domingo, 28 de abril de 2013

Diario (65) 12 de abril de 2003


                 10:50 Todavía no han llamado para recoger la medicación. Ayer noche el asturiano volvió a bromear con el abuelo, quien de nuevo se enfadó. ¡Qué paciencia! Acabó llorando pero finalmente ambos se dieron un apretón de manos y se reconciliaron.
                El abuelo no ha querido que lo bañe. Se levantó de mal humor. El asturiano le regaló dos camisetas y yo un cinturón. Seguimos sin que respondan a la instancia en que le solicitamos ropa. Se desespera. Además, creo, se ha orinado en la cama esta noche y por eso está más malhumorado que de costumbre. Desde que ha llegado nadie lo ha visitado y no lo han llamado para ninguna revisión médica. Es difícil entender el modo de proceder que tienen en prisión. Un hombre tan mayor y que llega del hospital ¿no debería tener un seguimiento especial? Interno parece sinónimo de animal, aunque creo que hay animales mejor tratados.
                Hago limpieza diaria en la celda y los aseos pero no soy capaz de que el olor a talego se vaya. Estoy un poco obsesionado con el tema de la limpieza pero se debe a que ya en la otra ocasión en la que estuve aquí sufrí una invasión de esos bichitos, parásitos, que se adhieren a la piel y te chupan la sangre. Comienzan por las zonas genitales y se extienden por todo el cuerpo. Voy a pedirle al ATS un gel antiparasitario, por si las moscas. Mejor prevenir. Me ducho a diario y lavo mi ropa personalmente, no la envío a la lavandería. Alguna incluso la mando a casa. Quizás la cortina de la ducha es la responsable.
                Son las once y no avisan para recoger la medicación. Es increíble. Si un día llegas dos minutos tarde a recogerla te echan una soberana bronca pero cuando son ellos quienes se retrasan, hoy ya dos horas, no puedes decir nada.
                A las 11:30 nos reparten las medicinas. Ya me esperan el capellán y mi compañero de curso. Éste último me comenta que el abogado de Madrid ha ido a Milán, por otro caso, y no ha podido venir a verme. Ya ha leído la Sentencia y las Actas del juicio. A ver qué visión se ha hecho de la situación. Por lo visto, mi ex compañera de instituto lo llama continuamente por teléfono y el otro día le aconsejó tranquilizarse y le advirtió que él no trabaja bajo presión.
                A las 12:00 locutorios. Encontré bien a todos. Me cuentan que las niñas se quedaron en casa de unos amigos y que mañana celebrarán el cumpleaños de la pequeña. También me cuentan que han desviado el teléfono fijo al móvil para que mamá esté más tranquila y salga algo de casa. Les cuento anécdotas de la celda y los inquilinos en plan socarrón para que se rían un poco.
                Papá me dice que me cobran 900 euros por el seguro del coche así que le digo que lo dé de baja. También me ha llegado la documentación para la Declaración de la Renta y se ha encargado de cumplimentarla.
                18:10 Los sábados se hacen eternos por las tardes. Llega la Semana Santa. Muchos días festivos. En prisión son más largos que los laborables. No voy a poder celebrar los oficios de la Semana, el capellán no vendrá todos los días. Bueno, vivir en prisión es vivir la Pasión. Aunque hoy me falta ánimo para rezar. Me falta fuerza y tengo miedo a derrumbarme. Me siento cansado. El ver alrededor tanta injusticia me hace sentir mal. El no ver el sol me hace vivir en tinieblas. El estar rodeado de personas cuya cordura no es demasiada agota. El ambiente es muy adverso y no sé qué es lo que quiero. Necesitaría un poco de tranquilidad, menos tensión, salir a pasear aunque fuese bajo la lluvia. Procuro sonreír siempre a todos pero, ahora, tengo ganas de reventar a llorar. Me gustaría algún momento de soledad para poder liberar el almal el corazón.
                Escribo a una señora de una de las parroquias, a mi ex compañera de instituto y a un joven que fue monaguillo.  Sólo me apetece escribir.
                Delante de mí tengo la imagen de un rostro de Cristo ensangrentado. Me mira y lo miro. Sus ojos parecen hablarme. “Cuento contigo para darme alegría…” reza una de las frases impresas junto a esta imagen. Alegría. Un santo triste es un triste santo. Hay que vivir con alegría, ésa que sólo el Señor nos da. La tristeza es aliada del enemigo. Mirar ese rostro ensangrentado del Señor, sin embargo, me llena de tristeza. La injusticia cometida con Él es la mayor de la historia de la humanidad. Todas las injusticias no equivaldrían a la cometida con Él. Pero cada injusticia que se le hace a cada hombre en cualquier época y en cualquier rincón es también una nueva injusticia contra Él. Él ama la justicia y el derecho. Él ama la verdad y la honradez. Él ama el perdón y la reconciliación. Detesta el engaño, la falsedad, la mentira.
                Es sábado, día especialmente dedicado a María. “Te he dado a mi Madre”, “ámame tal como eres”, “…hazlo a través de su Corazón Inmaculado”.
                ¡Señor! Ayúdame a vivir la alegría en medio de la adversidad. Ayúdame a ser fiel como tu Madre, a permanecer activo al pie de la Cruz. Ayúdame, Señor, a ser tu Cirineo, a llevar tu Cruz sin quejarme ni entristecerme. Señor, te amo. No merezco tu amor. Mi amor es muy poco para ofrecerte a Ti.  Mi vida, por dura que hoy sea, es muy pobre, muy poca cosa, nada… ¡Tú, Señor, mereces mucho más! ¡Tú nos lo has dado todo! ¡Yo quiero darte a Ti mi corazón entero, pero no sé! Ayúdame a saber entregarme por entero y radicalmente a Ti. ¿Qué es esta celda, esta prisión, esta injusticia comparada con tu dolor, con tus azotes, con tu Pasión? ¿Qué es la traición que me han hecho comparada con la traición que Tú has recibido y con las que sigues recibiendo? ¡Señor, te quiero amar como soy! Sé que tienes sed del amor de los hombres. ¡Ayúdame a amarte con todo mi corazón, con toda mi alma, con todo mi cuerpo, con todo mi ser y mi estar!
                19:53 He rezado el breviario. He tomado alguna nota de la segunda lectura del Oficio, de San Gregorio Nacianceno, obispo: “Si eres Simón Cireneo, coge tu cruz y sigue a Cristo. Si estás crucificado con él como un ladrón, como el buen ladrón confía en tu Dios”.
                Creo que también yo estoy crucificado con Él como un ladrón. Quiero confiar en mi Dios. Quiero no desesperarme en la cruz y seguir alabando al Señor. Quiero decir como aquél: “acuérdate de mí, cuando llegues a tu Reino”.
                Como en la otra ocasión que estuve en prisión preventiva recuerdo el pasaje evangélico del Calvario en el que el buen ladrón ganó el paraíso por misericordia del Señor.
                20:12 Acabo de recibir dos cartas de dos sacerdotes. Uno de ellos, que me sustituye en las parroquias, me habla de una Carta al director que envió a un periódico y me envía número de su DNI y del de una catequista. El otro sacerdote, más joven, muy cariñoso, ha conseguido que sus letras me emocionen especialmente. 

