abusadores/agresores sexuales’, concluyendo:
1.    El relato de Edelmiro presenta criterios de verosimilitud
2.    Edelmiro presenta un Trastorno Afectivo de tipo depresivo reactivo a los hechos juzgados, sin datos de patología psiquiátrica previa

En la prueba pericial psiquiátrica y psicológica de personalidad se concluye de forma coincidente la absoluta normalidad psíquica y psicológica, sin presentar ningún tipo de trastorno de personalidad ni enfermedad mental, sin referir tendencias homosexuales ni impulsos sexuales que impliquen niños, sin presentar sintomatología psiquiátrica ni características psíquicas típicas de abusadores o agresores sexuales.
El veintiséis de febrero de dos mil tres, la tan esperada Sentencia llega. No doy crédito. Literalmente, dice: “…condenamos ao acusado como autor criminalmente responsable” de: “Primeiro, de nove delictos de abusos sexuais… á pena de un ano de prisión por cada un deles”; “Segundo, de outro delito de abusos sexuais… á pena de catro anos de prisión”; “E terceiro, de dous delictos de abusos sexuais, en grado de tentativa… á pena de un ano de prisión”.

         Es mucho lo llamativo en esta Sentencia que, días después, ha de aclarar aspectos que ni el ministerio fiscal, ni la acusación, ni la defensa, entendían. Sobre los hechos que declara probados…¡perplejidad absoluta! En los fundamentos de Derecho llamarán especialmente la atención el tercero, sexto y octavo:
             

              TERCEIRO.-En resumen, nos comportamentos ilícitos do procesado, aos que estámonos a referir, non se aprecia nin violencia nin intimidación –nin as acusacións as invocan-, nin estamos ante menores de trece anos, de persoas privadas de sentido, nin de persoas con trastorno mental, nin falta o consentimento das víctimas, senón que existe ese consentimento, aínda que viciado, por esa situación de prevalimento, o que non é o mesmo que a falta de consentimento.’ 
             SEXTO.- “tódolos menores… padeceron…nun estado de ansiedade, inseguridade e depresivo…”  pero “non resultan suficientemente acreditados os gastos terapéuticos”
‘OCTAVO.- No atinente á penalidade cabe sinalar: A) Que o Tribunal non atopa especiais razóns para impor as penas mais aló do seu respectivo grado mínimo, ainda que optando nos casos de que a alternativa legal sexa pena de prisión-pena de multa, pola primeira... B) Como os feitos axuizados foron perpetrados nun contexto espacial (…), e nunha coxuntura directamente relacionada coa situación profesor de Relixión e alumnado, que, de non existir, faría máis dificultosa a actividade criminal axuizada, é procedente impor ao procesado a pena de inhabilitación especial para desempeñar a súa profesión de profesor durante o cumprimento da condena.’

            Cuando pensaba que toda esta odisea tocaba a su fin, que la verdad saldría a la luz, la Sentencia condenatoria viene a poner un punto y seguido. A partir de este momento todo se tornará aún más difícil. Dará comienzo una vida que no habría jamás imaginado. Algunos de quienes me habéis leído hasta aquí habéis conocido parte de ella. No sé si atreverme o no a continuar este diario. Son más de mil folios los escritos y muchas agendas con anotaciones. Parafraseando a Blas de Otero puedo también afirmar que “si he perdido la vida, el tiempo, todo lo que me han tirado como un anillo, al agua, si he perdido mi voz en la maleza, me queda la palabra”. Ha quedado reflejada una parte de ella en este Blog. No sé si continuaré haciéndola pública. Doy las gracias a quienes habéis llegado hasta aquí. No busco con ellas justicia, he dejado de creer en ella. Solo pretendo que al dar a conocer la verdad, ésta ayude a reflexionar y a cambiar visiones. Al menos, que nos invite a pensárnoslo dos veces cuando leamos u oigamos una noticia sobre alguien. 

martes, 27 de noviembre de 2012

Diario (39) El juicio


Desde el trece de septiembre de dos mil dos no recuerdo haber consignado nada relevante en mis anotaciones. Solamente sé que el nuevo año será, por fin, en el que se celebrará el juicio que llevo tanto tiempo esperando. El diez de febrero de dos mil tres da comienzo. De lunes a jueves tendrán lugar las vistas. Reconozco que soy incapaz de recordar con claridad lo sucedido aquellos días. La tensión era tal que no fui capaz de tomar notas. He de recurrir a las crónicas de prensa o a las actas de la celebración del juicio para poder rememorar.
Da comienzo un juicio en el que se me solicitan entre cincuenta y sesenta y dos años de cárcel. Sí, reconozco haber dormido con alguno de los denunciantes, lo que no significa, en absoluto, ser autor de los abusos y agresiones de los que me acusan. Sin embargo, mi propia defensa piensa que esta manifestación es mi condena.
Después de mi declaración, en la que mayoritariamente debo responder sí o no, y de la de los denunciantes; irán declarando los profesores, quienes fueron monaguillos, jóvenes ex alumnos y otros testigos. No lo harán todos los que desean hacerlo, cerca de sesenta, sino poco más de una treintena. Declaran no haber tenido ningún problema conmigo. Uno dice: “no fue sobón ni conmigo ni con nadie”. Cuando otro de los testigos quiere referirse a las relaciones sexuales que mantenían entre ellos, el presidente de Sala le ordena no seguir. Igualmente sucede cuando la defensa hace referencia a los mensajes obscenos que uno de los denunciantes, homosexual con problemas de autoestima, enviaba a mi móvil. Uno de los jóvenes que nos acompañó en el viaje en el que supuestamente habría abusado de ellos, niega los hechos. El propietario del restaurante donde íbamos a cenar destaca cómo no ha notado ningún cambio en los chicos cuando supuestamente íbamos después de que sucediera el abuso. Los profesores destacan la conflictividad de los denunciantes y que “se sentían como héroes” tras la denuncia. Cuentan cómo alguno, en el aula, ante más de treinta alumnos, la amenazó con rajarle las ruedas del coche. Una amiga de uno de los denunciantes declara como éste “me contó que en casa del cura había pasado de todo y que pensara mal”, pero añadió no haberle creído porque se lo contó “a carcajadas” y que, días después, le pidió que no le preguntara nada “porque no sé lo que es verdad o lo que es mentira”. Otra amiga a quien se lo había contado declara no haberlo visto afectado y dice que “parecía que jugaba conmigo, además se le veía normal y alegre”. Uno por uno van desfilando los testigos que coinciden en decir que no los han visto afectados, que “solían fanfarronear y mentir” y relatan cómo tenían la costumbre de llamar a la Guardia Civil o a los bomberos por falsas alarmas, sólo por diversión.  
Las sesiones del juicio van pasando y no deja uno de sorprenderse. Lo que más llamará mi atención será el testimonio de los forenses del juzgado al asegurar que son “chicos dóciles” y no especialmente conflictivos. Ven afectados a los muchachos. ¿Será por los supuestos abusos o más bien por la reacción contraria que se encontraron al acusarme? De mí declaran que detectan “rasgos de inmadurez emocional; no pone límites a sus relaciones sociales”. También las psicólogas de parte me definen como una persona “muy escrupulosa moralmente y muy obsesivo en el sentido de exigente, perfeccionista y escrupuloso”. Añaden que soy “empático” y “con una gran preocupación por los demás” y “muy ingenuo” a la hora de valorar el comportamiento de los demás hacia mí.
La fiscal y la abogada de la acusación son tremendamente duras conmigo en sus aseveraciones. La verdad es que apenas reacciono. No porque sea frío y calculador, como dicen, sino porque la medicación que estoy tomando me tiene atontado. No me reconozco a mí mismo cuando me recuerdo en aquella situación.
El juicio queda visto para sentencia el jueves trece. Mi abogado ha renunciado a que se presenten más testigos por mi parte pues cree que es suficiente con los que ya han declarado. Mi alegación final no es otra que la de declarar mi inocencia y esperar la resolución que acataré con respeto y resignación.

