lunes, 8 de octubre de 2012

Justicia



            “No hay justicia”, “esto no es justo”, “menuda injusticia”,... son expresiones que podemos oír comúnmente a las personas de a pie o leer en algún artículo de opinión con usual frecuencia referidas a situaciones concretas de personas o grupos, a decisiones políticas, a realidades sociales o económicas, a resoluciones judiciales,...
                Hay ocasiones en las que lo que para algunos es justo puede ser considerado para otros como una tremenda injusticia.
                Vivimos en un “Estado social y democrático de Derecho, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político”. Esta es la afirmación solemne de nuestra Constitución de 1978 en su Título preliminar, Art.1.1.
                Pero ¿qué entienden los padres de la Constitución por “justicia”?, ¿qué entienden quienes deben promoverla o aplicarla?, ¿qué entendemos cada uno de nosotros?
                El tema no es nuevo y ha suscitado numerosas discusiones y abundantes estudios a lo largo de la historia. No es una cuestión que pueda abordarse con exhaustividad en unas líneas ni a la que yo, lego en la materia, pretenda dar una respuesta concluyente. Sin embargo no puedo permanecer ajeno a la cuestión y me atrevo a consignar unas observaciones al respecto que pueden servirnos de indicador en nuestras reflexiones.
                Fue ya aquel insigne filósofo griego, Platón, quien recogió en su libro, “La República”, las grandes concepciones de justicia que se darán en la historia: la positivista, que entiende la justicia como la voluntad del más fuerte, expresada en las leyes; la formal, en la que la justicia se corresponde con la actitud de dar a cada uno lo que le corresponde, y la material, en la que la justicia se concibe como la plenitud y armonía de las virtudes en los individuos y en la sociedad.
                Esta clásica distinción puede arrojar por sí sola alguna luz que nos ayude a comprender el por qué de tanto disentir. Efectivamente nuestro modo de comprender la justicia va a ser muy dispar según nos inclinemos por una concepción positivista, formal o material.
                Si uno concibe que su comportamiento es justo cuando actúa conforme a la legalidad vigente no tendrá que detenerse a considerar si las leyes son o no auténtica expresión del ideal de justicia, de la justicia como virtud, porque la justicia está expresada en las normas. Sin embargo, si uno entiende que las leyes deben ser cauce y expresión de un valor superior que las trasciende entenderá que aún siguiendo un comportamiento ajustado a la norma puede no ser justo. Es más, incluso se llegará a plantear si una ley, por el mero hecho de ser ley, es justa. Estaríamos ante la distinción que puso de manifiesto el también filósofo griego Aristóteles, lo justo legal y lo justo natural.
                No se trata de puras cuestiones teóricas. Encontramos en nuestra sociedad una constante beligerancia a la hora de hablar de temas como el aborto, la eutanasia, la pena de muerte, el matrimonio homosexual,... Son realidades en las que se nos plantea el puro positivismo jurídico frente a un concepto material de justicia. Aunque se reconoce la justicia como un valor superior no es fácil que prospere un recurso sustentado en que una determinada ley, o un precepto de la misma, es injusta. El legislador tiene un ancho margen de interpretación de cómo ha de traducir el valor justicia a una ley.
                Pero si la cuestión se vuelve polémica al tratar de leyes generales mucho más peliaguda se convierte cuando de lo que se trata es de juzgar a una persona concreta por determinada acción u omisión. “Aplicar la ley” en muchos casos específicos se convierte en algo que poco tiene que ver con lo que se puede entender como virtud o concepto ético de la justicia.
El problema entonces es que la injusticia hace que se pierda muchas veces el sentido de la justicia. Montaigne decía que “un error judicial es una condena más criminal que el crimen mismo”. Si, como afirmaba Gabriel García Márquez, “la ética debe acompañar al periodista como el zumbido al moscardón”, qué decir respecto de su relación con las leyes, el Derecho, la Justicia. Es triste que pueda llegarse a afirmar aquello de que “la ley es una tela de araña que suele atrapar a los débiles y deja pasar a los fuertes”.
                Que la justicia sea un valor superior no puede negarse pero ¿está tan elevado que resulta prácticamente inalcanzable? ¿Pertenece a aquel utópico “mundo de las ideas” del que hablaba Platón?
                Si pedir justicia en un tribunal es como perseguir al viento en el océano, si los tribunales no pueden reconocer que se equivocan y cualquier intento de revisión lo frustran por entender que el admitir que se ha condenado a un inocente menoscaba la autoridad moral del Estado, quizás nos quede únicamente poner nuestra confianza en Isaías, el profeta, que expresaba así su anhelo de justicia, identificándola con la acción del Mesías esperado:
“No juzgará por apariencias,
ni sentenciará de oídas;
defenderá con justicia al desamparado,
con equidad dará sentencia al pobre” (11, 1-10)

1 comentario:

  1. Al leer esta entrada me viene a la mente: "El Espíritu del Señor está sobre mí. Él me envió a llevar la buena nueva a los pobres, a curar los corazones heridos, a proclamar la liberación a los cautivos y la libertad a los prisioneros" Isaías 61:1.

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