sábado, 27 de abril de 2013

Diario (64) 11 de abril de 2003


             10:30 Nueva jornada. El abuelo se levanta de muy mal humor y no quiere ni desayunar. Una vez más, insiste en que no sabe por qué está aquí. He limpiado la celda y los aseos y me he duchado. Preparé una bolsa para enviar a la lavandería del centro la ropa del abuelo: un pijama, una bata y un pantalón. A día de hoy todavía no han respondido a la instancia que envié solicitando ropa para él.
                El asturiano no ha pegado ojo en toda la noche. Sin embargo no ha vuelto a acostarse después del recuento.
                He estado buen rato en el economato con el Cabo y el nuevo encargado. El asturiano acaba de venir y parece de buen humor.
                Ayer hice ayuno pensando que era viernes. Hoy quizás venga mi abogado de Madrid. Tengo ganas de saber qué piensa y de que me diga algo sobre la realidad de mi situación y las posibilidades que tengo.
                Es la última semana de cuaresma. Estamos ya a punto de comenzar la Semana Santa, semana grande para todo cristiano. Será la primera vez que en unas fechas así tenga que estar encerrado. No sé cómo voy a poder celebrarla. Supongo, quiero creer, que el Señor sabrá perdonar que no sea para mí una Semana Santa normal. Me uniré a su Pasión y procuraré vivir muy cerca de Él, como su Madre, nuestra Madre, al pie de la Cruz.
                Tenemos un tiempo invernal. No para de llover y hace mucho frio.
                Suena la megafonía. Como de costumbre, indescifrable lo que dicen. Habrá que hacer un curso especial para poder entender a quién llaman.
                Vigésimo tercer día. El tiempo sigue su curso y apenas tengo noticias de cómo está mi situación judicial. Esta temporada a la sombra va a ser larga. Espero no desesperarme.
                Han puesto en el tablón del pasillo un listado con los internos que tienen una labor o encargo. Aunque aparecen dos como internos de apoyo, mi nombre no figura para nada.
                Añoro a mi familia: mis padres, hermana, cuñado y, en especial, ¡las niñas! También se echa de menos a los amigos. Hay personas que me han escrito y cuya correspondencia nunca hubiera imaginado recibir. Sin embargo, muchas personas de las que esperaba al menos dos letras, no se han hecho notar. Las razones pueden ser muchas. Puede haber mil y un motivos pero… los echo de menos. Bueno, ahora sí sabré quiénes son amigos y quiénes no.
                La vida es dura. Cuando sonríe, ¡qué bonito es todo! Aunque supongo que también es falso. Ahora, en esta situación, se puede discernir la realidad con mayor objetividad.
                No podré casar al hijo de unos amigos. Lógico que ni siquiera me hayan escrito. Tendrán a otro sacerdote que pueda celebrar el evento y no querrán entristecerme. También se casa un primo de Lisboa. Sus padres telefonearon para que fuera yo y al enterarse de que estoy procesado se quedaron helados.
                El amigo que nunca falla, además de mi familia, es Jesús. Me sigue amando. Sigue viniendo a mí cuando lo llamo. Sigue haciéndose presente entre mis manos cuando celebro la Eucaristía. Sigue dirigiéndome su invitación a seguirle de cerca: “ámame tal como eres”. ¡Señor, quiero amarte! ¡Señor, ayúdame a purificarme! ¡Señor, ayúdame a morir al pecado para vivir solo para Ti!
                ¡Qué injusta es la vida! Me da mucha pena el abuelo. Se acerca a mí para rezar oraciones populares que, seguramente, conoce desde niño. Nadie viene a visitarlo. No parece tener nada ni a nadie. Vive en la más estricta soledad y tristeza. “Callos en las manos, callos en el corazón y callos, también, en el cerebro” –me dice-. Mientras recita esta especial letanía va señalando sus manos, su corazón y su cabeza. Sus ojos están inundados y de vez en cuando le resbala alguna lágrima. El Auto por el que lo enviaron a prisión dice que se le acusa del homicidio de su esposa pero que el arma utilizada, un objeto contundente, no ha aparecido. Creo que uno de sus hijos está también en prisión. No parece un hombre agresivo, aunque si malhumorado. A su edad y en este estado no me parece justo que esté aquí. ¿Hay justicia? No conozco el caso, no puedo enjuiciarlo con objetividad. Siento lástima.