domingo, 25 de noviembre de 2012

Diario (38) De sobresalto en sobresalto


Se me ha citado para que comparezca en los Juzgados el día siete de junio. ¿Y ahora qué? –pienso-. Un nuevo sobresalto: han de proceder al embargo de mis "bienes". La cantidad que se me exige en esta ocasión es de cuatro millones y medio de pesetas (27.000 euros), que puedo entregar en efectivo, me dicen. ¿De dónde los saco? Ya han investigado para averiguar cuáles son mis propiedades y qué cantidad de dinero tengo en mi cuenta bancaria. Curiosamente, el día anterior, cuando pretendía pagar con mi tarjeta en un centro comercial, me advirtieron que estaba bloqueada. Menos mal que me acompañaba mi madre y pudo efectuar el pago. ¡Qué vergüenza se siente en una situación así! No puedo olvidar la mirada inquisitiva de la cajera.
En el Juzgado me advierten que puedo recurrir a un aval bancario. No tengo ni idea de lo que es eso. He tenido que hacer frente a los honorarios del primer abogado, un millón quinientas mil pesetas (9.000 euros), si bien es verdad que me ha devuelto la mitad al dejar el caso. La minuta del abogado que lleva mi causa ahora asciende hasta el momento a más de dos millones de pesetas y como hemos solicitado una nueva pericial, de parte, he tenido que pagarla (6.000 euros). Aunque he cancelado mi plan de pensiones y vendido mi coche, no me ha llegado para nada. ¡Qué bien se ha portado el concesionario! Me han recogido el coche nuevo a cambio de uno viejo y me han dado la diferencia. Menos mal que se me ocurrió coger el viejo. De lo contrario, en el Juzgado, me habrían acusado de alzamiento de bienes. He tenido que deshacerme en explicaciones del por qué cancelé el plan de pensiones, apenas tres mil euros, y he vendido el coche. ¡Anda! Por la justicia gratuita con que nos asiste el Estado.
 No me queda otro remedio que el de acudir a mis padres o al Obispado. Nuevamente alguna persona amiga se ofrece a entregarme el dinero necesario pero no me parece apropiado aceptarlo.
Es este mismo día, siete de junio, cuando mi abogado me confirmará una noticia que, con anterioridad y en confidencia, me había insinuado: detrás de todo este "montaje" se esconde un sacerdote. ¡Sí! Un sacerdote que ha "colgado los hábitos".  Parece ser que fue quien primero me denunció. ¿Qué conexión existe entre él y los jóvenes que me acusan? Aquí está la difícil cuestión que hemos de resolver. ¿Ha sido él el causante de todo este embrollo? La denuncia que él antepone, a nivel individual, no va adelante, pero coincide en el tiempo con la de los jóvenes que me acusan. ¿Es éste el móvil? ¿Ha sido él el inductor de todo este montaje? ¿Por qué nadie me había notificado esto?
Apenas puedo dar crédito a lo que está sucediendo. Parece que se trata de una novela de suspense e intrigas de siglos pasados. Nada, sin embargo, es ficción. No es un mal sueño, una pesadilla horrible de la que poder despertar y contemplar, aliviado, que nada de esto es real. Por encima de todo tengo que seguir confiando en Dios, ese Padre Providente y Amoroso que nos quiere con locura. ¡Cuesta creer! Su designio salvífico para cada uno de nosotros es genuino, original. Son muchos quienes oran insistentemente por mí, por toda esta situación que se asemeja cada día más a una película de "Expediente X" que a la misma realidad. Yo me confieso cansado, agotado, sin fuerzas para seguir luchando, con muy poca esperanza.

Se aproxima el día del juicio. ¿Cuál será el veredicto? Entre cincuenta y sesenta y dos años de condena piden el ministerio fiscal y la acusación. ¿Se hará justicia? ¿Se resolverá positivamente esta realidad de "sospecha" que está consumiendo mis días, mis fuerzas, mi fe, mi esperanza? Todo está en las manos del Todopoderoso. "Omnia in bonum" -¡Todo es para bien!-. ¡Que las oraciones que tantas personas están ofreciendo den fruto abundante!
No puedo escribir más. Espero confiado que cuando estas páginas lleguen a algún posible lector toda esta odisea haya pasado definitivamente. Falta la voz de la Justicia, la de los hombres. ¿Será una voz que proclame la verdad y me ayude a seguir confiando o, por el contrario, su voz apagará definitivamente mi esperanza?
El viernes trece de septiembre vuelvo a anotar en mis apuntes: desde la última vez que he escrito en estos papeles han sucedido muchas cosas. La más significativa, tal vez, es que la acusación no se conforma con la solicitud de la fiscalía de cuatro millones y medio. Me han requerido veinticinco millones y medio de pesetas (153.000 euros). ¿Qué locura es esta? ¡No puedo más! Sigo esperando.

