Rescato otro artículo publicado en A Voz de A Lama (publicación interna del Centro Penitenciario) porque a pesar de haber sido escrito en 2005 creo que goza de actualidad
Uno de los días de Ramadán tuve ocasión de ver cómo uno de mis
compañeros de rejas que en más de una ocasión había manifestado no ser
musulmán, no profesar la religión de Mahoma y El Corán, cumplía, como sus
paisanos, con el precepto establecido
por el Islam. Me acerqué a preguntarle por qué lo hacía. Me confesó que
era su segundo Ramadán, que cuando vivía en su país –Marruecos- no practicaba
pero, desde que llegó al nuestro, se sentía en la obligación de observarlo.
¿Qué es lo que “obliga” a alguien a comportarse de ese modo?
Especulé que podría ser el temor a los correligionarios del Islam. Sin embargo,
fue él mismo quien me dio una respuesta distinta. Lo hacía por respeto a la
cultura que había recibido, un rendibú que nació en él al saberse fuera de su
nación, en un país extraño. Quería demostrar, además, que las personas que
recibieron una formación intelectual no desprecian la religión. Tiene muy a
gala el ser licenciado universitario.
Antonio Muñoz Molina en su libro “Sefarad” pone en boca de uno de
sus personajes las siguientes palabras: «Ser judío era imperdonable, dejar
de serlo era imposible... Yo no soy judío por la fe de mis antepasados, que mis
padres nunca practicaron, y que cuando era joven a mí podía importarme tanto
como a usted la creencia de sus abuelos en los milagros de los santos
católicos. A mí me hizo judío el antisemitismo»
«Me hizo judío el antisemitismo». En España no tenemos predicamento de racistas. El pueblo gallego,
como otros de nuestra nación, se ha visto empujado en épocas no muy pretéritas
a la emigración. Sin embargo, y esto me alarma, cada día descubrimos más brotes
de comportamientos xenófobos entre ciertos sectores de la población. Sin lugar
a dudas me atrevo a afirmar que los atentados del 11-S y del 11-M han
contribuido de modo especial a que se mire, cuando menos, con recelo a quienes
proceden del ámbito islámico.
Hay diversos modos de acercarse a una misma realidad. Vuelvo a
mentar un pequeño pasaje del libro de Muñoz Molina: «La contemplación
estética es un privilegio, y seguramente una falsificación: la costa hermosa y
oscura que vemos nosotros esta noche desde la terraza del restaurante, en la
que proyectamos relatos y sueños, aventuras de libros, no es la misma que ven
al acercarse a ellas esos hombres hacinados en las barcas sacudidas por el mar,
al filo del naufragio y la muerte en las aguas más tenebrosas que las de ningún
pozo, fugitivos de piel oscura y de ojos brillantes, apretándose los unos
contra los otros para defenderse del miedo y del frío, para no sentirse tan
inalcanzablemente lejos de esas luces de la orilla que no saben si podrán
alcanzar.
A algunos de ellos el mar los devuelve hinchados y lívidos y medio
comidos por los peces. A otros se les ve desde la carretera, corriendo a campo
través, escondiéndose detrás de un árbol o aplastándose contra la tierra
pelada, despavoridos y tenaces, buscando la ruta hacia el norte de quienes les
precedieron, héroes acosados de un viaje que nadie contará...»
Hay quienes tachan a los inmigrantes de vagos y maleantes que dejan
su país de origen en busca de oportunidades “fáciles” para acumular dinero sin
esfuerzo, “oportunistas” y “delincuentes” que vienen a desestabilizar el orden
social. Otros los ven mal porque piensan que nos vienen a “robar” los pocos
puestos de trabajo que fatigosamente se pueden encontrar. En esta cuestión tal
vez hubiera que señalar con el dedo y clavar los ojos en esos “empresarios” que
contratan ilegalmente y con sueldos de miseria a los “sin papeles”. Tampoco estaría
de más reconocer que en la mayoría de las ocasiones se les está ofreciendo
trabajos que muchos oriundos no realizarían jamás.
Cierto es que la población extranjera en prisión es ingente y sigue
aumentando a un ritmo vertiginoso. Especialmente son muy numerosos los
procedentes de países africanos. ¿Por qué acuden a Europa? ¿Por qué son tantos
los que terminan en prisión?
Recuerdo a uno que me explicó por qué se había venido. En su país
de origen, en guerra civil desde hacía años, habían asesinado a sus padres y
allegados. Vino huyendo del horror y su delito no fue otro que el de atravesar
la frontera con un pasaporte falso. Otro me contaba que cuando apresaron la
patera en la que venía se inculpó diciendo que era segundo patrón para que no
lo repatriaran a un país en el que la desigualdad, la pobreza, la injusticia...
están al orden del día.
Hay algo claro para mí. Quien se juega la vida por escapar de su
propio país dejando atrás familia, amigos, su propia tierra y hogar lo hace, en
la mayoría de las ocasiones, para encontrar la oportunidad que se le niega de
poder vivir con dignidad.
«Cómo será llegar de noche a la costa
de un país desconocido, saltar al agua desde una barca en la que se ha cruzado
el mar en la oscuridad, queriendo alejarse a toda prisa hacia el interior
mientras los pies se hunden en la arena: un hombre solo, sin documentos, sin
dinero, que ha venido viajando desde el horror de enfermedades y las matanzas
de África, desde el corazón de las tinieblas, que no se sabe nada de la lengua del
país adonde ha llegado, que se tira al suelo y se agazapa en una cuneta cuando
ve acercarse por una carretera los faros de un coche, tal vez de la policía»
«Cómo será estar
escondido ahora mismo, en la noche sin luna, empapado y jadeando en el fondo de
una zanja, o en uno de esos cañaverales de la marisma, sin ser nadie, sin tener
nada, ni papeles ni dinero ni dirección ni nombre, sin conocer los caminos ni
hablar el idioma...»
Sin duda harán falta leyes que regulen la entrada en el país y la
situación de estas personas. No creo que sirvan de gran cosa en tanto éstas no
procuren, principalmente, la búsqueda de soluciones a la injusticia que sufren
en los pueblos de los que provienen. Goethe, el famoso poeta alemán, decía que
la ley es poderosa, pero más poderosa es la necesidad. Y Oscar Wilde nos
recuerda que “recomendar sobriedad al pobre es grotesco e insultante a la
vez. Es como decir que coma poco al que se está muriendo de hambre”.
Seguramente sobrarían barricadas en las
fronteras y miembros en las fuerzas de seguridad si allí todos pudieran acceder
a la educación, al trabajo, a un salario justo..., en definitiva, a una vida
digna. No es cuestión de apelar a la solidaridad o a los buenos sentimientos.
Se trata, simple y llanamente, de justicia.
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