                12:05 He rezado el Ángelus y he concelebrado con el capellán. Estoy ya en la celda de vuelta. El culturista, que hace las veces de sacristán y monaguillo, me ha contado que ha estado con la trabajadora social, amiga de su hermano. El capellán también me ha revelado que en la Junta de Tratamiento hay desacuerdo con el nombramiento del nuevo encargado del economato de enfermería. Me dice que después de visitar el módulo de aislamiento se acercará al economato para que no piensen que él tiene algo que ver si la Junta decide removerlo del destino. También me ha dicho que un amigo mío que tiene una floristería en Vigo le ha preguntado por mí y quiere venir a visitarme. Continúa indicándome que iba a venir el director del centro de Vigo, de la Obra, pero que decidió posponer esa visita porque todavía no ha venido el Obispo.
                Trataré de rezar la liturgia de las horas antes de la comida.
                15:45 Me ha llamado el griego para que me acerque al economato. Está el capellán y nos invita a un café. Me llaman los funcionarios. Ha surtido efecto mi conversación con el licenciado porque me traen, por fin, el televisor.
                Comí un poco de arroz con pescado. He cogido la bandeja de régimen ya que la ordinaria consistía en empanada y carne. Fui a buscar la medicación y dormí una siesta. Después cambié el orden de las mesas y taquilla. Para escribir me resulta más cómoda la nueva disposición y una de las mesas me sirve ahora como mesilla de noche y no sólo de escritura. Hay que intentar sacar el máximo rendimiento de lo que tenemos.
                Hoy está mi sobrina pequeña de cumpleaños. A ver si consigo hablar con ella o con mi casa para que sepan que me acuerdo. De todos modos le escribiré una carta. Creo que cumple seis años. ¡Parece que nació ayer! ¡Cómo pasa el tiempo! Tengo delante una fotografía en la que aparecen las dos hermanas, sonrientes, en mi habitación. ¡Son preciosas! ¡Cuánto daría por poder estar con ellas unos minutos! Sabe Dios cuándo podré volver a verlas y a abrazarlas. Tengo miedo de que cuando llegue ese momento ya no me recuerden. ¿Qué pensarán? La mayor debe estar preocupada por no verme en tanto tiempo. Uno se da cuenta de lo mucho que quiere a las personas cuando éstas no están junto a uno. Tengo que hacer esfuerzos para no llorar. Recuerdo cómo entraban en mi habitación para despertarme. Dos auténticos torbellinos, gritando: “bacalao, despiértate”. Iban a cogerme folios para dibujar y me pedían que les encendiera el ordenador o la Play. Los sábados por la mañana se metían en mi cama, escondiéndose de la abuelita. ¡Qué tristeza no poder estar con ellas!
                20:53 Me han llamado a locutorio de abogados. Creía que era el abogado de Madrid pero era el de Vigo. Me ha contado que han admitido el Recurso de casación y que la acusación también ha recurrido. Lo ha hecho una semana después de haber recurrido mi abogado. Sobre el Recurso contra mi ingreso en prisión todavía no han tenido respuesta. Me cuenta que irá unos días a Madrid y luego a Marbella, a casa de sus suegros.
                De vuelta en enfermería. El asturiano bromea con el abuelo y lo enfada muchísimo. “Si tuviera quince años menos ibas a saber lo que es una manada de hostias, yo no estoy en un balneario, no quiero bromas”. Después de los improperios se fue de la celda casi llorando. Al volver se dirigió a mí para disculparse. ¡Pobre! Me da mucha pena.
                Me acerco al economato. Están el Cabo, el Segundo, el griego, el nuevo encargado y el ATS. Éste último, como es habitual, contando chistes. ¡Qué risas nos echamos!
                Mañana sábado cuento con poder estar con mi compañero de curso y ver en locutorios a mis padres, hermana y cuñado.
                Me he retrasado en ir a recoger la medicación. Parece que me llamaron varias veces. Menos mal que el sanitario es mi conocido. El funcionario, que ya es el que hace la guardia de noche, me miró de tal forma que me dio miedo. No me atreví ya a pedir permiso para telefonear.
                He recibido dos cartas. Escribía a las niñas y a mis padres y hermana. Me apetecía desahogar un poco con ellos. Ahora reina el silencio en la celda. Están viendo la tele, que por fin es en color. Esperamos a que pase el recuento. Llueve y hace frío. Una jornada más. 