viernes, 23 de noviembre de 2012

Reflexión (1) Sobre la rehabilitación y reinserción


Permítaseme un alto en la publicación del Diario del proceso que sufro desde marzo de dos mil uno. No puedo menos que hacer una referencia a la noticia que, ayer, veintidós de noviembre de dos mil doce, un buen amigo me hace llegar: El Papa saluda a los directores de administraciones penitenciarias.
¡Sí! El papa Benedicto XVI defendió la dignidad y los derechos humanos de los presos y dijo que su rehabilitación no puede ser considerada como un aspecto "accesorio y secundario del sistema penal". Afirmó que aunque el respeto de la dignidad y los derechos humanos de los presos es "indispensable", todavía en muchos países del mundo no se respetan. Señaló que el respeto de esos derechos no es suficiente y que las administraciones tienen que comprometerse en aplicar una "efectiva rehabilitación de la persona, necesaria tanto en función de su dignidad, como para su reintegración social". "La necesidad del detenido de vivir en la cárcel un tiempo de rehabilitación y de madurez es una exigencia de la misma sociedad, tanto para recuperar a una persona para que pueda válidamente contribuir al bien de todos, como para debilitar la tendencia a delinquir y la peligrosidad social", señaló el papa. Abogó por ambientes carcelarios "más dignos" y subrayó que para que la justicia humana "pueda mirar a la justicia divina" es necesario que la función rehabilitadora "no sea considerada un aspecto accesorio y secundario del sistema penal". "Para hacer justicia no basta con que el culpable sea castigado, hay que hacer todo lo necesario para corregir y mejorar al hombre. Cuando no sucede, la justicia no se aplica en sentido integral", destacó el papa. Señaló asimismo que el profundo respeto de la persona, la rehabilitación del preso y la creación de una "comunidad educativa" en las cárceles es más urgente que nunca, teniendo en cuenta la "creciente presencia" de detenidos extranjeros, "muchas veces en situaciones difíciles y de fragilidad".
A lo largo de sus siete años de Pontificado, Benedicto XVI ha expresado en numerosas ocasiones su preocupación por los presos, ha visitado dos cárceles de Roma y pidió a los fieles que las plegarias del pasado mes de agosto las dedicaran a los presos, "para que sean tratados con justicia y se respeten sus derechos humanos".
Cuando visitó la cárcel romana de Rebibbia, el 18 de diciembre del pasado año, el papa les dijo a los internos que Dios les ama "con un amor infinito, ya que siempre sois hijos de Dios".
¿Me permitís ser sincero? No sé por dónde empezar. Función rehabilitadora. Debe ser efectiva en función de la dignidad de la persona y para su reintegración social. ¡Qué bonito! Y a los internos Dios los ama con amor infinito porque son hijos de Dios. Pues ¡menos mal! Permítaseme preguntar: ¿Y qué sucede con los sacerdotes acusados de abusos sexuales? ¿Qué sucede con quienes son condenados por un tribunal civil? Ya no pienso en un sacerdote inocente, incluso uno culpable. ¿Qué les dice el Papa? ¿No son internos? ¿No merecen el amor de Dios? ¿Dejan de ser hijos de Dios y miembros de la iglesia?
El veintidós de mayo de dos mil seis quedará grabado en mi memoria y en mi corazón, me atrevo a decir que hasta en mi alma, de manera indeleble. No haré referencia a los pensamientos, sentimientos y dolor que hay en mí.  Me limitaré a constatar los hechos. Mi obispo, en el primer permiso que disfruto después de tres años y dos meses recluido en prisión, me hace entrega de un documento. Procede de la Santa Sede y, en concreto, de la Congregatio pro Doctrina Fidei. Se trata de la decisión, de fecha tres de abril de dos mil seis, por la que decretan mi dimisión ex officio et pro bono Ecclesia del estado clerical. 
No importa que el quince de septiembre de dos mil cinco el Tribunal Europeo de Derechos Humanos haya admitido a trámite mi demanda contra el Estado español.
No importa que en España la Ley permita condenar al acusado en base al testimonio incriminatorio del denunciante y que no se hayan dado los requisitos mínimos exigidos por la jurisprudencia y la ley. El Tribunal Constitucional dice así ante el reproche a las Sentencias impugnadas porque adolecen de la necesaria motivación en orden a la valoración de la prueba practicada. Derecho a la tutela judicial efectiva (art. 24.1 CE): ‘..constituye reiterada doctrina de este Tribunal la afirmación de la ‘radical falta de competencia de esta jurisdicción de amparo para la valoración de la actividad probatoria practicada en el proceso penal y para la evaluación de dicha valoración conforme a criterios de calidad o de oportunidad’, y que ‘nuestra misión se constriñe a la de supervisar externamente la razonabilidad del discurso que une la actividad probatoria y el relato fáctico resultante’ (por todas, SSTC 220/1998, de 16 de noviembre, FJ 3; y 135/2003, de 30 de julio, FJ 2), razonamiento que en este caso no incurre en vulneración constitucional’.
No importa que el mismo D. Javier Gómez de Liaño, uno de los letrados que me han defendido, al aceptar mi caso y una vez estudiado el Sumario, llegara a revelar: ‘si le hacen justicia tienen que absolverlo’
No importa que en su día, al inicio del proceso, se me hicieran insinuaciones respecto a cambiar mi declaración en orden a mitigar la pena o que se me ofrecieran posibilidades para huir a otro país y eludir la acción de la justicia y, rechazándolas, no haya pretendido otra cosa que la verdad.
No importa que, a estas alturas, siga proclamando mi inocencia y  luchando para que ésta se declare, con el gasto económico que supone y las dificultades que me está acarreando en el mismo Centro Penitenciario de cara a la obtención de los beneficios penitenciarios que me corresponden.
No importa que mi Obispo haya informado positivamente sobre mi causa y hecho saber los apoyos que constantemente he recibido. En ese tiempo son más de tres mil las cartas que he recibido en prisión. Ni una sola contiene una palabra de duda o reproche. En todas se me anima a vivir con esperanza y desde la fe mi situación y en todas hay un hermano o hermana rezando por mi libertad.
 No importa que no hayan solicitado la documentación sobre mi caso y no hayan evaluado los Recursos que mi defensa ha presentado ante los Tribunales españoles y la Demanda ante el Tribunal Europeo: Recurso de casación interpuesto ante el Tribunal Supremo, Recurso de amparo ante el Tribunal Constitucional y Demanda contra el Estado español.
No importa que no se me haya abierto un proceso canónico. No es ya que no se hayan dado las garantías procesales requeridas, sino que ni siquiera se molestan en abrirlo. ¿Se han preocupado de leer la misma Sentencia de condena? No me consta.
No importa que desde el veinte de marzo de dos mil tres cumpla condena y haya podido celebrar la Santa Misa, primero en privado y, posteriormente con la participación de otros internos o funcionarios, sin que ninguno me haya reprochado jamás que ejerciera el ministerio, acudiendo a mí para solicitarme consejo espiritual y confesión.
No importa que la fe me haya ayudado a ir superando los obstáculos y que la celebración de la Santa Misa fuera para mí aliciente y compensación al posibilitarme el encuentro con Cristo Cautivo y Prisionero en la Eucaristía, quien me ayudaba a llevar con esperanza mi situación. 
No importa que en dos mil cinco, en Francia, un juez tuviera que pedir públicamente perdón por su error al haber condenado a inocentes, entre ellos, a un sacerdote al menos.
No importa que la Sentencia civil te inhabilite durante el tiempo de condena pero te permita, una vez cumplida, desarrollar tu actividad.
El implacable brazo de la Ley eclesial, manejando su espada y no la cruz, con su misericordiosa consigna de “tolerancia cero”, me ha puesto de patitas en la calle. Ya no me asignarán los poco más de doscientos euros mensuales que me venían ingresando. He de solicitar a la Conferencia Episcopal que, al menos, sigan cotizando por mí a la Seguridad Social. ¡Qué caridad! ¡Qué afán rehabilitador y resocializador! ¡Qué justicia tan digna del ser humano!
¿Puede pedir el Papa a los directores de las Administraciones Penitenciarias que vivan lo que la misma iglesia no practica? Santo Padre, me da igual si en el belén tiene que haber o no un buey y una mula. No me da igual que nos diga que “para hacer justicia no basta con que el culpable sea castigado”, y que “hay que hacer todo lo necesario para corregir y mejorar al hombre” porque “cuando no sucede, la justicia no se aplica en sentido integral".
Exíjaselo, Santo Padre, a la Congregatio pro Doctrina Fidei. Después, cuando sean éstos los primeros en respetar los derechos humanos de los sacerdotes, pídaselo a los demás.

