En
cuanto la noticia saltó a la prensa, amigos y feligreses se movilizan. Una profesora,
compañera del Instituto en el que imparto clases, se acerca a la sede del
periódico. Al llegar, logra ponerse en contacto con el jefe de redacción, quien
la atiende con aire prepotente y le advierte que no piensa hacer ningún tipo de
rectificación. Ante tal actitud se determina recoger firmas de apoyo y redactar
un escrito que matice lo que se ha publicado de forma tan tendenciosa. Han de
negociar con un corresponsal. Les pide una fotografía del párroco denunciado y
que se retiren del artículo que presentan los números que encabezan cada
párrafo, puesto que “podría parecer una réplica a lo ya publicado” por el
diario. Se oponen absolutamente a darles la fotografía pero acceden a la
segunda petición. Aguardaron a que el corresponsal enviase por fax la plantilla
de la crónica a la redacción y, de este modo, cerciorarse de que cumplía lo
convenido.
Al
día siguiente, treinta de marzo, la sorpresa es mayúscula. La noticia de que un
grupo de vecinos reúne más de medio millar de firmas de apoyo viene encabezada
por una fotografía en la que saludo a miembros del Grupo San Miguel. Indignación
en quienes han luchado porque no se publicara mi imagen. Desmoronamiento aún
mayor en mi ánimo. La sensación de impotencia, la aprensión, la inhibición se posesionan
de mí. Siento que he pasado a convertirme en un criminal para el ojo público. ¿Cómo
salir a la calle? ¿Cómo poder erguir la cabeza sin sentir una apabullante
vergüenza?
Ver
mi fotografía en un periódico hace que yo mismo olvide la verdadera buena
noticia: ¡medio millar de firmas de apoyo! En días sucesivos y en distintos
periódicos irán siendo publicados diferentes artículos: “Como a Jesús te cargan una cruz; nosotros los jóvenes, queremos ser tu
cirineo”, “Vecinos de … apoyan al párroco acusado por unos jóvenes”, “Solidaridad
con el párroco”, “Vecinos de… piden que vuelva su párroco”, “Apoyo al párroco…”
Es emotivo y estimulante el poder leer que los vecinos expresan su “cariño y respeto más profundo a la persona
que de manera desinteresada nos ha ofrecido apoyo, consuelo y comprensión
siempre que lo hemos necesitado” y que no conciben sin este sacerdote el
futuro de la parroquia. Los profesores y personal no docente de los dos centros
en los que impartí clases en estos últimos años tampoco se quedarán atrás y el
cinco de abril firman un escrito setenta y dos personas. Todos ellos conocen a
demandantes y denunciado.
¿Quién
podría esperar una reacción así? Se suceden las visitas de amigos, compañeros,
feligreses, alumnos. Me muestran su solidaridad y cariño a la vez que manifiestan
su consternación por lo que, saben, es una injusticia. El teléfono del
domicilio familiar y el móvil no dejan de sonar.
Comienza
un largo periodo de incertidumbres, dudas, desasosiegos… Como buenamente sepa
tendré que ir capeando el temporal. No existe un manual de instrucciones para
casos así. De la actividad casi frenética que venía desarrollando paso al
estatismo. Importuna, martilleando cada vez más fuerte en mi interior, aquella
pregunta: ¿por qué? Me obsesiona de tal modo que soy incapaz de concentrarme en
nada más. No puedo conciliar el sueño. No puedo entender nada ni atender a
nadie con la debida cortesía.
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