viernes, 26 de abril de 2013

Diario (63) 10 de abril de 2003


               Comienza una nueva jornada. La de ayer no terminó demasiado bien. El asturiano estaba enfadado y me contestó de un modo que no me gustó. Me puse serio. Esta mañana, sobre mi mesa, estaban los tres euros que le dejé ayer. Las caras son serias. Incluso el abuelo ha despertado de mal humor. Creo que va a ser un día largo, frío y con los ánimos alterados.
                Intentaré bañar al abuelo y afeitarlo. A ver si me da tiempo. Tengo que lavar alguna ropa y ducharme. Son las 9:00 y espero que nos llamen para recoger la medicación. Hoy cumplo mi vigésimo segundo día aquí.
                Trato de ser amable y de preocuparme por quienes están a mi lado. Debo intentar restar importancia a lo que digan, uno es mayor y el otro un enfermo.
                10:25 He limpiado celda y aseos y me he duchado. También me afeité. Hablé con el abuelo y quedamos en que hoy lo afeito y mañana se baña.
                He estado en el economato. Estaban dos funcionarios, el Cabo, el Segundo y el nuevo encargado. Llegó la sanitaria en plan guerrillero y nos echamos unas risas. Hubo dos frases del Cabo que me llamaron la atención. Una la refirió a sí mismo en respuesta a la sanitaria: “sí, yo soy el chivato de los funcionarios y ellos me protegen”. La otra, me molestó profundamente, la refirió a mí: “Este ríe mucho, ya reirá menos cuando le bajen de Madrid los años que le caerán”.
                El tono en que habló no me hizo gracia ninguna. Parece que le moleste que uno se ría y que le alegre el mal de los demás. Da la sensación de que desea que me llegue una condena firme. Desconozco qué daño le he podido hacer pero su propósito parece ser el de poder fastidiarme. No llega con que ley y jueces nos traten de modo injusto, siempre hay un recluso dispuesto a mofarse y a ser más injusto todavía. No quiero darle importancia pero me molesta la actitud prepotente de este individuo. Por desgracia no es el único espécimen así en prisión. ¿De qué se jactan? ¿De ser más presos que un recién llegado? ¡Menuda presunción! No creo que el decir que se llevan nueve, diez, o los años que sean, sea título honorífico de nada. Parece que aquí dentro algunos piensan que por llevar más años tienen más méritos. Los tendrían, podría afirmar, si hubieran aprendido a tratar a los demás con comprensión, con respeto, con educación, en definitiva, con humanidad.  
Apareció el educador, que me preguntó por el automovilista, para entrevistarse con él. Aproveché a decirle que el abuelo no tiene NIS (carné de identificación interior) y tomó nota. Le advertí que envié una instancia solicitándolo y lo acompañé hasta la celda.
                Espero a que el capellán me llame para ir a celebrar. En televisión hablan del posible alto el fuego en Irak. Parece que se acabó lo peor y se dice que Sadam pactó la rendición. El educador se va ya. Ha estado unos ocho minutos en la celda. Me ha dicho que habría que poner un flexo en mi mesa. Al menos se ha dado cuenta de ese detalle. Es de agradecer aunque supongo que no servirá de nada el que haga esa observación.
                Hoy la megafonía no para de sonar para llamar a distintos internos. Todos salimos al pasillo para preguntar por quién se llama. Está tan alto el volumen que se distorsiona el sonido y no se entiende nada. Por mucha paciencia que se tenga no es fácil conservarla. Uno pierde los nervios. Parece que jueguen con nosotros. ¿No deberían de preocuparse de subsanar estos problemas? ¿No deberían molestarse en llamar personalmente al interno en cuestión al saber que no funciona bien la megafonía? En cada celda hay un interfono. Por lo visto, cuando el funcionario pulsa un botón desde la cabina, puede escucharnos aunque desde la celda tampoco se logra oír nada. ¿Tan complicado es arreglarlo para que nos escuchemos mutuamente? ¿No sería más fácil llamar a cada celda? No sé si lo veo todo negro y me dejo llevar por el pesimismo pero da la impresión de que nos tomaran el pelo.
                12:45 El Cabo ha venido a buscarme para acompañarme a la capilla. He celebrado la Misa e hice la charla con el capellán. Me propuse hacer con él la charla y confesarme con mi compañero de curso cuando viene a visitarme cada semana. Me ha hablado de la paciencia y de visión sobrenatural. Me dice que aquí hay muchas envidias y que, seguro, es donde más se nota. Se ha ofrecido para que mis padres lo llamen cuando haga falta. Al preguntarle si algunos internos que han hablado conmigo podrían venir a Misa me aconseja esperar y pensarlo. Cree que es mejor no acceder para que no crean que a través de mí puedan conseguir del capellán lo que quieren. Me habla también de vivir la Semana Santa cerquita de Dios y de que la labor que me han encomendado me puede ayudar. Me aconseja hablar con frecuencia con la directora de enfermería pero le advierto que sólo lo haré si ella me llama.
                Hoy me toca luchar contra la tristeza. Siento que quiere apoderarse de mí. Puede que el motivo sea el tiempo que llevo aquí pero creo que me influyen, sobre todo, estos pequeños detalles de la vida diaria con los demás reclusos: las picadas del Cabo y sus maniobras, los cambios de humor del asturiano, la situación del abuelo
                Por enésima vez en el día el abuelo se dirige a mí para preguntarme por qué está aquí y que cuándo arreglamos su situación. Le he dicho que vaya a comer y que esté tranquilo. Me respondió que no puede, que está preocupado. El asturiano entra a la celda a coger los cubiertos plásticos y el agua. Le digo hola y, sin mirarme, expresa: “está la comida, si quiere comer”. Sigue enfadado conmigo y todo por preocuparme de si se había cortado o no con la cuchilla una vez más. No iré a comer. Ofreceré el ayuno por la convivencia en nuestra celda y aprovecharé para rezar la liturgia de las horas.
                16:30 He conseguido dormir bien durante la siesta. Parece que vuelve a reinar la paz. El asturiano me ha pedido perdón y se ha acercado a hacerme cosquillas mientras dormía. Ahora estamos despiertos todos menos él, que llegó incluso a llorar al pedirme disculpas.
                El tiempo ha cambiado y ha llovido a cántaros. Se vuelve a sentir frío en la celda. Aprovecho a afeitar al abuelo, que se queda todo contento. Menos mal.
                20:40 Hoy he recogido la medicación pero no me he detenido a hablar con el ATS porque estaba muy ocupado. Ya estamos chapados y esperamos a que pase el funcionario para hacer el recuento. He respondido a las Carmelitas, al Obispo y a las otras dos cartas que recibí. Hoy recibí carta de una niña de una de las parroquias y procuraré contestarle ya.
                Una jornada más.