Diario (37) Recuerdo los días de prisión


El martes veinticuatro de abril se convierte en una jornada especial. Le han concedido permiso al griego, uno de los presos con los que he convivido durante mi estancia en prisión. Viene al piso de acogida que el capellán ha conseguido para los reclusos que no tienen familia que los reciba, en su mayoría extranjeros. Los tres, el capellán, él y yo, vamos a comer juntos. Después tomamos un café con el compañero de curso que ha visitado la prisión en varias ocasiones como voluntario. Tengo ocasión, además, de estar con el teñido, que ha alcanzado ya la libertad y nos invita a cenar en su casa. Recordamos los días que hemos pasado juntos y reímos evocando multitud de anécdotas. Siento que hay algo especial que nos une y que nos hace abrigar una sensación particular. A las voluntarias que trabajan con el capellán les sorprende esta camaradería que se da entre nosotros y la satisfacción que sentimos al reencontramos.
El permiso que le han concedido al griego es de tres días. El jueves prepara una cena de despedida típica de su país de origen. Llevaba veinticinco meses recluido en prisión. Está eufórico. Lo único malo es tener que regresar de nuevo al centro penitenciario. Pero bueno, al haberle concedido este primer permiso, se le otorgarán con mayor facilidad los siguientes y podrá, enseguida, acogerse al tercer grado. Entonces podrá ser  extraditado a su país. Es lógica su excitación.
Le pregunto por los demás compañeros de módulo. Alguno ya está en libertad,  otros todavía no tienen siquiera un permiso. Aunque lo han solicitado no se los conceden. Es el caso de mi interno de apoyo, por ejemplo, que lleva cuatro años en prisión. Lo mismo le sucede al "cabo", y éste lleva muchos más de cuatro. Me cuenta que están desesperados. Igualmente, me habla de otro de ellos que ya lleva dos años en prisión preventiva, el hijo del cabo, es todavía joven y tiene una niña pequeña. Su sufrimiento es, sin duda, atroz. Pienso en la "suerte" que he tenido. Aunque estoy pendiente de un juicio, estoy con mi familia y en mi hogar. Cuando me encuentro mal puedo salir a dar un paseo, puedo estar con algún amigo, puedo, en definitiva, moverme con cierta libertad. Me siento prisionero de la situación en la que me encuentro, pero es totalmente distinto a tener que permanecer encerrado en la celda de un módulo de la prisión. Sufro, pero es un sufrimiento muy distinto.
Desde la perspectiva que se adquiere al haber estado en prisión la realidad no se percibe del mismo modo que alguien que no ha tenido que padecerla. No trato de disculpar, de justificar o excusar a quienes la sufren. Sin lugar a dudas la pena impuesta a muchos de los internos es justa. Pero también, y esto es lo que sí quiero subrayar, se dan situaciones injustas. El hecho de que exista la prisión preventiva y de que sea necesario esperar por un juicio tanto tiempo ¿no es, a todas luces, inhumano y objeto de denuncia en muchas ocasiones?
En mis días en libertad provisional bajo fianza recuerdo los días de prisión y, en especial, a quienes he tenido oportunidad de conocer. Se puede decir, hasta cierto punto, que los echo en falta. Sé que ellos sienten lo mismo. Así me lo han hecho saber en navidades, cuando me escriben: “Hola Edelmiro, ya sabes que tu ausencia nos llena el corazón de pena pero a la vez nos alegramos muchísimo de que te hayas ido, porque tú eres una persona excelente y de corazón pedimos todos tus “diabólicos” que pases unas felices fiestas rodeado de tus personas queridas y te pedimos que nunca nos olvides porque nosotros tampoco lo haremos”. Es verdad que la situación que he vivido ha sido atípica, tanto por el tiempo que he pasado, como por la gente con la que me ha tocado tratar. Me carteo con alguno de ellos pero me aconsejan no ir a visitarlos, lo que podría hacer a través del locutorio. Me cuesta, pues conmigo se han portado extraordinariamente bien. Me siento en deuda con ellos. Les estoy agradecido por la preocupación que han mostrado por mí, por la confianza que en mí depositaron, por el afecto y respeto con que me han tratado. Sería emocionante poder reencontrarse con ellos en libertad, reinsertados, como amigos que, después de haber pasado por una etapa trágica en la vida, se unen para experimentar una nueva época alejada del ambiente del hampa, de la delincuencia, del delito. Una vida digna en la que, si se ha pagado por un delito cometido, se pueda pasear sin ser señalado, sin levantar sospechas, con la cabeza en alto y la conciencia tranquila. ¿Será sólo una utopía?
Cuando uno se enfrenta a la cárcel por primera vez, un estremecimiento indescriptible le sobrecoge. No es sólo una realidad nueva, sino una realidad de la que se ha oído hablar en innumerables ocasiones, y ¡nunca bien! A priori, es el lugar en el que la sociedad confina a quienes han infringido las normas, a quienes no han sabido convivir en libertad y han infligido daños a terceros. Nadie, en su sano juicio, podrá sentirse orgulloso o feliz de tener que ingresar en prisión. Al hablar de quien está en la cárcel no suele nadie referirse a él por su nombre, sino por su delito. Así decimos que en la cárcel están los homicidas, asesinos, narcotraficantes, violadores, estafadores, atracadores, ladrones…criminales de toda índole y pelaje.
Entrar con protocolo de suicidio y tener que compartir celda con un interno de apoyo y con algún otro no inspira, en absoluto, ninguna tranquilidad. ¿Qué delitos habrán cometido quienes comparten mi celda? No puedes dormir sereno, no sólo ya por verte entre rejas, sino por el miedo a que cualquiera de ellos pueda hacerte algún daño en cuanto se le presente la oportunidad. Sin embargo, como ya he relatado anteriormente, los esquemas se rompen, los prejuicios caen por tierra. Pronto se da uno cuenta de que aquí, como en cualquier lugar, hay personas. No, no es el infierno. No niego que, muchas veces,  la existencia allí se convierta en un infierno. Pero también es verdad, así lo he vivido, que algunos de los que te rodean, aunque hayan delinquido, son personas solidarias, generosas, responsables…con virtudes.
Es relativamente fácil hacer juicios de valor sobre los demás, en especial, sobre quienes han quebrantado la ley. Si alguien la vulnera, pensamos, debe pagar por ello y con una mayor o menor sanción según la gravedad de la infracción. Pero, ¿sería esto aplicar justicia? Creo que convendríamos, mayoritariamente, en que no. Al hablar de seres humanos, de comportamientos humanos, son diversos y múltiples los factores que se deben tener en cuenta y que pueden aumentar, atenuar o mitigar la responsabilidad de quien ha infringido la ley. A la hora de emitir un veredicto, si quiere ser justo, nos encontramos con una mayor dificultad de la que podemos pensar. ¿Es la persona conocedora de la ley que vulneró? ¿Tiene el suficiente dominio de sí mismo como para poder cumplirla? ¿Algún factor, externo o interno, puede haber condicionado a la persona que no ha cumplido la ley? ¿Es la ley, en sí misma, justa? Son muchas las preguntas que podemos formular y que nos pueden ayudar a discernir el conflicto que muchas veces supone cumplir o incumplir la ley y, por ende, emitir un dictamen justo.
Esta realidad, así simplificada, nos permite vislumbrar que las personas juzgadas y condenadas no dejan de tener derechos y, en especial, el de seguir siendo consideradas en su dignidad de persona ¿Qué lo ha llevado a perpetrar una fechoría? Una persona enajenada por razones psicológicas, un toxicómano, un huérfano social… ¿no siguen siendo personas? ¿No tendremos que tratar de ponernos siempre, también en el caso de un delincuente, en su situación? ¿Qué hubiéramos hecho en sus mismas circunstancias, con la misma formación, ante la misma ocasión y situación?
No hemos de olvidar que detrás de cada interno hay una historia humana, una determinada y particular historia que, si conociéramos, tal vez comprendiéramos. Hay comportamientos y actitudes en sí mismos deleznables por inhumanos, por supuesto, y que seguramente jamás cometeríamos. Pero se trata de caer en la cuenta de que lo que hemos de condenar es el error, no al que yerra. Al que se equivoca hay que procurar entenderlo y ayudarlo para que se corrija y cambie. ¿Somos conscientes de ello?
Un escritor guatemalteco, Julio Fausto Aguilera, decía: “La prisión me posee, pero yo poseo la libertad”. Lech Walesa, quien llegó a ser presidente de Polonia, también dijo: “Siempre soy libre, incluso en prisión. Mis pensamientos, mis sueños y mis aspiraciones no pueden ser destruidos materialmente”. Como sacerdote, me veo urgido a comprometerme más radicalmente en el amor a Dios que se manifiesta en el amor a todo hombre, en especial, al más indigente. ¿Quién más necesitado de esperanza, de justicia, de amor, de verdad, de libertad…que los reclusos? Ellos me dan su confianza, su servicio, su afecto, su sentido del humor, su amistad. He de corresponderles añadiendo a todo eso mi testimonio de fe, aunque sea silencioso. He de esforzarme en que tengan la oportunidad de descubrir el amor de Dios por cada uno. No llevo distintivo externo alguno que me identifique como sacerdote. Pero pronto todos saben que lo soy y como tal me tratan, con respeto, sin clericalismo, sin esos remilgos que tantos te otorgan en la calle. Como sacerdote, he tenido la oportunidad de escuchar en confidencia a algunos reclusos. No son todos, ni mucho menos, como las crónicas periodísticas o las noticias televisivas nos los presentan. Te hablan claro y con claridad les puedes hablar. ¡Cuántas conversaciones que parecerían impensables!
La prisión es ahora mi nuevo campo de acción evangelizadora y pastoral. Aunque sea la primera vez que me enfrento a ella y no haya realizado hasta entonces ningún tipo de experiencia pastoral ni remotamente parecida, sin programaciones ni previas reuniones de preparación, dejo que sea Dios el único guía que me conduzca y me lleve. Entonces, poco a poco, se descubre que en la prisión hay muchas almas que tienen ilusión, sueños, esperanzas. Que quieren comenzar una vida nueva y dejar atrás al hombre viejo. Tenía razón la persona que me escribió invitándome a ser sembrador de alegría y de paz: “…procuramos llevar con nosotros la paz, dondequiera que estemos. De modo que cuando las olas se encrespan, echamos encima de las pasiones nuestras y de las de los demás…un poco de amor… Llevamos la paz y dejamos la paz”.
La oración de San Francisco de Asís que me hacen llegar y que rezo a diario, me da las pautas de actuación.  







