“No hay justicia”,
“esto no es justo”, “menuda injusticia”,... son expresiones que
podemos oír comúnmente a las personas de a pie o leer en algún artículo de
opinión con usual frecuencia referidas a situaciones concretas de personas o
grupos, a decisiones políticas, a realidades sociales o económicas, a
resoluciones judiciales,...
Hay ocasiones en las que lo que
para algunos es justo puede ser considerado para otros como una tremenda
injusticia.
Vivimos en un “Estado social
y democrático de Derecho, que propugna como valores superiores de su
ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo
político”. Esta es la afirmación solemne de nuestra Constitución de 1978 en
su Título preliminar, Art.1.1.
Pero ¿qué entienden los padres
de la Constitución por “justicia”?, ¿qué entienden quienes deben promoverla o
aplicarla?, ¿qué entendemos cada uno de nosotros?
El tema no es nuevo y ha suscitado numerosas
discusiones y abundantes estudios a lo largo de la historia. No es una cuestión
que pueda abordarse con exhaustividad en unas líneas ni a la que yo, lego en la
materia, pretenda dar una respuesta concluyente. Sin embargo no puedo
permanecer ajeno a la cuestión y me atrevo a consignar unas observaciones al
respecto que pueden servirnos de indicador en nuestras reflexiones.
Fue ya aquel insigne filósofo
griego, Platón, quien recogió en su libro, “La República”, las grandes
concepciones de justicia que se darán en la historia: la positivista,
que entiende la justicia como la voluntad del más fuerte, expresada en las
leyes; la formal, en la que la justicia se corresponde con la actitud de
dar a cada uno lo que le corresponde, y la material, en la que la
justicia se concibe como la plenitud y armonía de las virtudes en los individuos
y en la sociedad.
Esta clásica distinción puede
arrojar por sí sola alguna luz que nos ayude a comprender el por qué de tanto
disentir. Efectivamente nuestro modo de comprender la justicia va a ser muy
dispar según nos inclinemos por una concepción positivista, formal o material.
Si uno concibe que su
comportamiento es justo cuando actúa conforme a la legalidad vigente no tendrá
que detenerse a considerar si las leyes son o no auténtica expresión del ideal
de justicia, de la justicia como virtud, porque la justicia está expresada en
las normas. Sin embargo, si uno entiende que las leyes deben ser cauce y
expresión de un valor superior que las trasciende entenderá que aún siguiendo
un comportamiento ajustado a la norma puede no ser justo. Es más, incluso se
llegará a plantear si una ley, por el mero hecho de ser ley, es justa.
Estaríamos ante la distinción que puso de manifiesto el también filósofo griego
Aristóteles, lo justo legal y lo justo natural.
No se trata de puras cuestiones
teóricas. Encontramos en nuestra sociedad una constante beligerancia a la hora
de hablar de temas como el aborto, la eutanasia, la pena de muerte, el
matrimonio homosexual,... Son realidades en las que se nos plantea el puro
positivismo jurídico frente a un concepto material de justicia. Aunque se
reconoce la justicia como un valor superior no es fácil que prospere un recurso
sustentado en que una determinada ley, o un precepto de la misma, es injusta.
El legislador tiene un ancho margen de interpretación de cómo ha de traducir el
valor justicia a una ley.
Pero si la cuestión se vuelve
polémica al tratar de leyes generales mucho más peliaguda se convierte cuando
de lo que se trata es de juzgar a una persona concreta por determinada acción u
omisión. “Aplicar la ley” en muchos casos específicos se convierte en
algo que poco tiene que ver con lo que se puede entender como virtud o concepto
ético de la justicia.
El problema entonces es que la injusticia hace que se pierda muchas
veces el sentido de la justicia. Montaigne decía que “un error judicial es
una condena más criminal que el crimen mismo”. Si, como afirmaba Gabriel
García Márquez, “la ética debe acompañar al periodista como el zumbido al
moscardón”, qué decir respecto de su relación con las leyes, el Derecho, la
Justicia. Es triste que pueda llegarse a afirmar aquello de que “la ley es
una tela de araña que suele atrapar a los débiles y deja pasar a los fuertes”.
Que la justicia sea un valor
superior no puede negarse pero ¿está tan elevado que resulta prácticamente
inalcanzable? ¿Pertenece a aquel utópico “mundo de las ideas” del que
hablaba Platón?
Si pedir justicia en un tribunal
es como perseguir al viento en el océano, si los tribunales no pueden reconocer
que se equivocan y cualquier intento de revisión lo frustran por entender que
el admitir que se ha condenado a un inocente menoscaba la autoridad moral del
Estado, quizás nos quede únicamente poner nuestra confianza en Isaías, el
profeta, que expresaba así su anhelo de justicia, identificándola con la acción
del Mesías esperado:
“No juzgará por apariencias,
ni sentenciará de oídas;
defenderá con justicia al desamparado,
con equidad dará sentencia al pobre” (11, 1-10)
Al leer esta entrada me viene a la mente: "El Espíritu del Señor está sobre mí. Él me envió a llevar la buena nueva a los pobres, a curar los corazones heridos, a proclamar la liberación a los cautivos y la libertad a los prisioneros" Isaías 61:1.
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