miércoles, 24 de abril de 2013

Diario (62) 9 de abril de 2003


                  10:18 Ayer noche nos despachamos a gusto el automovilista, el asturiano y yo, hablando de lo injusto que nos parece el hecho de que un recluso tenga “poder” sobre los demás y que pueda atribuirse funciones propias de los  funcionarios. No citamos a nadie, pero sabíamos todos de quién hablábamos.
                Esta mañana a las ocho, en el recuento, al entrar a la celda con el funcionario, el Cabo soltó a bocajarro un “¿vosotros qué?, ¡estáis de charla toda la noche y por la mañana no hay quien os levante!”. Mientras espero en la procesión para recoger la medicación, el Cabo se dirige a mí para decirme: “con vosotros ya hablaré yo, a ver qué es eso de lo que tanto  «palicais»”.
                El Segundo, en el economato, me dijo que antes dormía en una celda que estaba sobre la nuestra y que se oía todo lo que se decía debajo. Sólo faltaba que el Cabo se enterara de lo que hemos estado hablando.
                Ya limpié el chabolo y fui al economato. He estado con el nuevo encargado. Me ha hablado bien. Me llamó la atención el que esté siguiendo un tratamiento de metadona para desintoxicarse. El economato lleva consigo la responsabilidad de tener que manejar peculio. Los funcionarios y médicos pagan con dinero de curso legal, no con los billetitos de juguete que nos dan a nosotros.
                He subido al servicio de la planta superior. Siempre lo hago. Aunque en la celda soy yo quien limpia es muy difícil mantener la higiene al cien por cien. El abuelo, sobre todo, siempre “mea fuera de tiesto”. En seguida voy con la fregona pero…
                El capellán todavía no ha llegado. Tampoco nos han entregado aún el peculio y son las 10:45. Algo que me desconcierta mucho es la anarquía existente para cumplir los horarios. Unos días son muy estrictos en el cumplimiento del horario y otros no lo son nada. ¡Paciencia! Estamos, no hay manera de olvidarlo, en prisión. No quiero imaginar cómo serán las cosas en los otros módulos cuando, según dicen, enfermería es el paraíso de prisión.
                A pesar de ser miércoles tampoco me han entregado todavía el televisor. No sé nada del juego de cama que me retuvieron y no me han dado respuesta a las instancias sobre la visita de amigos y para que mis padres puedan recoger lo que me retuvieron cuando ingresé.
                Se ha terminado el papel higiénico. He tenido que comprar en el economato. Setenta céntimos.
                No dejan que te traigan sellos, ni bolígrafos, ni jabón, ni champú… Hay que comprarlo en el economato o solicitarlo por demandadero. Comprendo que se venda café, tabaco, bebidas, galletas y otros productos que no sean imprescindibles. No entiendo, sin embargo, que nuestras familias no puedan traernos algunas cosas (sellos, sobres, papel, bolígrafos…). ¿También hay que hacer negocio aquí?
                La vida en prisión siempre da sorpresas. Quiero conseguir un Reglamento para ponerme al tanto de las normas, derechos y deberes de internos y funcionarios.
                Uno de estos días, una funcionaria me advirtió que no podían enviarme sellos en las cartas. Antes de entregárnoslas, las abren para ver qué contienen. Me insistió en que debían ingresarme dinero en peculio y debía comprarlos aquí. Otros funcionarios, sin embargo, me los han entregado sin ponerme pegas y sin amonestarme.
                Reconozco que soy un privilegiado en tanto en cuanto me han permitido, hasta ahora, traer folios, bolígrafos, sobres y hasta una maquinilla de afeitar de doble hoja, recargable. Incluso me permiten tener libros en la celda. Personalmente no soy de los que tengan mayores motivos para quejarse. Pero veo injusticias que se cometen con los demás y me revuelven por dentro. Las normas no parecen las mismas para todos. Hay diferente trato para los internos. Se conceden privilegios a unos y a otros no se les deja ni respirar. Se nos trata como a bestias y cualquier cosa que se nos permita o conceda parece un favor que se nos está haciendo.
                19:10 He rezado la liturgia de las horas y después de celebrar la Misa me acerqué a la biblioteca. El capellán, como de costumbre, fue visto y no visto. Venía con dos voluntarias. Cuando terminé la celebración le entregué la llave de la capilla a la interna que está en la biblioteca. Tomé prestadas las Normas de Régimen Interior –Régimen ordinario- del Centro Penitenciario. Lo he estado leyendo y he tomado algunas notas. La verdad es que entre el Reglamento y la realidad que vivimos no hay un gran parecido.
                El automovilista ha subido a la celda y ha estado un buen rato de charla conmigo. Se quedó sin comer porque vino a entrevistarle la psicóloga. ¿No conocen nuestros horarios?
                A las 19:15 pasa el recuento y se reparte la cena a continuación. El joven de la mascarilla me pide cinco euros. Dice que el viernes me los devolverá. El asturiano está malhumorado pero no me dice la razón. El abuelo no tiene carné de identificación interior y he de solicitárselo por instancia. No le han ingresado nada en peculio. Me ha dejado leer un auto de prisión preventiva contra él por homicidio. Lo han destinado a un centro psiquiátrico y, posteriormente, de la prisión de A Coruña a esta de A Lama. Cuando llegó lo trasladaron al hospital hasta que lo trajeron de vuelta otra vez. Ahora cenan y aprovecho para escribir. Trataré de llamar por teléfono cuando baje a por la medicación.
                Me acerco a buscar un flan para el asturiano. El que viene de encargado para el economato está en el office repartiendo bandejas. Ahora entiendo por qué el Cabo rechazó mi ayuda cuando se la ofrecí.
                El que fue mi interno de apoyo está muy amable conmigo. Bromea cada vez que me ve. Ya es tarde. Me demostró ser como los demás, “cada uno a lo suyo”. Supongo que, aunque triste, no es extraño. En definitiva, aquí, como en la calle, cuesta vivir las virtudes humanas y, al ser pocos, treinta y uno, y en situación tan extrema, peor aún.
                He podido hablar por teléfono con mamá y con la chica. Me han entregado cuatro cartas. Entre ellas una del Obispo y otra de las Carmelitas de clausura. Esta última me ha hecho saltar las lágrimas. Estamos unidos por las rejas, me escriben. Junto al Señor lo importante es el Amor. Una estampa que me hacen llegar me invita a reflexionar detenidamente. En ella está impreso “ámame tal como eres, si esperas a ser perfecto, nunca me amarás”.
                ¡Ámame tal como eres! Esto me pide el Señor. Y que lo ame aquí, en la cárcel, entre rejas. Mis hermanas Carmelitas me recuerdan que mucho me debe amar Dios para que me deje abrazar esta Cruz.
                Dómine, ut vídeam!
                “Hijo mío, déjame amarte, quiero tu corazón”. Señor, quiero amarte y entregarte plenamente mi corazón. Ayúdame a clavarme junto a Ti en la Cruz. Ayúdame a ser todo tuyo, siempre tuyo, ahora tuyo, en prisión tuyo, en libertad tuyo. ¡Ayúdame, Señor! Ayúdame a decir fiat, como Tú lo has hecho, como tu Madre lo ha hecho. 