¿No es este el mejor modelo de rehabilitación y reinserción? ¿No es el que tanto prisioneros como libres hemos de seguir siempre en nuestras vidas?

martes, 20 de noviembre de 2012

Diario (36) Entre contrarios vientos va mi nave


Puedo hacer míos los versos del soneto de Petrarca: “Entre contrarios vientos va mi nave/ que en altamar me encuentro sin gobierno./ Tan leve de saber, de error tan grave,/ que no sé lo que quiero aconsejarme/ y, si tiemblo en verano, ardo en invierno”
Dos cartas me conmueven de manera especial. Una niña a quien he impartido clase cuando cursaba 1° de ESO y a quien, antes, le había dado la primera comunión, escribe: "Como el martes es el día del padre le escribo estas letras para felicitarlo. Ya sabe que para la parroquia es nuestro padre...". La segunda es de dos antiguas alumnas del instituto, una de ellas también de mi parroquia. Estudian en Santiago y dicen: "...ya sabemos que estás constantemente de altibajos y es normal porque el tiempo pasa, pero tienes que ser muy fuerte y no perder jamás la esperanza... Queremos pedirte algo, que nos prometas que siempre seguirás siendo el Delmi inconfundible que conocimos y que nunca jamás vas a permitir que las desavenencias de la vida cambien lo más maravilloso de ti, tu bondad, fuerza, valor, amistad, amor,... Queríamos escribirte todo lo grande que eres pero ni siquiera la lista más grande del mundo sería capaz de definirte, definir lo que significas para nosotras, lo que te admiramos y queremos".
Son palabras que transcribo por la emoción que me causan y porque expresan el sentimiento de unas personas que siempre serán para mí entrañables, pero que me invitan a preguntarme: ¿Por qué se puede llegar a despertar en las personas a las que se trata sentimientos tan opuestos? Mientras unos me consideran "padre" y me felicitan, al mismo tiempo que me agasajan porque me admiran y quieren, otros me acusan de agresor, de pervertidor de menores. ¿Cómo descubrir la verdad? ¿Cómo indagar y escrutar lo que hay de cierto cuando se acusa a una persona? ¿Cómo saber si el que miente es el denunciado o el denunciante? ¿No hay auténticos expertos en la "ciencia" de mentir? Si quien te acusa es un mitómano que nada tiene que perder, ¿qué se puede hacer? ¿Es lo mismo justicia y ley? ¿Acaso no se han promulgado a lo largo de la historia innumerables leyes a todas luces injustas?
Junto a las dos cartas citadas he ido recibiendo muchas más en el domicilio paterno. Unidas a las enviadas a prisión, conforman un extenso panorama de opiniones sobre mí. Puedo afirmar, sin exageración de ningún tipo, que son más de mil las personas, hasta marzo de 2002, las que se han dirigido a mí a través de este género en desuso. El talante en que me escriben es similar al de las dos cartas citadas. Me manifiestan en ellas su solidaridad y me invitan a confiar en la acción de la justicia. Muchos de los que me escriben son testigos de mi acción ministerial en las parroquias donde ahora se me ha puesto en entredicho. Son conocedores de los jóvenes que me denuncian y del trato y relación que con ellos mantuve. Defienden mi inocencia. A pesar de ser vecinos, algunos familiares y, no pocos, amigos de los denunciantes, me revelan su adhesión y el convencimiento de que todo es una trama, un complot, una intriga, una maquinación contra mí. Me descubren que los mismos denunciantes se contradicen entre ellos y que, incluso, llegan a afirmar que nada les he hecho. Puede ser un modo de defensa ante el ambiente hostil que se respira contra ellos. Sin embargo, ¿cómo es que nadie ha salido en su defensa? ¿Cómo no revelarse para reafirmarse? ¿Cómo poder seguir viviendo tan tranquilos habiendo sido víctimas de supuestos abusos y agresiones que afectan a lo más íntimo de la persona?
El veintiocho de marzo, jueves santo, acudo a las parroquias de un compañero de curso. Hacía tiempo que no ejercía como ministro de la reconciliación, como dispensador del perdón misericordioso de Dios para con el hombre que acude a Él arrepentido. Tuve ocasión de hacerlo y de presidir, también, la celebración litúrgica de la Cena del Señor. Me atreví a predicar. Desde el veinticinco de noviembre, en prisión, no lo había vuelto a hacer. Mi madre se emocionó y no pudo contener las lágrimas.
El viernes de Pasión vuelvo a presidir la celebración litúrgica. El Señor se entrega al suplicio de la Cruz para que cada uno de nosotros pueda recibir la salvación. Muerte del Señor que se convierte en vida del hombre. La Cruz, señal cierta de identificación del camino cristiano, del camino del discípulo sobre la tierra. Para alcanzar la salvación, para llegar a descubrir la Luz de la Resurrección, es preciso abrazar la Cruz. ¡Difícil tarea! A veces, o casi siempre, preferiríamos una cruz distinta a la que tenemos que llevar. Lo que llevo viviendo desde hace más de un año ha de servirme. Mis palabras han de verse avaladas por esas experiencias. Sin embargo, son muchos los claroscuros en este seguimiento personal. Muchas veces repetí, incluso con desesperación: "¡si es posible pase de mí este cáliz!". El Señor me invita a beberlo. Es una bebida amarga.
Hoy, de un modo radicalmente nuevo y significado, rezo: “Ablándate, madero, tronco abrupto de duro corazón y fibra inerte; doblégate a este peso y esta muerte que cuelga de tus ramas como un fruto. Tú, solo entre los árboles, crecido para tender a Cristo en tu regazo; tú, el arca que nos salva; tú, el abrazo de Dios con los verdugos del Ungido.”
