sábado, 20 de octubre de 2012

Diario (6) Autos de Procesamiento y de Prisión


Seis meses desde que esta situación ha comenzado. Personas en las que había depositado mi confianza me decepcionan. Otras, que me muestran todo su afecto y cariño, me hacen descubrir que sienten por mí algo más que una simple amistad. La confusión se hace mayor. Mi vida es zarandeada, un barullo de ideas me va dejando sin rumbo, sin saber hacia dónde debo dirigirme. No sé cómo he de actuar y cómo mostrarme ante quienes me rodean. Una época de incertidumbres, de desasosiego, de búsqueda a ciegas. Reacciones absurdas me harán conducirme de un modo inusual hasta entonces. Estoy desorientado. Me siento como una caña agitada por el viento, como un barco en alta mar que navega a la deriva en medio de una terrible tempestad.
El Obispo volverá a ponerse en contacto conmigo para interesarse por mi situación. También lo hace el Delegado Episcopal de Enseñanza. Decidirán no removerme del puesto de profesor del Instituto en el que impartía clases. Como no tengo que acudir, por estar de baja laboral, después de firmar la renovación del nombramiento en la Delegación de Enseñanza de Pontevedra, donde no ponen ninguna objeción, se informa a la dirección del Instituto que se enviará, como el pasado curso, a una profesora sustituta.
Siempre había oído decir que somos iguales ante la ley, que toda persona es inocente mientras no se demuestre lo contrario. Los hechos me dirán que la realidad, sin embargo, no es esa.
El día uno de octubre, como es costumbre desde marzo, me dirijo a  los juzgados para firmar y, así, cumplir con la presentación obligada. Estoy en el aparcamiento donde estaciono el automóvil cuando mi abogado telefonea.  Dice que le han dejado un mensaje en su contestador para que a las once de la mañana comparezcamos ante la Jueza. Imagino que son buenas noticias y que, por fin, se ha llegado a la conclusión de todo este absurdo.
Cuando llega mi letrado, junto con la abogada de la acusación, que ni siquiera se ha dignado saludarme, entramos al despacho de la Instructora. En medio de un ambiente tenso,  la juez comienza la lectura a un nuevo Auto. Auto de Procesamiento por considerar que existen indicios contra mí como autor responsable de nueve presuntos delitos de abusos sexuales con prevalimiento y tres presuntos delitos de agresión sexual, dos en grado de tentativa y el tercero consumado. Acto seguido leerá también un Auto de Prisión Provisional comunicada y sin fianza.
¡No! No puedo creer lo que estoy oyendo. No reacciono. Lo único que le respondo a la Instructora, cuando me pregunta si tengo algo que alegar, es que no sé para qué se han llamado a los testigos y para qué se me ha hecho declarar si únicamente ha tenido en cuenta las declaraciones de los muchachos que me acusan. “¡No estoy, en absoluto, de acuerdo con esta resolución!”. Mi abogado argüirá el derecho de todo ciudadano a la presunción de inocencia y a no vulnerar su libertad, uno de los derechos fundamentales recogido por la Constitución.  Nada cambia. "Que conste en acta", dictaminará la juez.
Seis meses después de que se presenta la denuncia y da comienzo esta extraña Instrucción, se ordena mi ingreso en prisión. Telefoneo a mi hermana. Perpleja y sin respuesta, con arrojo, decide ir a buscar a mi madre, quien se encontraba trabajando y ya, más o menos, repuesta del susto que se había llevado en marzo. Pronto aparecen en el juzgado junto a mi padre, un compañero de curso, sacerdote, y una compañera de instituto. Ninguno damos crédito a lo que está ocurriendo. Nuestras miradas, unánimes, se dirigen hacia el letrado que se encarga de mi defensa. Él sólo puede decir: "en veinticinco años de ejercicio es la primera vez que algo así me sucede".
Tiempo suficiente para despedirme y, a pesar del gran esfuerzo por mantener la calma, sollozos, lágrimas, abrazos. Se me conduce hasta el calabozo. 

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