lunes, 22 de abril de 2013

Diario (61) 8 de abril de 2003


                      El capellán ha llegado hoy a las diez, muy temprano, y hemos concelebrado. Después me vine a la celda y me dediqué a responder las cartas que recibí ayer.
                He tenido vis a vis y he encontrado a mamá un poco baja de ánimo. Le dolía la cabeza. Encuentro muy nerviosos a mis padres. Ha venido mi hermana también. Me dice que las niñas quedan encantadas cada vez que reciben carta mía. La mayor ya no le pregunta por mí a ella. Le ha preguntado a la chica que trabaja en nuestra casa y a una amiga. Cuando llegó su padre de Barcelona tampoco le preguntó si había estado conmigo. Sabe que la han engañado y que no estoy en Barcelona. La pequeña pregunta constantemente cuándo volveré.
                De vuelta en el módulo, el ATS al que conozco me da la medicación y me pregunta por mis padres. Luego, al subir al economato, me presentan al interno que el Cabo ha traído para sustituir al griego.  Aunque éste estaba empeñado en que fuera yo quien lo reemplazase, el Cabo lo estaba en traerse a un amigo suyo. Lo instaló en una celda del segundo piso, de las que son de cuatro internos, aunque está solo. El Cabo está ya contento.
                Estoy convencido de que ha sido el Cabo quien se ha encargado de preparar toda la maniobra para que me hicieran interno de apoyo y poder así traer a su amigo como encargado del economato. En prisión no son precisamente los funcionarios quienes mandan. Ni en la enfermería son los médicos quienes organizan la vida de los internos. Ellos tienen, es verdad, la última palabra, claro. Pero, en realidad, siempre hay un interno de confianza que es quien pincha y corta, quien hace las cosas a su gusto. Cuando estuve preventivo era el Cabo quien se encargaba de asignarle celda al interno que llegaba y quien le daba una ocupación o responsabilidad en el módulo. El que está ahora hace lo mismo. Criticaba al anterior pero, sin embargo, él no es mejor, ni mucho menos. Al menos el anterior era correcto, educado, guardaba las formas. El que está ahora todo lo soluciona a base de gritos. A mí, al menos de momento, me respeta. No creo que lo haga por ser quien soy, sino más bien porque sabe quiénes están pendientes de mí.
                Está claro que el capellán sabe de prisiones más de lo que yo haya podido aprender en este tiempo. Sin embargo, me molesta que no haya hecho nada por conseguirme un destino como auxiliar suyo. Tendrá sus razones. Seguro que, entre ellas, la de no perjudicarme; pero no lo entiendo. ¿Por qué el Cabo es su auxiliar a pesar de que ya tiene destino y de que yo soy sacerdote?
                El Cabo está condenado por narcotráfico. Acaba de cumplir una condena por el sistema penal antiguo, con redención de pena por trabajos realizados, es decir, disminución de tiempo de cárcel. Sin haber salido en libertad ha comenzado a cumplir otra por el nuevo régimen de cumplimiento. Según éste ya no se concede redención sino créditos. Por las tareas realizadas se otorgan recompensas: vis a vis extraordinario, llamada telefónica, etc.
                No conozco bien esta nueva legislación, tendré que estudiármela. No obstante, sólo por lo que ya se induce, puede afirmarse que es el resultado de una mentalidad que no sólo no entiende las prisiones y su funcionamiento, sino que, además, no cree ni en la rehabilitación del interno ni en su reinserción. Persigue, únicamente, calmar a la opinión pública haciendo hincapié en que todo delincuente pagará íntegramente su pena. Una mera estrategia política para imponer una falsa idea de orden público y social. Una hipocresía más, entiendo, de nuestra civilizada y avanzada sociedad.
                Mi experiencia, hoy, me hace pensar que no existe honradez ni limpieza en el sistema judicial y en la política. Todo se mueve por intereses ideológicos, económicos, políticos,… del tipo que sean. Demasiado egoísmo e intereses particulares en contra de la prevalencia de la búsqueda de la verdad y del bien común.
                El Cabo, vuelvo a tomar el hilo, lleva unos once años en prisión. Ha recorrido distintas cárceles hasta llegar a ésta. Es lo que, en lenguaje de prisión, se llama un “taleguero”. Sabe manejarse y manejar la situación. Sabe ir consiguiendo aquello que persigue. Conoce mejor que cualquier funcionario los entresijos de la cárcel. Sabe cómo tratar a internos y funcionarios. Si bien, es cierto, a los internos los trata a gritos, imponiéndose, manteniéndolos a raya. Se atreve, incluso, a levantar la voz con algún funcionario. La verdad es que no tiene ni idea de trato personal. Seguramente ni lo pretende. Pero su estilo le da resultado. Su modus operandis aquí es la imposición por la fuerza bruta. No dejo de preguntarme si será igual de valiente en la calle o en otro módulo que no sea la enfermería. Aquí es el gorila que maneja a su gusto y capricho. Creo que a los funcionarios les resulta práctico y cómodo. Para qué enfrentarse ellos a los internos si lo tienen a él. Aquí se considera un triunfador, tiene poder. ¿Será consciente de que no es más que un interno? ¿Caerá en la cuenta de que en la calle su actitud no es más que la de un vulgar chulo y vividor?
                Quizás mis palabras estén faltas de caridad. Pido perdón. Pero no hago más que describir la realidad, y me quedo corto al disertar sobre ella. No comento nada con nadie. Sólo escribo en mis papeles. No escribo su nombre para preservar su fama, su honra, su dignidad. Aunque no sea merecedor de respeto por méritos propios no dejo de tener en cuenta lo que tantas veces repite Juan Pablo II: hemos de saber distinguir entre el error y el que yerra. Escribir me ayuda a desahogarme en la intimidad. Ojalá fuera otra la realidad. No soporto que un preso sea más represivo en su actuar con los demás que el peor de los funcionarios. No soporto la doble cara en las personas, la falsedad, la hipocresía. No soporto que se diga una cosa y se haga la contraria. No soporto, tampoco, a quien confunde la sinceridad con el descaro y la mala educación, a quien cree ser noble cuando no es más que un bruto que no piensa lo que dice ni cuándo ni dónde. Me parecen meros animalitos que se dejan llevar por sus impulsos. Eso sí, animalitos humanos, más terribles que cualquier otro animal.
                Partido de fútbol en la televisión. Entretenidos, los inquilinos me dejan escribir. A las 20:30 nos han chapado y a las 21:30 pasó el recuento. El asturiano ha cambiado de canal al terminar el partido para ver una película de acción: Silvester Stalone y prisiones. ¡Qué moral!