Jesús aceptó la dureza de lo inevitable. Conocía la suerte de los profetas que le precedieron. No había pasado mucho tiempo desde que Juan Bautista fuera asesinado por mandato de Herodes. Los gobernantes pretendían escarmentar al pueblo torturando atrozmente y asesinando a los profetas. Jesús es arrestado y llevado ante el tribunal. Un juicio injusto: testigos falsos, infracción del derecho de defenderse, condena de muerte. Todo estaba preparado de antemano. Por ello, Jesús no insiste en su defensa. Sabe que lo van a matar porque pone en cuestión el sistema religioso y social. Le imponen la cruz, lo empujan junto con otros dos. Cae por tierra, extenuado, porque había sido ya flagelado. Es levantado a fuerza de gritos, de insultos, de golpes. La vía hacia el Gólgota es un lento y tortuoso avance hacia la muerte. El Gólgota se convierte así en símbolo del exterminio humillante, de la mayor de las injusticias. Jesús es despojado de todos y de todo. Lo entrega todo hasta el límite. “En plenitud de vida y de sendero, dio el paso hacia la muerte porque él quiso. Mirad de par en par el paraíso abierto por la fuerza de un Cordero.”
Y la Cruz se convirtió en el símbolo de identificación del discípulo, del "cristiano", Ya no tiene aquel significado de rebeldía y maldición que tenía en el mundo antiguo. Hoy, las cruces ya no son de madera. La cruz es la realidad cotidiana que muchas personas viven: el maltrato a las mujeres, la falta de igualdad de oportunidades para desarrollarse como personas, la situación de los inmigrantes y los desplazamientos de poblaciones enteras obligados por la violencia y el hambre, la explotación de los niños, la realidad de miseria e injusticia que inunda al mundo,... La humanidad ha ganado en derechos escritos sobre papeles, ha ganado en conciencia sobre su acción en el mundo, pero también ha multiplicado la miseria y el sufrimiento. Por eso hoy sigue siendo viernes santo, Pasión. Mientras haya un solo ser que sufra en el mundo, seguirá habiendo cruz, seguirá entregándose Cristo en el Gólgota, seguirá derramando y entregando su Sangre para su salvación.
Ante la debilidad de Dios debe rasgarse nuestra concepción de Dios. Hemos de saber aceptar a un Dios humillado, que se encarna en la debilidad humana y que quiere ser el servidor que está junto a los "pequeños", a los sin cultura, a los marginados.
Quienes intervienen en la Pasión y Muerte de Jesús no son extraordinariamente malos, sino personas normales y corrientes. Esto ayuda a aceptar y a comprender que nos puedan vender, traicionar, juzgar y crucificar las personas, también normales y no especialmente malvadas, que conviven junto a nosotros.
Meditar sobre toda esta realidad me aportará consuelo aunque no me restará ansiedad, temor, angustia. Me hará confiar, de un modo racional, en la Voluntad de Dios. Me hará mantener, aunque confieso que de manera tenue, una puerta abierta a la esperanza. Creo que Dios está por medio, aunque no soy capaz de descubrirlo como en otras ocasiones, no percibo su presencia. Creo, porque Él me ha dicho que está en el que padece a causa de la enfermedad, de la injusticia, de la persecución,... ¡Creo! Necesito creer que todo lo que acontece en mi vida es siempre y en todo Voluntad de Dios. Pero me cuesta creer. Me cuesta vivir coherentemente mi fe. Me cuesta asumir el dolor. Me cuesta poder comprender, es más, no comprendo nada de lo que sucede. Pero esto, creo, es la cruz.
Reflexiono uno y otro día, noche tras noche, en el silencio. Unas veces siento la necesidad de gritar, de rebelarme, de decir adiós a todo y a todos. Otras, sin embargo, me consuela enormemente pensar que Dios me ha elegido para corredimir con Él. Mi vida oscila, así, según el pensamiento dominante de cada jornada, pasando de la euforia a la apatía y la tristeza. Provoco desconcierto porque vivo desconcertado. Un día consigo sonreír, el otro no puedo más que condolerme. Quien me observe podrá ver lo que desee. Un día, a alguien irreflexivo, que vive alegremente, con absoluta frivolidad. Otro día, no obstante, podrá ver a alguien amargado, triste, irritado. No logro dominar la situación. La voluntad calla, muchas veces desaparece, se oculta, queda velada en mi vida. Sé qué debo hacer, pero no puedo hacerlo. Otras veces, ignoro totalmente cuál ha de ser mi proceder o cuál será mi reacción ante determinada noticia, suceso o acontecimiento. Son muchos los momentos en que no sé decir no, en que no llego a expresar lo que debo, en que no logro vencer el abatimiento que me invade. Muchos también en los que me comporto de un modo histriónico, impropio, improcedente, inapropiado. Además, no logro comprometerme seriamente en ninguna actividad, olvido con excesiva facilidad lo que hice el día anterior, no logro conciliar el sueño, tengo pesadillas que me estremecen y que mezclo con la realidad. ¡No! Aunque me piden que sea dueño de mis actos y palabras, carezco de la voluntad necesaria para poder ser yo mismo.

Diario (35) Una afición


Han pasado las duras jornadas de prisión. Aún pudiendo gozar de la familia, del hogar, de algunos de mis amigos, no soy feliz. Todavía queda por esclarecer en un juicio mi inocencia. Esa es la obsesiva idea que constantemente me persigue. Puede haber quien piense que ya eres feliz porque ve dibujada en tu rostro una sonrisa. No es así. La sonrisa no se corresponde con el estado del alma. No lloro como al principio, pero por dentro un mar de tristeza me invade el corazón. No, no soy feliz. Y menos, cuando a mi alrededor descubro la certeza de aquellas palabras que hablan de amistad: "El amigo ama en todo tiempo!; es un hermano para el día de la desventura. Hay amigos que sólo son para ruina, pero los hay más afectos que un hermano" (Prov. 17, 17.24). Experimentas que son más los amigos "para ruina" que los "más afectos que un hermano". En un poema de Rosalía de Castro, Los Tristes, encuentro descrita la situación en la que me encuentro inmerso:

De la torpe ignorancia que confunde
lo mezquino y lo inmenso,
de la dura injusticia del más alto,
de la saña mortal de los pequeños,
no es posible que huyáis cuando os conocen
y os buscan, como busca el zorro hambriento
a la indefensa tórtola en los campos;
            y al querer esconderos
de sus cobardes iras, ya en el monte,
en la ciudad o en el retiro estrecho,
“¡Ahí va! –exclaman- ¡Ahí va!”, y allí os insultan
y señalan con íntimo contento,
cual la mano implacable y vengativa
señala al triste y fugitivo reo.