domingo, 21 de abril de 2013

Diario (60) 7 de abril de 2003


               Es lunes. Nueva semana. He desayunado e hice limpieza en celda y aseos. Nos han repartido la medicación y hago la cama del abuelo, quien trata de echarme una mano. El asturiano todavía duerme. Está enfadado. Tendrían que haberle dado un bolígrafo de insulina para la diabetes pero no sé por qué le han dicho que no.
                Aunque el trabajo físico que debo hacer no es cansado, sudo a mares. Supongo que será efecto secundario de la medicación que tomo.
                Me he enterado de lo que le pasaba ayer al capellán. Había discutido con el licenciado sobre el automovilista. Decía que no le parecía normal que hubieran decretado su ingreso en prisión. El licenciado le llevó la contraria y se calentaron. El capellán, creo que perdiendo un poco los papeles, le llamó carcelero. Pienso que, a veces, se olvida de que a un interno hay expresiones que le pueden hacer demasiado daño. Espero que todo se quede en una simple anécdota y que pronto se olviden del tema.
                El abuelo se ha vuelto a acostar. La celda está, ahora, tranquila. ¡Qué gusto! Esta noche me ha costado dormirme. El automovilista, que está en la cama de al lado, dormía a pierna suelta y roncaba muchísimo. Al asturiano y a mí nos daba la risa.
                Supongo que nos entregaran hoy los paquetes que ayer trajo la familia. Pido a Dios que no me retengan nada. A ver si el licenciado puede evitar que lo hagan.
                La televisión está encendida. Hablan del joven padre que mató a sus hijos en el coche asfixiándolos. La Audiencia Provincial lo ha condenado ya. Está dos o tres celdas más allá de la nuestra. ¿Qué podrá llevar a un hombre a cometer semejante locura?
                Hoy no vienen los capellanes. Un lunes más sin poder celebrar Misa. Aprovecharé para rezar con mayor detenimiento. ¡Gracias, Señor, por un nuevo día!

                Deben ser las 16:00. He conseguido dormir algo. El automovilista echa chispas. Ha solicitado que le dejen traer unas gafas porque las que lleva se han estropeado. Habló, al menos, con tres personas. Le dijeron que no se preocupara y que harían lo posible por traérselas. Las tiene en Ingresos. ¡Nada! Ni trabajadora social, ni psicóloga, ni educador. Solo es ir a ese módulo, cogerlas y entregárselas. O, simplemente, dar la orden para que lo hagan. Me dice que son unos meros burócratas que no sirven para nada. No hace falta mucho tiempo de prisión para darse cuenta de esa realidad. Sin comentarios.
                He comido fabada. Tuve tiempo para leer y tomar algunas notas esta mañana. Rezaré el Oficio esta tarde.
                Antes de la comida, una ATS le ha dado, por fin, el bolígrafo de insulina al asturiano. Éste estaba muy dolido por cómo le trató un sanitario. Por parte de algunos funcionarios y personal sanitario el trato es de un despotismo increíble. Dan ganas de abofetearlos. Alguna excepción hay, pero la excepción confirma la regla.
                A las 18:00 me han entregado el paquete: jersey, cazadora, camisas, ropa interior, pijama, toallas… Me retuvieron el juego de ropa de cama. No está permitido, por lo visto. Me trajeron también un reloj y algunos libros. También unas perchas de plástico. Al fin podré ordenar mi taquilla y colgar la ropa.
Viene a verme el sanitario y charlamos en el economato hasta que me llaman a buscar la medicación. Me señala al hijo de un amigo suyo, un joven de 27 años que está a tratamiento con metadona. Tiene buen aspecto, aseado y agradable.
Me han entregado la correspondencia, seis cartas. Me sorprende especialmente la de una profesora que me dio clase cuando estudiaba el BUP en Tui. ¡Qué sorpresa! ¡Increíble! Gracias, Dios mío. 