Como "triste y fugitivo reo" me veo a cada paso. No soy capaz, más que cuando me lo proponen, de abandonar el "retiro estrecho" en el que trato de refugiarme día a día. Me obligan a salir para distraer la mente y tratar de olvidar la obsesiva idea que me está carcomiendo. Lo hago, obediente, pero sin aliciente alguno, sin esperanza. Y a medida que el tiempo va pasando, lejos de olvidar lo que sucede, más en carne viva se va transformando la herida latente que llevo escondida.
No he desaparecido, no me he fugado. Vivo en el domicilio familiar, casi recluido, sin apenas relacionarme con mucha más gente que con mi propia familia. Los días se hacen eternos la mayor parte de las veces. Mi salida más lejana es a Santiago de Compostela, para visitar al psiquiatra. No han acertado quienes apuntaban a mi posible evasión.
Las escapadas más especiales son las que realizo en barco. Navegar se ha convertido en una de las más relajantes aficiones. Todo parece cambiar cuando voy al timón de la pequeña embarcación de recreo que me "prestan". El aire rompiendo en el rostro, aire de libertad, parece lavar de él todas las desdichas. Poder surcar las olas me hace vivir una sensación increíble de dominio y emancipación. Es como si sólo existiésemos el mar y yo. Todo ese inmenso mar azul que se abre ante mis ojos parece estar invitándote a cruzarlo, sin importar el tiempo, y a zambullirme en él. El mar, tan terrible para unos, tan amable para mí.
Cada vez que tengo oportunidad de salir a navegar es como si recibiera una inyección de optimismo, de vitalidad, de ansia de futuro y esperanza. Ver el lejano horizonte confundiéndose con el mar parece darme alas, incluso, para volar. Cuando el sol se mete, enrojeciendo el firmamento, deseo fundirme con él en el océano para surgir nuevamente con él al amanecer. ¡Sí! Llevar el timón me hace sentir dueño de mi mismo y de la situación por unos instantes. Son momentos inolvidables y entrañables que me ayudan a seguir sintiéndome vivo. ¡Sí! Recupero la felicidad cada vez que puedo hacerme al mar. En él parecen naufragar las penas para dejar surgir con nueva fuerza la alegría de vivir. El zigzag de las olas balanceando la embarcación destapa en mí la ilusión de luchar para vencer las tempestades que me acechan en la vida.
La vida sigue, pero cuando te haces a la mar, parece detenerse para dejarte disfrutar de la maravilla de la creación. Al atracar en puerto, ya de vuelta, lo hago con la satisfacción de haber realizado con éxito la pequeña travesía. Un deseo: que el mismo éxito me acompañe en el turbulento océano al que he de enfrentarte al dejar la motora. Y, como un susurro, parece oírse: "lo lograrás".
Si algo de positivo tuviera que destacar en esta trastocada biografía que me ha tocado reflejar, por encima de todo, estaría este descubrimiento de la navegación como fuente de energía que me ayuda a emerger del profundo abismo en el que me siento tantas veces hundido. No puedo caminar sobre las aguas, pero siento la calma que ellas me transmiten. El rugir de las olas que rompen contra la orilla parece asustarnos cuando tomamos el gobierno de la nave. Pero a medida que nos adentramos en las aguas, ese rugir va convirtiéndose en rumor, en susurro y, por fin, en silencio. Somos capaces de gobernar la nave y de llevarla a puerto. No importa el rugir de las olas, no importa la oscuridad de la noche, no importa el zigzag que zarandea la embarcación,... ¡Importa sostener con firmeza el timón para llegar a puerto! ¡Importa marcar el rumbo y saber orientarse por la rosa de los vientos! ¡Importa perder el temor y lanzarse!



Diario (34) Culpable


La situación no es fácil. Con el paciente Job también exclamo:

"¿No es una milicia lo que hace el hombre en la tierra?
 ¿No son jornadas de mercenario sus jornadas?
Como esclavo que suspira por la sombra,
o como jornalero que espera su salario,
así meses de desencanto son mi herencia,
y mi suerte noches de dolor.
Al acostarme, digo: ¿Cuándo llegará el día?
 Al levantarme: ¿Cuándo será de noche?
y hasta el crepúsculo ahíto estoy de sobresaltos" (Job 7, 1-4)

Consciente de que la vida es milicia trato de mantenerme firme en el combate. Sin embargo, por mi cabeza asoma un pensamiento: me siento culpable. Alguien me recuerda que siempre he sido un "imprudente", que les he concedido demasiada confianza a quienes me rodeaban. Me insiste en que la labor de un profesor o la de un sacerdote tienen un límite. He admitido siempre lo primero. Lo segundo me cuesta mucho más entenderlo. ¿Hasta dónde debe llegar un sacerdote en su relación con los fieles? Más de una noche no he dormido por intentar arreglar algún conflicto matrimonial, dialogando con ambos cónyuges para tratar de encontrar soluciones a sus problemas. ¿Qué hacer con ese marido que llama a mi puerta en la noche, con su maleta, y me dice que abandona el hogar porque no aguanta más después de veintitrés años? Más de una noche la he pasado charlando con algún joven que acudía a desahogar sus problemas. ¿Lo dejo desesperarse porque no encuentra respuestas en la vida y sólo piensa en matarse? Más de una noche he tenido que levantarme de la cama para atender a quien solicitaba mi ayuda. ¿Dejo que una madre viuda recorra el pueblo en la noche invernal buscando a su joven hijo que no ha llegado todavía a casa? ¿O me pongo a buscarlo con ella para encontrarlo en el cementerio llorando junto a la tumba de su padre?
Nunca, a pesar de las advertencias de algunos, he cejado en mi empeño por ser amigo de quien se presentó en mi vida. "Apostolado de amistad y confidencia", me han enseñado siempre. Probablemente, o no he sabido interpretar la expresión o no he sido lo suficientemente suspicaz para llevarla a cabo con cierta distancia. Es fácil que haya idealizado la realidad que me ha tocado vivir y me haya prodigado con quien no debiera. ¡Cuántas veces carecía de tiempo para dedicar a mi familia y compañeros por dedicarlo a lo que entendía ser mi deber!
Es fácil que algunas de las situaciones desagradables en las que nos vemos envueltos las hayamos provocado nosotros mismos. Nadie me ha obligado ni urgido a organizar campamentos, ni peregrinaciones, ni excursiones, ni clases de refuerzo, ni ningún otro tipo de actividad con los jóvenes a quienes traté. Nadie me exigía que los invitara a comer o cenar conmigo. ¿Exceso de celo pastoral? Eso dicen algunos.
La realidad en la que vivimos lleva a unos a sospechar de conductas como la que yo he mantenido. Dudan de quien se prodiga en su relación con los demás, especialmente, cuando éstos son jóvenes o menores. La credibilidad que se les otorga es mayor cuando denuncian a un adulto que los ha tratado con afecto y generosidad. ¿Hay alguien que esté dispuesto a dar algo sin esperar una compensación? – piensan- ¿Puede ser gratuito lo que un adulto ofrezca a unos jóvenes? ¡Sí! Me siento culpable de haberme gastado inútilmente a favor de quienes no lo merecían. Me siento culpable por no haber hecho caso a las advertencias que se me hacían. Me siento culpable de haberme entregado sin miramientos ni suspicacia a quienes se han cruzado en mi camino. Me siento culpable de haber sido ingenuo, pensando que podría conseguir hacer algo de provecho de unos jóvenes, por quienes sus mismos padres no parecieron apostar. ¡Este es mi delito! ¡De esto me acuso! ¡De ello me siento ahora culpable!