sábado, 20 de abril de 2013

Diario (59) 6 de abril de 2003


                 Hoy me ha tocado afeitar al abuelo. Se ha dejado sin protestar demasiado. Después de tomarme un café y la medicación me fui a celebrar la Misa. Me ayudó uno de los auxiliares del capellán, el culturista. Se pasa el día en el gimnasio, es uno de los encargados en el sociocultural. Es bajito, contrahecho, y supongo que el tener más músculos que cerebro le ayuda para mantener su autoestima. Un funcionario me preguntó si había pasado el primer bache y si me encontraba mejor. El capellán hoy parece enfadado.
                De vuelta en la celda, ofrecida la Misa por el automovilista, que me lo pidió insistentemente, rezo el oficio.  Escribo un par de cartas, una a mi obispo.
                Esta tarde espero recibir la visita de mis padres en locutorios. Mi hermana y cuñado no pueden venir.
Poco a poco creo ir tomándole el pulso a la situación. Ayer le regalé al asturiano un crucifijo –el de San Francisco de Asís- para que me prometiera que no iba a cometer ninguna locura. Junto con el automovilista, que iba subrayando lo que yo le decía, tratamos de convencerlo de que ha de luchar por vivir, aunque sea sólo pensando en sus hijos, uno de cuatro y otro de diez años. Le he dado esparadrapo para que pueda pegar en el tablero las fotografías y, al verlas, tenerlos presentes y olvidar la idea del suicidio. Ya ha intentado acabar con su vida en más de veinte ocasiones. En este momento está durmiendo. No descansa bien. De vez en cuando gime como si fuera un niño y suele despertarse sobresaltado. Hay que acercarse a él y, apaciblemente, hablarle para tranquilizarlo.
El automovilista sigue nervioso. Hoy, si cabe, todavía más porque espera la visita de su familia. Se siente avergonzado y acobardado. También me toca darle ánimos.
He hablado con el joven de la mascarilla al que ayer le dejé la tarjeta para que pudiera telefonear. Tiene varicela. Le quedan pocos meses para cumplir condena. Su apariencia es de un joven de 21 ó 22 años pero resulta que tiene 36 y fue condenado a cumplir 17 años de cárcel. Imagino que por la ley penal antigua. Ha sido muy correcto y educado en su trato conmigo. Le serví un café en el economato y no se lo cobré.
Me ha parado el reloj. Se ha quedado sin pila. He comido una especie de ensalada que lleva setas, espárragos, guisantes, zanahoria… Supongo que será digestiva y que alimentará. Estaba buena. Al ser domingo se retrasan especialmente en dar la medicación. Espero que me dejen dormir un poco la siesta. El automovilista, ayer, no paró de hablar.
Llevo ya dieciocho días aquí. A las 18:00 tendré la visita de mis padres. Dieciocho días sin poder darles un beso ni un abrazo. Tendré que contarles lo de la celda. Al no ser por carta siempre podré añadir una dosis de humor para que se queden tranquilos.
He conseguido dormir, ¡qué bien! No sé qué hora es pero calculo que serán las cinco. El asturiano duerme y el abuelo sale de la celda para volver a entrar una y otra vez. El automovilista, después de despertarme, ha salido a pasear por el pasillo y vuelve con un cafecito. Me acercaré hasta el economato a ver si me tomo también uno.
Se me ha acabado ya el segundo bolígrafo y una carga del Parker. Llevo también tres blocs de cartas y me he quedado sin papel verjurado.
Teníamos comunicación a las 18:30 y hemos salido del módulo a las 19:00. Menos mal que nos han dejado casi una hora para comunicar. Encontré bien a mis padres. Les conté lo del cambio de celda y que soy interno de apoyo. Mi padre conoce al automovilista y el automovilista le conoce a él. Trabajaban en la misma fábrica. Me han traído la televisión y una bolsa con ropa, libros, folios y sobres. Lo entregaron en la entrada. Esperemos que no me retengan nada.
Otra vez tarde la medicación. Me tomé un café con leche y, ya pasado el recuento, intentaré dormir. Un día más. El próximo martes podré volver a ver a mis padres y, espero, a mi hermana. Al ser en vis a vis podré, por fin, darles un abrazo. Mamá me ha dicho que me ve más delgado y mi padre dice que aún tengo barriguita. Los ha llamado un sacerdote de Madrid para preguntar por mí. Se quedó mudo al enterarse. También un joven a quien había dado catequesis cuando era seminarista. Sin embargo han echado de menos las llamadas de otros amigos. No he dicho nada cuando me los han ido nombrando. Tampoco me han escrito. Me han animado mucho y me han preguntado por el capellán y el sanitario. ¡Qué alegría poder verlos! Señor, protégelos y defiéndelos. Domine, ut vídeam!