domingo, 18 de noviembre de 2012

Diario (33) La vida continúa


Con no pocas dificultades y recaídas anímicas la vida continúa. Una vida claramente distinta a la anterior. Las navidades están próximas. Estas fiestas entrañables para casi todo el mundo, se convertirán, por primera vez para mi, en una experiencia que me llena de melancolía y me hace romper a llorar en innumerables ocasiones. Cuando creía haber perdido ya  la capacidad de emoción y me consideraba incapaz de derramar una sola lágrima más, estas fiestas, en especial la celebración del fin del fatídico año 2.001 y del comienzo del 2.002, me causó una inevitable e incontenible agitación. "¡Feliz año nuevo 2.002!" ¿Feliz? Al repique de cada campanada no puedo dejar de pensar en qué sobresaltos deparará para mí el nuevo año.
Comienzo este nuevo período de mi vida aislado de aquellas personas a las que más he tratado en los últimos años. Aunque se me ha prohibido acudir a las parroquias donde desarrollé los últimos años mi labor pastoral, mi abogado me aconseja que tampoco vaya a las anteriores. Me indica, además, que evite el contacto con aquellas personas que puedan prestar declaración en el futuro juicio como testigos de mi inocencia. Me siento, entonces, prácticamente aislado, prisionero. No puedo mantener contacto con quienes durante años he tratado y con quienes he logrado alcanzar una relación de amistad. ¡Sí! Tengo a mi familia y a unos pocos amigos que no prestarán declaración. El círculo de mis relaciones se ve drásticamente reducido. Estoy en libertad, pero ¿qué clase de libertad es esta?
La vida sigue, sí, pero no sigue igual, como dice la canción. Ni siquiera remotamente parecida. Mientras el psiquiatra que me atiende desde el diez de diciembre me recomienda ocuparme, distraerme, ampliar el círculo de mis relaciones; el abogado que se encarga de mi defensa me recomienda no ejercer públicamente mi ministerio, evitar las relaciones sociales y procurar ser lo más discreto posible. Solicito permiso para acudir a Madrid, a casa de un amigo sacerdote, dónde poder animarme y tratar de reponerme, pero se me niega por parte de la Audiencia. Mi vida se convertirá en una especie de aislamiento que me sumirá en la desesperación.
Quico Tomás-Valiente y Paco Pardo, en la "Antología del disparate judicial", dicen: "...de la resignación estoica que no le cuenten nada a los que padecen la lentitud de tortuga de los tribunales españoles" (pg. 139). Esta lentitud consume día a día a quien la padece, de tal modo que se le puede aplicar el dicho vietnamita referido a un día en prisión, un día a la espera de un juicio, es como mil otoños que te van deshojando, envejeciendo, robándote la alegría de vivir y la esperanza.
En el citado libro se refiere: "Respecto a los disparates judiciales, hemos querido situar en el contexto de la lentitud de la justicia algunos ejemplos de equivocaciones de los tribunales, muchos de ellos con consecuencias terribles para ciudadanos inocentes, incluida la privación de libertad.
No haremos un estudio de los llamados errores judiciales. Casi siempre se deben no tanto a jueces disparatados como a la suma de circunstancias que prestan engañosa apariencia de pruebas o indicios. A veces puede apuntarse a una mala investigación policial, otras a falsos testimonios acusatorios, las más a errores burocráticos y también por funcionarios de la Administración, incluidos los togados. La lista de este tipo de lamentables situaciones sería interminable: personas encarceladas porque se confunde su identidad con la del sospechoso, indicios de dudosa credibilidad que conducen a prisión preventiva a un inocente, embargos de viviendas o inhabilitaciones profesionales sin ton ni son..." (pg.140)
Me cuento entre esos ciudadanos que sufren la "cojera" de la justicia, no sólo por su lentitud, también por los falsos testimonios acusatorios presentados, con indicios de dudosa credibilidad, que me han conducido a prisión preventiva y, ahora, me dejan en la práctica inhabilitado para el ejercicio de mi profesión docente y el desarrollo de mi ministerio. ¿Cuándo se pondrá fin a esta terrible odisea en la que me veo involucrado y a la que cualquiera se puede ver sometido cuando menos lo espera?
El día cuatro de marzo de dos mil dos escribo en mi diario: "Ha llegado el momento que tanto temía. ...no tengo ánimo para hacer nada. Mi fe vuelve a tambalearse como antaño. La Luz que parecía haberse encendido permanece, ahora, oculta por las tinieblas que la ahogan.
Va a hacer un año ya este mismo mes. Ha habido altos y bajos. Hoy, es uno de esos días en los que la moral está por los suelos. ¿Qué hacer? ¿Rezar? No tengo ganas. ¿Llorar? Se me han secado las lágrimas. ¿Llamar a alguien con quien charlar? No quiero molestar...
Mi vida me parece cada día más vacía. Se inclina hacia un abismo del que no doy salido. ¿Soy libre? Estoy en libertad provisional. Muchos, tal vez, envidiarían esta situación. Yo, me siento prisionero. Escribir es lo único que me ayuda. Quizás porque es el único modo que encuentro para enfrentarme conmigo mismo y, quién sabe, para dirigirme a Dios"
No, la vida no es igual para mí. Todo este proceso ha marcado un antes y un después. Quienes me tratan y me conocen bien lo saben. No soy aquel sacerdote alegre, con energía desbordante, dispuesto a comerse el mundo y a enfrentarse a lo que fuera preciso. La tristeza, aunque es "aliada del enemigo", como suelen recordar los autores espirituales, se apodera de mí. Qué pensaran esas personas que, en la parroquia de un compañero de curso, a treinta kilómetros de Vigo, me ven celebrar la Santa Misa como a escondidas, triste, sin dirigirme a ellos ni antes ni después de la celebración, manteniendo siempre esa distancia respetuosa y seria que intimida a quien tenga la tentación de acercarse a preguntar algo. Soy yo, ahora, quien ve con recelo a todos, especialmente a esos jóvenes, generosos y alegres, que colaboran con mi compañero en las celebraciones litúrgicas.
Muchos son los que me han felicitado por el valor demostrado hasta el momento. ¿Podrán seguir haciéndolo? Un año es mucho tiempo. Ordinariamente, suele pasar a una velocidad vertiginosa, sin darnos espacio para disfrutar el momento. Esta vez, parece que el tren del tiempo se haya detenido en una estación -terrible, por cierto- y no pueda reemprender de nuevo su marcha a la acostumbrada celeridad. La espera se hace larga, muy larga, tediosa, angustiosa. Un día es igual a otro día. Hoy fue como ayer, y mañana será como hoy. ¿Qué rumbo seguir? ¿Dónde encontrar la rosa de los vientos que guíe la nave de mi vida en medio de esta turbulenta tempestad?
Con Job, el santo de la paciencia, me atrevo a preguntar ante el Altísimo:
"¿Cuál es mi fuerza para que aún espere?
¿Qué fin me espera para que aguante mi alma?
¿Es mi fuerza la fuerza de la roca?
¿Es mi carne de bronce?
¿No está mi apoyo en una nada?
¿No se me ha ido lejos toda ayuda?
 Me han defraudado mis hermanos lo mismo que un torrente,
igual que el lecho de torrentes que pasan:
turbios van de aguas de hielo,
sobre ellos se disuelve la nieve;
pero en tiempo de estiaje se evaporan,
en cuanto hace calor se extinguen en su lecho"
¡Sí! Me siento sin fuerza, sin apoyo, sin ayuda. Mi carne envejece inútilmente. Creo que han conseguido derrotarme y que no seré capaz de levantarme. Todo mi ser se tambalea. Miro al pasado esperando un futuro incierto mientras se me escapa el presente. ¡Qué enorme impotencia! ¡Qué días aciagos! Y ni siquiera la rabia me hace estallar. ¿Sigo siendo yo? Me lo pregunto. No reconozco a quien miro en el espejo. Mi rostro aparece desdibujado por la tristeza, el cansancio, la falta de esperanza. Me siento desfallecer. ¿Han ganado la batalla?